Auschwitz

Han sido ya 60 los años que han pasado desde la liberación del campo de exterminio de Auschwichtz, paradigma de lo más lúgubre de la condición humana y, también, de la ideología nazi. Como en todos los aniversarios, las declaraciones de intenciones, los recuerdos históricos, las revelaciones de los protagonistas, los libros, los documentales, han ocupado buena parte de la atención social europea. Las comunidades judías en Europa y en Israel han evocado el Holocausto.

Sin embargo, muchas de estas celebraciones han obviado que, al margen de la terrible razia con su correspondiente y escalofriante número de víctimas cometida contra los judíos, hubo otros colectivos que fueron asimismo exterminados. Su cuantía numérica y su poco peso en la política europea del siglo XXI les han condenado al olvido. A los hechos más cercanos me remito: nadie ha traído a la memoria, por ejemplo, los centenares de vascos que murieron, muchos de ellos niños evacuados en 1937 y pocos años más tarde adolescentes, en Dachau, Auschwitz, Treblinka o Mauthausen. Es cierto que son como una aguja en un pajar, entre esos seis millones de cadáveres. Pero los cercanos, por razones obvias y reivindicando una ciudadanía planetaria, me producen mayor congoja. Su recuerdo me abrasa.

Estos vascos gaseados fueron calificados como políticos (un triángulo equilátero invertido, de color rojo, con la S en el medio o la F si eran continentales, que llevaban cosido en su atuendo) o como apátridas (triángulo invertido de color azul). También desparecieron en los campos de exterminio los llamados asociales (triángulo negro), los gitanos (marrón), testigos de Jehová (morados), homosexuales (rosa) y detenidos de derecho común (verdes). Un abanico realmente excepcional. Ellos fueron víctimas del Holocausto, junto al pueblo judío.

No hay que olvidar ni a unos ni a otros, como tampoco el origen de aquella tragedia. Primero fue la ideología que, entre otras cosas, se sustentaba en la exclusión. Y para ello, para hacer efectiva esa exclusión, el régimen alemán se hizo fuerte con un sistema de leyes de excepción que avalaron sus tesis. Merece la pena recordar que el primer decreto de excepción nazi llevó el nombre de “Ley para la Protección del Pueblo” (1933) al que más tarde se le añadió, en eso de la protección, la coletilla “y del Estado”.

Y traigo a colación esta circunstancia, junto a la de las víctimas y su omisión, por una razón sencilla. El nazismo tuvo una cobertura legal, como el franquismo, que justificó una ideología. Y la exclusión, la excepción (presente y muy presente en la Europa del siglo XXI), fue su base. Las víctimas del Holocausto de la mitad del siglo XX fueron numerosísimas. Pero así como de muchas de ellas nos hemos olvidado ya que, comparativamente, no fueron tantas como la de los judíos, no podemos perder de vista que, en esa misma medida, hemos omitido las victimas de las exclusiones modernas porque, en comparación con 1945, su número no es significativo. Triste análisis. Aunque exista el Everest, el pico más alto de la tierra, existen también otros montes, altos y bajos, nevados o secos. Y tan interesantes como el que más.