Un año más se ha celebrado en Getze el acto conmemorativo por los patriotas caídos en la batalla de Noáin, ocurrida el 30 de junio de 1521. Una derrota que significó la desaparición de un reino independiente, el Reino de Navarra, con más de cinco siglos de historia y que muchos deseamos recuperar con una estructura moderna y actual.
La batalla de Noáin es un acontecimiento que cada año va congregando a un mayor número de gente y que está sirviendo como plataforma para la recuperación de nuestra memoria histórica y política. Es una forma de recordarnos a todos que perdimos nuestra independencia frente a una potencia extranjera de corte expansionista y colonialista.
Sin embargo, no resulta nada raro ver a los españoles y navarros de pro mirar con extrañeza a esos colgaos que se marchan a Noáin a reivindicar la independencia de un reino que desapareció hace quinientos años. Se quedan muy sorprendidos al ver que aún haya gente que se acuerde de cosas pasadas hace tanto tiempo, y atribuyen este tipo de actos a alguna enfermedad de tipo nacionalista que invade de vez en cuando las muy españolas y fieles tierras de Nafarroa.
Suelen hacer estas consideraciones mientras guardan en un cajón de su casa la última pegatina reivindicativa pidiendo que Gibraltar sea devuelto a España, o las últimas fotos de cuando estuvieron en Ceuta celebrando el centenario de su unión a España. Para que nos aclaremos todos: reclamar la españolidad de un territorio como Gibraltar, perdido hace 300 años es, por lo visto, una obligación para todos aquellos españoles que sienten su patria bien adentro, pero recordar que hace 500 años hubo un reino independiente que fue invadido de forma ilegal por la Corona de Castilla y reclamar su independencia, es simplemente un evento folklórico que no debe de trascender nunca a la vida política del país. Evidentemente, la diferencia de 200 años transcurridos entre un acontecimiento y otro debe de ser para los españoles un elemento esencial, que les sirve para considerar a uno de estos acontecimientos como una cuestión histórica pasada y al otro como una cuestión política de primer orden.
¿Se deduce entonces que si Nafarroa hubiese sido invadida en el año 1700, podríamos reivindicar la independencia del reino de Navarra con más derecho y convicción de lo que ahora lo hacemos, tal y como hacen ellos con Gibraltar? Pues va a ser que no.
Pero claro, de todo esto se habla en Navarra, que no es más que una provincia de España. En Madrid este tipo de cosas sólo producen extrañeza y alguna que otra sonrisa irónica. Los políticos, tertulianos y demás tribus de la metrópoli, muy cosmopolitas ellos, suelen decirnos que salgamos fuera de nuestro pequeño mundo en forma de txapela, y que nos convirtamos en ciudadanos del Universo, dándonos cuenta de nuestra pequeñez y de lo innecesario de nuestras reclamaciones.
Tienen toda la razón del mundo. Salgamos afuera y leamos, por ejemplo, con todo detenimiento cómo trataban los españoles del siglo XIX, informativa y políticamente, a las provincias de Ultramar que querían independizarse de España. Más allá de las diferencias de estilo literario y de vocabulario, las actitudes surgidas en el nacionalismo español por culpa de los movimientos emancipadores americanos son muy similares a las que se producen hoy en día ante las aspiraciones de nuestro pueblo .
Allá por junio de 1810 el marqués de Casa-Irujo frente a los movimientos independentistas surgidos en Buenos Aires escribía lo siguiente: Esta es la época en que los españoles de ambos mundos han aumentado y deben estrechar más y más los preciosos lazos que los unen. Ahora es quando, desapareciendo las diferencias odiosas que en otro tiempo nacían entre nosotros puramente de la localidad, nos hemos hermanado e identificado más que nunca. Ahora y luego que la Metropoly ha roto ella misma las cadenas de la opresión en que gemia, ha reconocido y declarado a sus hijos Americanos como partes integrantes del Imperio Español. Esta es la España paternalista y conciliadora, esa que pide más Estatuto o un Amejoramiento mejorado.
También por aquel entonces estaba la España agorera y tremendista. Florencio Pérez publicaba en 1821 lo siguiente: La justa posteridad verá atónita en las tentativas de esta emancipación inmatura, el retroceso de las luces, la vuelta de los siglos bárbaros, el retorno del ostracismo y la destrucción del más fértil territorio. Es de suponer que de haber existido la Seguridad Social en aquella época, el autor no hubiese perdido la oportunidad de hablarnos del caos que la independencia de aquellos países iba a producir en sus pensiones y jubilaciones.
Tampoco faltaba la España más violenta y chulesca. En marzo de 1821, un articulista del diario El Universal sentenciaba lo siguiente en contra del independentismo hispano-americano y a favor de la intervención española: ¿Se ha creído acaso que no está obligada una nación, cualquiera que sea su forma de gobierno, a mantener el buen orden en todas sus provincias, a contener el espíritu de división y escisión, y a emplear todos los medios disponibles para conservar la unidad del Estado? Leamos bien, todas sus provincias… y uno se pregunta ¿Qué diferencias hay entre este texto y los discursos actuales de Rodríguez Ibarra, Miguel Sanz, José Bono o María San Gil?
La respuesta a todo esto la dieron las viejas colonias españolas cada una a su estilo, pero lo dicho puede resumirse en la declaración pública del Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816, día de la independencia de Argentina: Nos los Representantes de las Provincias Unidas en Sud América reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los Pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli.
Una sana envidia me invade al leer este texto, pero por desgracia nosotros seguimos sufriendo derrota tras derrota a través del Noáin de 1512, del de 1521, del de 1841, del de 1936, del de 1978, etcétera.
En definitiva, tenemos el triste orgullo de ser la última colonia de España, y es por ello que actos como el de Getze se convierten en el sustento necesario para las almas que hoy en día claman por la independencia de su país. Hasta en las derrotas hay una esperanza de futuro.