Dicen que la fe mueve montañas. Jesús de Nazaret, uno de los filósofos más potentes que ha conocido la humanidad, predicaba la fe como la única fuerza capaz de redimir a los hombres de la esclavitud moral. Para el cristianismo, ser humano es haber caído en un pozo de abyección del que no podemos salir por los propios medios, pues a diferencia del barón de Munchausen no podemos despegarnos del barro estirándonos el pelo. Los independentistas catalanes lo expresan con una metáfora igualmente gráfica: la rueda del hámster. Podemos consolarnos pensando que nos hemos rehecho de cada derrota, sobreviviendo a las persecuciones y los exilios, como los judíos, que mientras los nazis los exterminaban a millones y el resto del mundo hacía la vista gorda, todavía se alentaban entre sí diciéndose: “El año que viene, en Jerusalén”. Los catalanes hace una década larga que nos decimos: “Dentro de un año, independientes”.
Pues bien, los judíos están en Jerusalén a pesar de que a principios de 1945 parecían a punto de desaparecer de todos los mapas. Siguen estando allí a pesar de que el mundo árabe intentara destruirlos en 1948, Egipto volviera a intentarlo cerrando el estrecho de Tiran en 1956, e insistiera en ello durante la guerra de los Seis Días junto con Siria y Jordania y ayudados por Irak, Arabia Saudí, Kuwait y Argelia. A esa guerra siguió la guerra de desgaste iniciada otra vez por Egipto con el apoyo de la URSS, Jordania y Siria, además de la OLP. Se alargó hasta 1970 y volvió a encenderse en 1973 con la del Yom-Kippur, más o menos con los mismos protagonistas. Y todavía hay que tener en cuenta los conflictos constantes en el sur de Líbano desde que la OLP se trasladó a ella en 1971, continuados por Hezbolá, formación paramilitar armada y sostenida por Irán.
Paradójicamente, ha sido el éxito de Israel al resistir la hostilidad ambiental y cumplir el primer deber de un Estado, esto es proteger la vida de los ciudadanos, lo que le ha hecho perder la simpatía del mundo occidental, mezcla de admiración por la intrepidez de aquel pequeño país nacido en medio de un avispero y de remordimiento por los cerca de dos milenios de persecuciones, expulsiones, discriminación, humillación y finalmente el mayor genocidio de la historia. Un término, genocidio, que en su caso no se podrá poner nunca entre comillas, y que, acuñado por un judío polaco, Raphael Lemkin, ha terminado volviéndose contra ellos de una manera conceptualmente abusiva, por mucho que nos subleve la cifra de víctimas civiles en Gaza, como deberían sublevarnos las de todos los conflictos bélicos.
Quizás en ninguna parte ha sido tan repentino el vuelco sentimental como en Cataluña. Durante décadas los catalanes se habían reflejado en el pueblo judío. Salvador Espriu lo había empleado como metáfora de la travesía del desierto del pueblo catalán durante el franquismo. Una de las primeras cosas que hizo Jordi Pujol después de obtener la presidencia fue establecer relaciones oficiales con Israel cuando España todavía no las tenía. Pasadas dos décadas, al cambiar el govern de la Generalitat, el president socialista Pasqual Maragall y el exconsejero jefe Josep Lluís Carod-Rovira viajaron a Israel en 2005, para rendir homenaje a Yitzhak Rabin, un viaje que será recordado por el chiste del líder de ERC al fotografiarse ceñido con una corona de espinas en un puesto de recuerdos para turistas. La corriente de simpatía, al menos oficial, llegó al punto de especular con el reconocimiento de la república catalana en octubre de 2017. Puedo testimoniar que, en mi entorno, las personas más informadas y acordes con el pleito catalán eran judías e israelíes, y puedo decir de primera mano que una de las contadas reuniones del president Torra con congresistas durante su viaje oficial a Estados Unidos se concertó por medio de simpatizantes judíos.
Todo esto empezó a ir aguas abajo cuando el Ayuntamiento de Barcelona, bajo la férula de Ada Colau, rescindió el hermanamiento con Tel-Aviv y suspendió las relaciones con Israel, en febrero del año pasado, con un gesto que podía interpretarse en clave antiindependentista. En septiembre, Jaume Collboni intentó enderezarlo restableciendo el hermanamiento municipal, sólo para rematarlo en noviembre rompiendo las relaciones con Israel precisamente el día en que Hamás entregó el primer grupo de rehenes, trece mujeres y criaturas más diez tailandeses y un filipino que habían sido secuestrados con unos 230 israelíes el pasado 7 de octubre. Collboni no encontró mejor momento para presionar a Israel que durante aquella pausa en las hostilidades que se extendió hasta el primero de diciembre. El pensamiento de Collboni, según declaró entonces, era presionar a Israel en favor de un alto el fuego definitivo. El alcalde no tenía en cuenta ni el resto de rehenes retenidos por Hamás ni la crueldad sufrida en el cautiverio, particularmente las mujeres. Y pasaba en silencio la brutalidad con la que los habían capturado, hombres y mujeres de todas las edades, hasta criaturas de dos años, dejando un rastro de cuerpos quemados y mutilados, hasta mil doscientos civiles fallecidos en una operación de terror programado.
