Academia Valenciana de la Llengua

El síndrome Galileo en la AVL

Salvador Enguix

Razón frente a superstición. Ciencia frente a creencia. Así se ha escrito la historia de la humanidad. La lucha entre lo que es y lo que creemos que debe ser, entre la hipótesis  verificable (estado racional) y el sentimiento (siempre irracional). Tensión que conocemos bien los valencianos, pues es una constante en esta geografía. Vean sino el caso de la Academia Valenciana de la Llengua, AVL, a la que la Generalitat Valenciana no le permite presentar su “Diccionari” porque al definir el “valenciano” lo equipara con el catalán. Y se ordena, desde la Generalitat Valenciana, paralizar la presentación de una obra que ha tardado doce años en fraguarse, con 99.000 referencias y que cuenta con el apoyo de casi todos los académicos. Estos, al fin, dan continuidad en su conclusión a la romanística internacional, que es una ciencia; a lo que dice la RAE y a las muchas sentencias (Supremo y Constitucional) que avalan esta doble denominación.

No se equivoquen. No es que el PP valenciano haya caído en el síndrome Galileo (dícese de aquel que cede a la irracionalidad para atacar la ciencia). Difícilmente un diputado popular le negará, en la intimidad, lo que dicen académicos y universidades de “todo” el mundo. Es un asunto político, un asunto de poder, siempre lo ha sido. El partido de Alberto Fabra para estar unido, y evitar fisuras (ya se anuncian varias, a la sombra de UPyD, Vox o Ciutadans) debe mimar a la tropa secesionista, que es numerosa. ¿O ya hemos olvidado que el PP logró gestionar la Generalitat Valenciana en 1995 gracias a Unión Valenciana o que Rita Barberá fue alcaldesa de Valencia en 1991 por lograr sólo un concejal más que la lista de González Lizondo y pactando con el líder unionista finado? El PP valenciano lo sabe; una fractura organizada de ese sector y se acabó el proyecto hegemónico que construyó Eduardo Zaplana.

El president Alberto Fabra busca una “solución pactada” (¿una más?), que debe llegar por un dictamen del Consell Jurídic Consultiu, CJC, dicen. Es decir, maniobrar para que unos, los que niegan la unidad lingüística (y que piden el cierre de la AVL, atentos), se queden tranquilos y para que los otros, digamos los “academicistas”, aguanten y cedan. Ganar tiempo, al fin. Es también una constante en la historia valenciana de los últimos cuarenta años. Y volveremos a verlo: en esta lucha siempre han sido los mismos los que han salido perdiendo, que son los que creen en la ciencia y en la razón. Pero ya les digo que la “qüestió de noms” no es el mayor problema que afecta a nuestra lengua. Les doy un ejemplo: en la sociedad valenciana ya no quedan medios de comunicación públicos en valenciano, y en los privados la oferta es escasa, casi testimonial. Así nos va.

 

Una mafia mediocre y parasitaria

Ferran Suay

VILAWEB

La reacción del PP valenciano ante la publicación, por parte de la Academia Valenciana de la Lengua (AVL), del ‘Diccionario normativo’, refleja perfectamente las dos almas que lo configuran: el franquismo ideológico y el franquismo organizativo.

En coherencia con la vertiente ideológica, siempre han profesado un violento desprecio por toda cultura que no fuera la castellana. Cualquier otra lengua ha sido para ellos un estorbo, un anomalía molesta y prescindible, que había destruir definitivamente, cuanto antes. De hecho, creo que el clásico recurso al concepto de autoodio, que Gordon Allport definía, en 1949, como el desprecio que se experimenta hacia características que nos son propias, ha quedado claramente superado por la sucursal valenciana del PP. Ellos no sienten el valenciano como algo propio. Les es perfectamente ajeno. Ellos hablan, escriben, viven y crían los hijos siempre en perfecto madrileño. Sin fisuras. No es, por tanto, ningún tipo de autoodio, es puro y simple odio.

