ENTREVISTA al presidente del Círculo Catalán de Negocios, que presenta el libro ‘Vía única’ (https://viaunica.cat/)
El presidente del Círculo Catalán de Negocios, Albert Pont, está muy alejado del Proceso. Asegura que tomó la decisión de apartarse al ver que los políticos “iban de farol”. En esta entrevista con El Món, Pont presenta su nuevo libro, ‘Via única’ (Gauvi Edicions), donde insta a prepararse para tomar el control efectivo del territorio de las manos del Estado español. Sólo así, explica, se conseguirá el reconocimiento necesario para que no se vuelva a vivir una situación como la de 2017, donde el Govern “se vio obligado a declarar la independencia sin posibilidades de ejercerla”.
-En el libro se muestra contrario a la ocupación indefinida de las calles y las infraestructuras como instrumento para conseguir el reconocimiento internacional. ¿Por qué?
-Quisiera puntualizar que dadas las circunstancias entiendo a la gente que quiere salir a la calle a quemarlo todo. A lo que me refiero es que tomar las calles y las infraestructuras indefinidamente no te llevará a un reconocimiento internacional porque no lleva al control efectivo del territorio. En el Cercle Català de Negocis introdujimos este concepto hace unos años y se malinterpretó. La gente cree erróneamente que el control efectivo del territorio es detener la economía, ocupar infraestructuras y edificios gubernamentales… Esto es lo que nos pediría el cuerpo, pero no es lo más conveniente. Lo que hace falta es tener el control de los Metros, de Cercanías, de los Aeropuertos, de la basura… Tener el control de todo lo que hace que el país funcione en lugar de detenerlo.
-¿Cuál debe ser la estrategia para conseguir ese control del que habla?
-Estrategias hay tantas como se quiera, y muchas pueden ser excelentes, pero al final lo que se necesita es tener el control del territorio tal y como lo entienden los estados. Es decir, quien ejerce la soberanía y quien tiene el monopolio del uso de la fuerza. Cataluña dados sus recursos no podrá ejercer un control efectivo de todo el territorio, pero da igual. Necesitamos un gobierno, un territorio y una población. Sólo teniendo una parte del territorio en el que podamos ejercer nuestra soberanía ya seríamos un Estado independiente. Sin eso, por mucho que se salga a la calle a quemar contenedores no podremos serlo. Lo que propongo es el desarrollo de un distrito gubernamental y poder defenderlo de cualquier injerencia del Estado con la idea de abrir un proceso constituyente. El referéndum lo hicimos y ganamos, por tanto, lo que debe empezar es este proceso que pueda acabar en otro referéndum pero sobre una constitución catalana.
-¿Y para obtener el reconocimiento internacional?
-También existen varias. El reconocimiento internacional no viene de un día para otro, sino que es progresivo. Esto no significa que sea lento, puede ser relativamente rápido, pero lo seguro es que es progresivo. Hay muchas formas de obtenerlo. En primer lugar se deben buscar socios internacionales y estratégicos que se comprometan aunque sea ‘off the record’ a reconocerte. No puedes tirarte a la piscina sin saber si hay agua. También hay formas de forzar un reconocimiento internacional aunque haya países que no quieran hacerlo, como la transmisión de los tratados bilaterales. El establecimiento de tratados bilaterales implica de por sí el reconocimiento. Lo que podría hacerse es una notificación oral en la que Cataluña se comprometa a seguir aplicando los tratados que determinado país tenga con España una vez sea independiente. Así, se realiza un nuevo tratado y se obtiene el reconocimiento.
-¿Fue 2017 un salto a una piscina vacía?
-Claro. Éste es el gran problema. Desde servicios exteriores se hizo muy buen trabajo, se dieron conferencias para explicar el motivo de la independencia y esto era necesario. Ahora bien, se debían haber preparado cuestiones como la sucesión de estados y no se hizo. Esto lo precipitó todo. Se vieron obligados a proclamar la independencia pero no tenían con qué ejercerla. Esto fue el mayor error.
-La movilización social fue clave para poder votar y para que se hiciera la posterior DUI. ¿Hasta qué punto es importante mantenerla activa?
-Es crucial, pero debemos saber que cada vez que movilizamos a la sociedad civil para protestar o para hacer presión al Gobierno estamos legitimando la autoridad establecida. Sin embargo la movilización tiene muchas ventajas. Hay que hacerla para presionar a los políticos, para canalizar las demandas sociales y para legitimar a la autoridad catalana y deslegitimar a la española.