Hace pocos días el claustro de la Universidad de Barcelona resolvió romper las relaciones con las universidades israelíes en otra decisión de carácter simbólico, pues a diferencia de las demandas de desinversión en las manifestaciones habidas en los campus americanos, la autoexclusión de la UB del ámbito de investigación israelí no tendría ningún efecto en la valoración política del conflicto por parte de Israel. Pero todavía existe otro equívoco en esta resolución, pues la universidad existe como comunidad de saber que florece con el intercambio de conocimientos y la diseminación de la ciencia. No es una comunidad ética en el sentido que Kant daba al término, diferenciándola de la comunidad política. Esta última funciona como una comunidad jurídica con un sistema de normas públicas obligatorias, pero no puede obligar a los miembros a integrarse en una comunidad ética, pues la idea de comunidad ética no puede imponerse nunca por la fuerza.
Ante la finalidad para la que existe, ¿le conviene a la universidad ejercer su mandato al azar de los conflictos en los que continuamente se enfrascan los estados? Si para responder a esta pregunta alguien se reclama de los valores morales que legítimamente acompañan al conocimiento, habrá que preguntarle por los criterios con los que se aplican. Si la universidad se cree obligada a regular la colaboración internacional teniendo en cuenta los conflictos armados, ¿con qué arbitrio elegirá las instituciones con las que puede mantener relaciones y las que hay que vetar? ¿El claustro de la UB ha pedido suspender las relaciones con las universidades rusas a raíz de los incesantes bombardeos de las ciudades de Ucrania? ¿La ha suspendido con las universidades de China por la feroz represión de Hong Kong? ¿Con las universidades turcas por el ensañamiento con la minoría kurda? ¿Con Irán por mil y una razones? ¿O con las universidades americanas, a la vista de que Estados Unidos envía ayuda militar a Israel y es su principal y a veces el único valedor en Naciones Unidas? Y si me perdonan una punzada maliciosa, ¿la UB ha propuesto suspender las relaciones con las universidades españolas a raíz de la guerra sucia, el 155 y la persecución truculenta de los representantes electos y cientos de personas acusadas de terrorismo por ejercer los derechos democráticos?
Entre los críticos de Israel hay quienes rechazan toda solución que acomode las legítimas reclamaciones de unos y otros. Luego están quienes le piden continencia o incluso el alto el fuego incondicional, secundando así la exigencia de Hamás para entregar a los rehenes que todavía están vivos. Hay buenas razones para indignarse ante el alto coste en vidas, palestinas desproporcionadamente, de esa guerra. El extremismo de Netanyahu y de sus gobiernos conservadores ayudó a preparar el polvorín, permitiendo que Hamás tomara el liderazgo en la Autoridad Nacional Palestina. Su gobierno ultraconservador ha encendido aún más los ánimos disculpando, si no convitando a, los crímenes de los colonos en el Banco del Oeste. Pero hay razones no tan buenas, como aprovechar la ola de indignación para desatar el antisemitismo latente o hacer política con un populismo abyecto.
No cabe duda de que dentro del colectivo judío triunfa el maximalismo de Netanyahu exigiendo una guerra sin cuartel y excusando a las muertes de civiles con el argumento de que son habituales en cualquier guerra moderna. Ni que decir tiene que este argumento, además de insensible, no es práctico, pues en toda situación mafiosa hay que tener en cuenta la precaución de Don Ciccio en ‘El Padrino’. Tras haber asesinado a Antonio Andolini, el ‘padrone’ ordena matar también a los hijos, a fin de que no puedan volver algún día para vengar al padre, como acontece efectivamente cuando Vito Corleone regresa a Sicilia y apuñala a Don Ciccio. La moraleja de la historia es que cuantas más víctimas haga Netanyahu en Gaza, más garantizará el retorno de la violencia en la próxima generación y más insegura será la vida en un Israel cada vez más bunquerizado.
Israel es hoy un Estado bajo sospecha, habiendo llevado la represalia por la devastadora acción de Hamás el 7 de octubre probablemente demasiado lejos. El tiempo dirá si con esta operación se habrá reforzado y consolidado su democracia, excepcional en la región, o se habrá debilitado extremando las divisiones internas e inflamando la amenaza exterior. De lo que no puede haber ninguna duda es de la formidable fe de los judíos en sí mismos y la fidelidad a una historia de adversidad milenaria que les liga como pueblo y les liga con una tierra que, si les había sido prometida por su Dios, se ganaron con energía y sacrificios, como siempre se han ganado y defendido las tierras desde que el mundo es mundo.
Ahora no es el mejor momento para reanudar el reflejo catalán con el pueblo judío, ni sería aceptable, pero quizás se puede recobrar el ejemplo por vía negativa señalando las diferencias y ante todo en intensidad de fe. Si los catalanes confían en que el territorio les haga el trabajo de renovarles la identidad en lugar de combatir ellos por el territorio, las montañas continuarán donde están, sin duda, pero puede ocurrir que un día el altivo Pirineo ya no reconozca el pueblo que nació entre los riscos y los valles de las crestas y los bautizó con los sonidos de una lengua que flaquea además correr entre los hombres y mujeres de poca fe.
(º) Salvador Espriu. https://www.catorze.cat/biblioteca/inici-cantic-temple-64159/
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