Vean cómo el modelo de cargo del PP es de una uniformidad monolítica: un apellido de profunda resonancia valenciana (Bellver, Camps, Barberá, Ripoll…) precedido invariablemente de un nombre genuinamente castellano. No hay lugar para ningún Vicent, Beatriu o Francesc dentro del PP. Sólo los castellanos vocacionales tienen cabida. Si a alguien le falta alguna prueba adicional, basta recordar la actual consejera de Educación pidiendo disculpas públicas por el ‘defecto de ser valencianoparlante’,

Tradicionalmente, han compaginado el afán exterminador que forma parte de su ADN ideológico con un discurso sobre el valencianismo, perfectamente folclórico y superficial pero aún con una cierta capacidad de engañar a alguien. Se envolvían con la bandera coronada para (siempre en castellano, eso sí) hablar del valenciano sólo cuando podían sacar rendimiento electoral, a base de atizar sin reparos el conflicto y el enfrentamiento entre valencianos.

Por otra parte, el franquismo organizativo que profesan les ha llevados a construir un modelo de partido basado en las lealtades incondicionales, la adulación indisimulada y los favores debidos y pagados. De esto, sin embargo, ha resultado una brutal falta de talento en sus filas. Como los únicos criterios de progreso interno han sido la reverencia al superior jerárquico, la sumisión abyecta y la información privilegiada, ahora que las circunstancias ya no son tan favorables, no queda nadie capaz de pensar con un mínimo de claridad. No es sólo que tienen unos líderes patéticamente mediocres y profundamente discapacitados para concitar ningún entusiasmo, es que ni siquiera tienen asesores capaces de aportar ninguna idea pasable sobre cómo afrontar los acontecimientos que les desbordan día tras día.

Sobre la publicación -después de doce años de trabajo- del ‘Diccionario normativo’, no han dicho ni ciruela. Sólo les ha interesado el párrafo en el que se equiparan los términos ‘valenciano’ y ‘catalán’ como nombres de una misma lengua. El diccionario, como la lengua, no les interesa porque no se lo han de mirar ni mucho ni poco. No tiene ningún espacio en sus vidas cotidianas. Ni en la del partido ni en la de los militantes. Su propuesta para los valencianos es clara y diáfana: ser valencianos ha de ser nuestra manera de ser unos madrileños de segunda categoría. Y, eso sí: ¡a callar y a pagar!

Pero es la dimensión organizativa de su franquismo lo que ahora les pasa una factura más elevada. Actúan en pánico. Y, como cualquier organismo vivo y atemorizado, tienden a hacer lo que tienen más automatizado, que es -en el caso que nos ocupa- avivar el conflicto. La estrategia les había funcionado en el pasado. Pero ahora no tienen ni el talento ni la capacidad para hacer un análisis de la situación y llegar a entender que tal vez ya no les resultará tan efectivo. Es así que el señor Fabra (Don Alberto, no Don Carlos) reacciona con un tic tan franquista como la amenaza velada de cerrar la academia. Es muy sencillo, si no nos conviene lo cerramos todo, las oficinas de promoción lingüística, las líneas en valenciano en las escuelas, todas las emisoras de radio y televisión. Y si es necesario, la AVL o la Generalitat y todo. Las instituciones están para servir a los intereses particulares del PP. Y si no, las cerramos y punto.

No comprenden (no pueden) que no hay ninguna estrategia que sea eternamente efectiva, ni ningún imperio que dure para siempre. Sólo tienen los automatismos adquiridos con los años de enquistamiento en el poder. Unos automatismos que les dictan que no deben perder ninguna ocasión de sembrar el odio y la discordia a costa del valenciano. Quizá sin un franquismo organizativo tan arraigado, y sin la enorme carga de incompetencia que de él se deriva, se habrían dado cuenta de que, por una vez, quizás era mejor dejar pasar la oportunidad, y haber optado por una presentación ‘de perfil bajo’ del diccionario de la AVL, en lugar de abrir otro frente de batalla, en una guerra que les desgasta demasiado.

Quizá sin tanta mediocridad parasitaria serían capaces de darse cuenta de que a estas alturas su problema no es tanto si la gente los percibe o no como ‘valencianistas’, sino que dejen de percibirlos como una mafia. Claro que, bien mirado, esto posiblemente requeriría que dejaran de ser una mafia. Y entonces dejarían de ser el PP.