¿Banqueros de izquierdas?

Durante la batalla electoral que se dilucidará pasado mañana, las voces contrarias a la independencia han utilizado sobre todo dos tipos de argumentos. De un lado, los que podríamos etiquetar como étnico-identitarios; del otro, los de carácter ideológico-clasista.

Los primeros han sido patrimonio, principalmente, del PP, de Ciutadans y del PSC, aunque también los líderes de Podemos han bordeado ese terreno. Partiendo de la tesis según la cual un inmigrante lo es a perpetuidad, y no sólo él, sino también sus hijos y sus nietos, los partidos citados consideran incomprensible, antinatural, que personas con raíces en Andalucía, Extremadura, Castilla o Galicia puedan votar independentista el 27-S. Y, puesto que la mayor parte de la población catalana tiene hoy, en uno u otro grado, ancestros fuera de las cuatro provincias, aquellas siglas creen que bastará con movilizar a fondo a todos los sempiternos andaluces, extremeños, gallegos o castellano-manchegos de Cataluña para que el unionismo venza holgadamente.

De ahí que tanto el PP como el PSC como C’s —cada uno en la medida de sus posibilidades— hayan traído en romería a sus líderes y barones autonómicos, desde Susana Díaz hasta Alberto Núñez Feijóo o Juan Marín. De ahí que el PSOE haya editado un vídeo incitando a su militancia a llamar a los parientes o paisanos establecidos en Cataluña para pedirles que no voten por la independencia.

Según esta concepción de la realidad, tu sufragio depende más de tener un progenitor nacido en Hinojosa del Duque o en Ribadeo que de tu vida en Cataluña, tus estudios, ideas políticas, intereses, ámbitos de sociabilidad, etcétera. Si eso no es apelar al voto étnico, ¿qué es?

El argumentario ideológico-clasista resulta sin duda más sofisticado, y han recurrido a él Catalunya Sí que es Pot, pero sobre todo un gran número de articulistas —intelectuales y universitarios en su mayoría—, apelando a la racionalidad y al progresismo. Su planteamiento es como sigue: el de la independencia es el proyecto de la burguesía, de la derecha nacionalista, de la gente de Pedralbes; bajo el camuflaje de Junts pel Sí se esconden el neoliberal Artur Mas y la Convergència exaliada del PP, cómplice de la reforma laboral, ejecutora fervorosa de los recortes… Joan Herrera se preguntaba el otro día, en alusión a Romeva y Mas, “cómo alguien de izquierdas puede compartir lista con una persona de derechas”; y Joan Coscubiela apostrofaba a la candidatura transversal: “Quieren la soberanía para entregársela al mercado y a las empresas”. Ergo, nadie consecuentemente de izquierdas, nadie del “extrarradio” (Pablo Iglesias dixit), ningún trabajador debería votar por la independencia.

Así estaban las cosas cuando, hacia el ecuador de la campaña, hicieron irrupción en ella las divisiones acorazadas del gran capital, con un mensaje de rechazo absoluto y cargado de amenazas a la hipótesis independentista. Pero este espectacular movimiento estratégico modificó también el mapa general de la batalla, ¿o me lo parece sólo a mí? Quiero decir: si estaba convenido que la independencia era de derechas, neoliberal y antisocial, ¿cómo se entiende que la CEOE, Fomento, el Banco de España, el Círculo de Empresarios, la Asociación Española de la Banca y la CECA (o sea, los máximos paladines de la austeridad, los recortes salariales, la reforma laboral, etcétera) le sean frontalmente hostiles?

El candidato Coscubiela temía que Mas cediese la eventual soberanía catalana al mercado y a las empresas. Pero los más altos representantes del mercado y las empresas abominan de esa soberanía, y algún empresario (Jorge Gallardo, de Almirall, donante de Unió Democràtica por cierto) incluso se permite aleccionar a sus trabajadores sobre las nefastas consecuencias de votar por el sí. Y bien, a los dirigentes de Iniciativa o de Podemos, ¿no les resulta incómodo, no les induce a reflexión compartir la trinchera del no con semejantes socios, exponentes conspicuos de la casta y de la oligarquía?

Me admira —debo confesarlo— que colegas de proverbial espíritu crítico, personas forjadas políticamente en el PCE, en el PSUC, en Bandera Roja e incluso más allá, no detecten contradicción alguna entre su acrisolado progresismo y la coincidencia que exhiben con Ignacio González, Rosell, Gay de Montellà, Botín,Vega de Seoane, Linde, García-Nieto Portabella o el cardenal Cañizares, unos y otros contra la independencia. ¿O acaso pretenden hacernos creer que los banqueros, grandes burgueses y cardenales son de izquierdas y viven en el Carmel?

ELPAÍS