Se repite hasta la saciedad que un pueblo que olvida o desprecia su historia pierde su identidad. Es lo que sucede a muchísimos nabarros. Dejémosles sin San Fermín, un San Francisco Javier absolutamente inexistente, Osasuna y la jota, y se agota su nabarrismo. Lo de los fueros es otro cantar ya que, al parecer, ni barruntan su significado. Ignoran que nuestro fuero nos hacía soberanos y que no soportaba interferencias ajenas. ¿Cómo les va a doler la pérdida de nuestras raíces baskas si desconocen quienes somos y de dónde venimos?
Son estos compaisanos los mismos que, rezumando españolidad, tampoco sabrían dar cumplida razón de tal concepto. Y son los que están aceptando sin levantar la pestaña que líderes de partidos españoles afirmen con todo desparpajo -añadiría con toda desvergüenza, arrogancia y falta de respeto hacia los nabarros- que Nabarra es española por los cuatro costados.
Ellos, tan preocupados por nuestra identidad propia, “¡innegociable!”, hoy mismo, asisten mudos, cuando no satisfechos, al comercio más zafio y humillante que los dirigentes del tardofranquismo (PP o PSOE, ¿qué mas da?) tejen con nuestro pueblo. “Nabarra no está en venta”. Desde 1512 nos están vendiendo…
Y ahí están, en un número preocupante, ignorantes de las vicisitudes que nuestro pueblo ha tenido que padecer, para llegar hasta esta pérdida de conciencia y de autoestima.
Este mes volveremos a juntarnos en Getze otros nabarros con la idea de restaurar la memoria oculta o tergiversada y la dignidad de Nabarra. Somos conscientes de que en Noain, en 1521, aparte de la discutible estrategia del General Asparrot, fracasó la cohesión de un pueblo. Fue la ambición de muchos nabarros traidores, a la que con espíritu fratricida se unieron alaveses y guipuzcoanos, la que colaboró estrechamente con el invasor castellano.
La batalla de Noain fue clave en la evolución de Nabarra. No precisamente porque la debacle terminara con la conciencia soberanista de nuestro pueblo, sino por el afianzamiento militar, hasta hoy día, de las tropas invasoras en el corazón del reino.
Durante siglos, como reconocen Moret, Madrazo, Campión, Lacarra…, la moderna historiografía (Nabarralde es un buen testimonio) y los propios invasores, el pueblo nabarro reclamó su soberanía. Este no renunciar a ella supuso en el tiempo una pléyade de mártires. Son hechos y actitudes que deliberadamente se nos han hurtado y manipulado.
El enorme poder coercitivo de España y Francia se ha ejercido con violencia, leyes perversas e intoxicaciones mediáticas. Es esta represión, y no otras causas, la que ha conseguido, al menos aparentemente, adormecer, cuando no anquilosar, la conciencia de nuestros pueblos. Pero no del todo. Los invasores saben que aquí permanece un rescoldo que puede reavivarse con vientos propicios.
Es con esta esperanza con la que muchos nabarros, convocados por Nabarralde, asistimos a Getze. Nos sentimos orgullosos de ser nabarros, con la ilusión de poder un día cohesionar a toda Euskalherría. Aquí, no hay anexión posible de nadie sobre nadie, sino libre y plebiscitada reunificación.
Sabemos que estamos viviendo en una sociedad que, según la perspectiva, puede parecernos enferma, carente de valores humanos, de conciencia cívica, egoísta e insolidaria. Es una especie de insensibilidad y violencia global, que parece trascender frívolamente estas efemérides tan trascendentales para la pervivencia de un pueblo.
Hoy nos mueve más un crucero que las pateras de la muerte, un buen buga más que los desequilibrios sociales, un reality show más que investigar en nuestras raíces.
Los estados, pues, apabullan con sus imponentes instrumentos mediáticos y de violencia legal, la memoria y las aspiraciones de los pueblos. Esto es moral y humanamente reprobable.
Es un momento crucial en que no podemos permanecer solo a la defensiva. Hemos de aprovechar los pocos recursos democráticos que nos deja el sistema para interpelar a los estados de la globalización. Siempre mantendremos la esperanza de que las cosas evolucionen, avancen los derechos humanos y con ellos nuestras reivindicaciones.
Es preciso tener bien claro que, si no mantenemos activo el rescoldo de nuestra memoria, cuando llegue el momento perderemos el fuego de la casa del padre, la luz y toda esperanza.