Ante la foto de Xi Jinping y Putin

1. La visita.

La estelar visita del presidente chino Xi Jinping en Moscú es transparente. Las imágenes que nos muestran a los dos personajes juntos no da lugar a dudas. Quizás la diferencia de altura influya, pero la mirada, el rictus bucal de condescendencia, la posición corporal –recto uno, encogido el otro– dejan claro que, por mucho que Putin pueda pedir, Xi Jinping es quien dispone. Es evidente que está aprovechando una guerra que él no ha buscado pero le abre espacio para hacer crecer sus aspiraciones a gran potencia. Mientras Rusia se está exprimiendo más allá de lo razonable en un conflicto que es expresión de una decadencia difícil de revertir, Xi Jinping le perdona la vida y lo utiliza como un escalón más para apuntalar su fuerza. Ahora falta ver qué es capaz de conseguir, siempre mirando de reojo a Estados Unidos. Si encontrara una vía que conduzca a un final ordenado de la guerra nihilista de Putin, China habría subido a un alto nivel como potencia, poniendo a prueba a los americanos, obligados a aceptar un nuevo escenario de la gobernanza mundial.

2. El hechizo.

Mirando las imágenes de Xi Jinping en el Kremlin me han venido a la memoria unas consideraciones de uno de los mejores especialistas en el estudio de los imperialismos: el ensayista indio Pankaj Mishra. Como él dice, fueron los mismos instrumentos ideológicos y políticos occidentales los que permitieron a los países de Oriente vencer a los imperialismos y reconstruir su papel en la historia. Sus grandes pensadores fueron pioneros en la crítica de la modernidad occidental, refutando el interés individual como motor de la vida humana a partir de las tradiciones filosóficas y espirituales del islam, del hinduismo y del confucianismo, adelantando a los europeos, perplejos por la carnicería de la Primera Guerra Mundial, con la pregunta sobre los límites de la fe y la razón. Pero a la hora de la verdad fueron los principios europeos del nacionalismo y del patriotismo los que actuaron como catalizadores para poder derrotar a los colonizadores occidentales. Y poco a poco han ido adoptando formas e instituciones de los estados-nación modernos: “Unas fronteras claras, un gobierno disciplinado, una burocracia leal, un código de derechos para proteger a los ciudadanos, un rápido crecimiento económico a través del capitalismo industrial o el socialismo, programas de alfabetización masivos, conocimientos técnicos y el desarrollo del sentimiento de unos orígenes comunes en el marco de la comunidad nacional”. En dos décadas, a partir de 1945, surgieron 50 nuevos estados.

El resultado, dice Pankaj Mishra, es un mundo cada vez más unificado en un solo sistema económico. Sencillamente, “hoy en día no existe ninguna respuesta convincentemente universalista a las ideas occidentales sobre política y economía, aunque cada vez parecen más febriles y peligrosamente inadecuadas en amplias regiones del mundo”. Y añade: “El hechizo del poder occidental se ha roto” y, al mismo tiempo, “la esperanza que alimenta la búsqueda de un crecimiento económico sin fin es una fantasía tan absurda y peligrosa como cualquier quimera de Al-Qaeda”. Pero no hay trazas de configuración de un modelo distinto. Éste es el ‘impasse’ del progreso que dibuja Pankaj Mishra. Occidente puede perder dominio con sus propias armas. La arqueología del pensamiento oriental moderno quién sabe si es en el fondo la genealogía de nuestro futuro.

3. Autoritarismo.

Si la foto de Xi Jinping me lleva a estas consideraciones se debe a que su dominio, la superioridad, el tono un punto sobrado que exhibe ante Putin remite al éxito del poder chino, que ha construido una fusión entre poder económico y poder político, una forma de autoritarismo capitalista, que va más allá pero que responde a las mismas pulsiones que el autoritarismo posdemocrático que toma vuelo en Occidente. Y que es la expresión de la incapacidad de los poderes políticos de poner límites a los poderes económicos, que es el gran problema que vive Europa ahora mismo. En China no existe distinción, van juntos, con un grado de impunidad que permite progresar sin límites en sectores estratégicos básicos. Y si pensábamos que a medida que crecieran en bienestar estas sociedades mirarían a nuestro modelo, vemos cómo está pasando al contrario. En Occidente, la incapacidad de los políticos de poner límites al dinero hace sentirse huérfana a la ciudadanía y abre la vía directa al autoritarismo.

ARA