Es habitual que la retórica política nacional hable de trenes y estaciones. Casi todos la hemos recorrido una u otra vez. Yo mismo, por ejemplo, había escrito que el nuevo Estatuto era una vía muerta que no llevaba a ninguna parte. Sea como sea, la metáfora de las estaciones ha permitido crear un sólido imaginario gradualista en el soberanismo catalán. La idea de fondo es que no se pueden quemar etapas así como así y que poco a poco ya nos iremos acercando al destino final.
Para algunos, la independencia ha acabado siendo entendida como una especie de viaje a Ítaca -sustituyendo la navegación marítima por la ferroviaria- en la que, como sugiere Kavafis en su poema, lo que se trataría sería de hacer larga la travesía, de no tener prisa y de saborearlo con calma. No es necesario insistir mucho en hacer notar que el velero de una travesía marítima tiene poco que ver con un tren cremallera hecho de expolio económico y de agresión a la lengua, la cultura y la dignidad nacional, que cuanto antes acabe el viaje, mejor.
Eugeni Casanova, en un artículo reciente en Criteri (www.e-criteri.cat) titulado “Independentisme exprés”, muestra cómo este gradualismo ferroviario también ha calado en los partidos declaradamente independentistas. ¿Qué era, si no, la “lluvia fina” de ERC y su brillante estrategia de convertir al PSC a la causa nacional a través de un gobierno tripartito? No hace mucho, explica Casanova, Carod-Rovira, Huguet, Puigcercós o Ridao, todos han hecho escarnio de los que tienen prisa por alcanzar la independencia. ¡Probablemente, es una maniobra de distracción para no tener que confesar que no se tiene ni la más remota idea de cómo llegar! Y tal como apunta el artículo, si ERC pasa de los que quieren poner rumbo directo a la independencia, ¿qué diremos de CiU y sus dirigentes, verdaderamente ciegos ante la realidad política española -quiero pensar que más por necesidad que por convicción-, cuando encuentran que vale la pena perder tiempo y provocar frustración al intentar hacer aprobar leyes de consultas o en alcanzar acuerdos fiscales absolutamente imposibles?
Las metáforas, que tienen la virtud de hacer visibles algunas ideas abstractas y complejas, también son un camino fácil para crear confusión. Ya nos lo habían advertido los editorialistas de Criteri en un escrito de hace tres años, “Trenes, vagones, vías y estaciones”. Efectivamente, el supuesto de que el autonomismo es una estación previa a la de la independencia, como lo serían, sucesivamente, el federalismo y otros estadios más supuestamente avanzados de autogobierno, es una falacia. Todos los partidos catalanes han caído cuando les ha faltado el coraje de viajar con la vista puesta en el horizonte y no de obsesionarse en encontrar el asiento más confortable en clase preferente. Y si este error de la gradualidad podía ser comprensible la primera mitad de los años 80, poco explicable en los años 90 y casi un delito nacional en la primera década del siglo XXI, a estas alturas ya no tiene perdón.
De modo que si nos queremos mantener en la metáfora ferroviaria sin hacerles mal, dejemos claras algunas ideas. En primer lugar, la estación de la independencia está justo en el sentido contrario de donde para la estación del autonomismo o del federalismo a la española, en el que solo creen algunos nostálgicos del PSC. En segundo lugar, deberíamos entender que un avance hacia el concierto económico no es, de ninguna manera -y suponiendo que tuviera alguna plausibilidad-, una estación previa a la independencia ni que, en consecuencia, nos acerque a ella. Todo lo contrario: en realidad nos aleja. Está en la dirección opuesta.
Alguien podría pensar que se hace con la intención secreta de poner en evidencia, por enésima vez, que España nos niega el pan y la sal de la dignidad nacional para, entonces sí, avanzar hacia la siguiente estación. Ahora bien, si finalmente CiU, en una situación excepcionalmente favorable para los equilibrios políticos en España -un PP o un PSOE dependientes de sus votos para gobernar-, lograra una pequeña y limitada mejora fiscal, este hipotético buen resultado no habría hecho sino alargar la agonía y alejarnos una estación más del horizonte de la emancipación, que, como he dicho, se encuentra justo en la dirección contraria. Y si no se lograba nada, quisiera decir que habríamos permanecido cuatro años más parados en la vía muerta de la misma estación.
Que el independentismo necesita una hoja de ruta es de una evidencia palmaria, sin discusión posible. Hay quien confunde caminar y empujar adelante con recitar jaculatorias ante el Santísimo. Hacen falta, pienso, menos proclamas y más estrategia, menos golpe de pecho y más entrenamiento. El independentismo apenas sube al tren, es cierto. Pero es imprescindible que preste atención a la dirección hacia donde va el tren donde sube. Y es que, llegados al punto donde estamos de la historia de este país, ya no hay gradualismo ferroviario que valga. El trayecto de la independencia es largo. El objetivo es el más grande y ambicioso que un pueblo puede desear, lo más noble que una generación se puede proponer. Y no hay atajos. Pero tampoco ya no hay estaciones intermedias.