EL día de San Miguel, 29 de septiembre, fallecía en Pamplona el sacerdote José María Celayeta, primera víctima en Navarra de la famosa y triste gripe A. Era natural de Arraioz (valle de Baztan) y el funeral se celebró allí. Lo presidió el arzobispo de Pamplona, don Francisco Pérez González. El funeral, oficiado por el arzobispo, prácticamente todo él fue en euskera. Al final del mismo le dije: “Por lo que a mí respecta, le doy las gracias por el esfuerzo que ha hecho para realizarlo todo en euskera. Supone en usted un aprecio grande de esa lengua nuestra, tan relegada por nuestras autoridades políticas, y sobre todo el esfuerzo que ha hecho para ello. Se le nota un avance notable, con las deficiencias inevitables que a todos nos hacen sufrir, a usted el primero”.
“Le agradezco -le dije- por el valor que ha demostrado al afrontar este problema, entre nosotros tan insoluble”. Y le añadí: “Esto no tiene otra solución que la siguiente: que nosotros volvamos a la situación primogenia que se nos arrebató con las armas con ayuda de Roma. Ahora Roma nos debería ayudar, como entonces, a conseguir la independencia que necesitamos”. Se sonrió.
Los obispos que mandan aquí tienen que pasar mil apuros y hacer mil virguerías, y hacen lo que pueden
De esta situación tan extraña e injusta que padecemos, y que nos fuerzan a vivir a diario, y por la que también tiene que pasar el arzobispo de Pamplona, la culpa la tiene Roma. Se ha pedido mil veces que la arregle de una vez, pero Roma no hace nada para resolverla y, por no ceder, no cede ni siquiera a las peticiones de los obispos españoles que ya le han pedido al Vaticano que la resuelva de una vez. Pero éste cede a los intereses políticos del Estado español y pospone las razones religiosas que se le dan.
La situación requiere dos cosas: 1ª. Que el arzobispo de Pamplona sepa la lengua de aquí. 2ª. Que se reestructure de una vez la Iglesia vasca con sede en Pamplona. Pero Roma no hace nada, calle y hace que las cosas se perpetúen tal como están. Hace décadas que Roma no ha nombrado obispos de Navarra que sepan euskera, ni que no lo sepan. Cuando hay que nombrar a alguno, responde que no los tiene. No quiere tenerlos, ésa es la verdad. Y en cuanto a la reestructuración de las diócesis vascas, prefiere el esperpento actual a poner las cosas en su orden. Le es, por lo visto, más conveniente ceder a los intereses del Estado que ceder a las razones que se le dan y a los intereses religiosos de aquí. Inaudito pero cierto.
Los obispos que mandan aquí tienen que pasar mil apuros y hacer mil virguerías, y hacen lo que pueden. Pero Roma sigue erre que erre. Incomprensible, cruel, pero real. Cuando las tropas del Rey católico, a las órdenes del duque de Alba y ayudadas en esto por las gentes de aquí, se apoderaron del Reino de Navarra a sangre y fuego, provocando miles y miles de muertos (sólo en la última batalla de Noain se dice que murieron más de 5.000 hombres navarros), y en cuyo desenlace influyó Roma muy eficazmente, el Reino desapareció y Navarra fue anexionada a Castilla. Entonces Navarra pudo resistir en su espíritu y conservó su religión a pesar de todo, viviendo muchos siglos de hacendado catolicismo. Pero este tipo de cosas no se olvidan nunca, por mucho que se pretenda ignorar el asunto y se tergiversen las cosas. Pero las circunstancias han cambiado. Inmersos en una crisis general, y todo muy ideologizado, si el pueblo vasco navarro se convence de que el catolicismo y Vasconia son antagónicos, acabará por rechazar la fe desdeñosamente, y el catolicismo perderá sus días en esta tierra santa que es la nuestra. La culpa será de Roma. Así se lo dije una vez a un obispo de aquí que no parece le diera demasiada importancia al asunto. Sólo dos cosas debe hacer Roma, y bien sencillas: 1º. Nombrar obispos de aquí, vascoparlantes. 2º. Reestructurar las diócesis vascas alrededor de su capitalidad, Pamplona. Bien poca cosa. Si no lo hace, de ella será la culpa y de nadie más. Los obispos que vienen aquí hacen lo que pueden, pero ya no es suficiente. Nada en la historia se hace o deja de hacerse que no tenga sus repercusiones, y las de aquí podrían ser muy negativas. Muchos lo sentiríamos en el alma. El entierro ejemplar del sacerdote José Mª Celayeta mostró claramente cómo están las cosas y mostró, a su vez, cuál es la solución adecuada. Lo que se hizo fue de alabar, pero no es suficiente. Es preciso que Roma haga lo que debe, porque hace ya siglos que las cosas están sin arreglar y quizá se agraven cada día más, aunque es de agradecer lo que hacen los obispos de aquí con tan buena voluntad. Es una llamada seria y urgente a la vez para que se arregle esta situación que nunca debió darse. No se olvide nunca Roma del amor a los pueblos tal como ellos son.
La famosa frase del cardenal Cañizares “la unidad de España es un bien moral que hay que conservar” no es más que una balandronada imperialista sin base ética e histórica alguna. Las naciones americanas, un día conquistadas por España con muchos millones de muertos, son hoy día todas libres. ¡Viva la libertad y la independencia!