-¿Qué acciones específicas se pueden realizar para desautorizar al Estado español?
-Por ejemplo pagar los impuestos a la Agència Tributària Catalana, cumplir las leyes que apruebe un Parlamento de la República Catalana independiente e incumpliendo la legislación española donde se pueda y según los riesgos que pueda asumir cada ciudadano y cada empresa. Se trata de demostrar a la comunidad internacional que tienes la autoridad y la gente está cumpliendo.
-¿Las instituciones actuales son capaces de avanzar hacia la independencia?
-Las instituciones que tenemos son de obediencia española. Todas, desgraciadamente. Los partidos políticos tienen un marco mental español y no tenemos cultura de Estado ni de seguridad nacional. El soberanismo catalán ha generado mucha bibliografía, pero no ha terminado de servir para generar una cultura de Estado. En España la tienen.
-¿Cómo se rompe ese marco mental?
-Romperlo es complicado. La sociedad civil catalana, o al menos la base soberanista, la ha roto. Hemos cambiado de chip y roto el vínculo emocional con España. Ahora faltan los políticos porque los vínculos económicos son muy fuertes. Una de las primeras cosas que necesitamos para cambiar de marco mental es un clúster empresarial potente en favor de la independencia. A pesar de los esfuerzos de entidades como el Círculo Catalán de Negocios no hemos acabado de conseguirlo, porque la gran empresa catalana vive del Ibex-35. Aquí hay unas sinergias muy fuertes. He visto cómo gente independentista de pura cepa han acabado ascendiendo en la escala política y han cambiado radicalmente de mentalidad, porque comen y se reúnen con presidentes de grandes corporaciones españolas en Catalunya. Hay gente que dice que deberíamos esperar a que España quebrara, pero las primeras empresas que irían a apuntalar Madrid son estas grandes empresas catalanas.
-¿La negociación de los presupuestos del Estado es un ejemplo de este marco mental?
-Sí. De hecho, el Círculo Catalán de Negocios se desvinculó en 2015 del Proceso justamente porque empezamos a intuir que iban de farol y había un ‘gap’ entre lo que se estaba explicando y lo que veíamos en los pasillos. La independencia nació muerta a partir del acto de Junqueras de finales de 2014, cuando Mas le ofreció ir juntos [a las elecciones del 27-S] y él lo rechazó [inicialmente].
-¿Cambiaría la situación la vuelta de Carles Puigdemont del exilio?
-Los de Puigdemont parecen tener más capacidad de éxito que los de Esquerra, pero aún así han fallado. Puigdemont debería haber formado un gobierno en el exilio cuando no pudo recoger el acta de diputado. Habría tenido la legitimidad para hacerlo, pero parece que renunció a ello. Esto no quiere decir que no pueda tener otra oportunidad, que para mí llegaría si se presentara a las elecciones como cabeza de lista, ganara y no pudiera recoger el acta de diputado. Entonces volvería a tener la oportunidad de hacer un gobierno en el exilio, pero parece que esto no está en su agenda. El valor que tiene Puigdemont en el extranjero es brutal, y aún tendría más fuerza si no pudiera ser elegido pese a ganar. Ahora, si te presentas y gana ERC dejémoslo correr…
-¿Hizo bien en marcharse antes de ser encarcelado?
-Cada uno jugó su papel. Algunos jugaron un papel de víctima, otros el de héroe. No se lo reprocho, pero entre ir a la cárcel e ir al exilio es mucho más efectivo marcharse si lo que quieres es la independencia. Si quieres chantaje emocional a la gente está bien la cárcel. Al Estado le da igual la opinión que pueda tener la comunidad internacional. Tener presos políticos no sé si ha servido para moderar al Estado o más bien para neutralizarnos a nosotros mismos. Ha sido contraproducente: la primera lección de un combatiente es no dejarse atrapar.
-¿Cómo valora la iniciativa de la UE de regular el derecho a la autodeterminación?
-Es uno de los graves problemas que tenemos ahora. El derecho a la autodeterminación está ya regulado por el derecho internacional. Hay gente que aplaude que la Unión Europea lo regule, pero esto es demoledor, horroroso. Es lo peor que puede pasarnos, porque significa fragmentar el derecho internacional, cuando debe tener un alcance universal. Además, si la UE regula el derecho a la autodeterminación no será para facilitarlo, será para impedir que se pueda realizar en ningún territorio una secesión sin el acuerdo de su Estado y de forma unilateral.
EL MÓN