A rúa do inferniño

EN Santiago, ciudad cristiana donde las haya, a los callejones sin salida le llaman inferniños, porque, aunque contrarrestan la dureza del término con el omnipresente diminutivo de nuestra lengua, es evidente que el que se mete por allí no llega a ninguna parte. Y por eso entenderán que cada vez que paso al lado del monasterio de Antealtares, y veo la Rúa do inferniño, me acuerde de ustedes, los vascos, a quienes algunos quieren conducir hacia la paz por un callejón sin salida. Así lo demuestra, aunque solo a quien quiera verlo, la manifestación del sábado, que, al mismo tiempo que deja claro que la inscripción de Sortu es una exigencia de mucha gente, también evidencia que con la cultura democrática que tenemos en España, con la ley de partidos, con la opinión pública creada y sostenida, y con la forma de entender el gobierno que dejamos entrever, no hay legalización posible, ni ahora, ni nunca. Y eso es la compostelana Rúa do inferniño, que tiene entrada pero carece de salida.

Primero está la cultura política de los españoles, a quienes no les repugna nada que la democracia se defienda por procedimientos no democráticos. Nuestra democracia es, sobre cualquier otra apreciación, una formalidad legal, y por eso no hay nada que no pueda hacerse si se cuenta con una ley que lo diga y un tribunal que lo trague. El concepto de Estado de Derecho -que es condición de la democracia pero no su sinónimo- se ha tragado de un solo bocado el ideal de democracia, y por eso hay muchos millones de españoles que no están dispuestos a discurrir ni a defender nada que vaya más allá de los sorites con los que los jueces, siempre que haya terrorismo por medio, simulan la democracia.

Después está la Ley de Partidos, que consagra la primacía de los indicios sobre los hechos y de las segundas lecturas sobre las primeras, que permite que las personas sean portadoras de criminalidad aunque no sean criminales, y que da alas a cualquier forma de hacer las cosas que nos conduzca a donde queremos llegar.

La tercera herramienta es la opinión pública, que, al solo conjuro de la palabra terrorismo, ya no sabe razonar, ni cree en las ventajas de hacerlo. La idea de que todo se resuelve mejor por fuera de la raya que por dentro está muy asentada, y ya se pueden contar con los dedos de una mano los que, sin pertenecer a los mundos de la izquierda, ni ser abertzales, ni ser siquiera vascos, seguimos empeñados en salir de este embrollo por la vía de la razón y la pureza democrática.

Lo fácil es acumular tópicos y venderlos como artículos, y reducir toda la civilización al quinto mandamiento, porque nadie nos va a pedir nada más.

Y por último está la visión que tenemos del hecho de gobernar, que, lejos de implicar la solución real de problemas, o la apertura inteligente de nuevos caminos, se reduce exclusivamente a seguir el prospecto, a darle por el palo a la opinión pública y a no meterse en ningún problema que tenga aristas cortantes o laberintos inciertos. In dubio contra reo, parecen decir López, Cospedal y Rubalcaba. Y así actúan, sin temer que nadie les revise sus omisiones ni su cómoda decisión de, en vez de gobernar, leernos el catecismo.

Después de tantas treguas trampa, como diría Mayor Oreja, los batasunos acaban de caer en la vía legal trampa, donde siempre quedan motivos -legales, por supuesto- para no hacer ni decir nada que pueda cambiar la situación. Y por eso hay que empezar a sospechar que el motivo de todo es precisamente ese: que el PP y el PSOE están tan cómodos en este impasse, sin responsabilidades ni riesgos, que ya no desean llegar a ningún puerto.

 

Publicado por Deia-k argitaratua