A medida que lo leemos, se nos despliega: he aquí una de las grandezas de la obra, extensa, intensa, incitadora de Joan Fuster. Y de acuerdo que no deberíamos necesitar excusas para leerlo (ni para releerlo, que desde el aforismo famoso ya sabemos que es la única manera seria de leer), pero tampoco pasa nada si un toque o recuerdo (en forma de año conmemorativo, por ejemplo) nos ofrece el pretexto de volver. De volver a hacer un artículo sobre Fuster, por ejemplo. Porque sí. Por ganas de hacerlo. Porque Fuster no se acaba, porque tira y pincha y estimula y hablabas ayer en la Biblioteca de Cataluña y mañana oirás más cosas quién sabe dónde y ahora, ante la hoja en blanco metafórica que es la pantalla del ordenador, las incitaciones asaltan y asaltan y asaltan hasta que lo toman.
Para compartir lo que hablábamos ayer, por ejemplo: la forma de hacer de Joan Fuster, esa continua, sistemática, práctica reivindicación de la razón. No en el sentido de tenerla (“todos, si llegamos a tener razón, la tenemos a medias”), y menos aún de imponerla, sino de utilizarla, es decir, de razonar.
Dice Enric Soria que Joan Fuster era un escéptico en un país de fervorosos. Creo que es una hermosa descripción. En la entrevista que Montserrat Roig le hizo para la televisión (honda y larga y sin buscar la gracia ni el titular llamativo: qué añoranza), él mismo lo explicaba claramente (tan claramente, que parece un redactado: así hablaba Fuster, con esta precisión): “El escepticismo es un método, es poner a prueba tus ideas permanentemente, y las ideas de los demás, es una desconfianza inicial, pero no para abolir un principio de verdad, sino para depurarlo”.
La reflexión nacional y cívica de Joan Fuster tiene esta doble vertiente, justamente: la afirmación de la catalanidad, digamos, como proyecto de futuro colectivo, de modernidad positiva (“la ‘unidad’ que somos abraza y tolera una pluralidad perceptible”), y la exigencia (la autoexigencia, también) y la práctica de la racionalidad.
No era un filósofo, no confirió un sistema de pensamiento. No era esa su pretensión. Fuster supo construir un discurso de ideas coherente y empapado de los argumentos de autores que le servían de antecedentes reconocidos y reivindicados, los de la escuela del humanismo racionalista, los ilustrados a los que llamaba “libertinos”. Y su combate de fondo, salvando la distancia de los siglos y las circunstancias, era el mismo: contra la escolástica inquisitorial, contra la inmovilidad histórica del absolutismo. Montserrat Roig le preguntó en qué creía. La respuesta fue clara: “Creo en la vida, en el hombre en el sentido clásico del viejo humanismo, es decir, en la plenitud de sus derechos y libertades”.
A lo largo de la obra que nos dejó escrita, ya fuera en textos de explícito calado intelectual, de estudio literario o histórico específico, de panfleto para la acción cívica y política, de circunstancia con apariencia superficial, etcétera, se puede encontrar, siempre, explícita o implícita pero siempre, la reivindicación del fondo y la forma de hacer que representan los valores propios de aquel humanismo racionalista e ilustrado: con el reconocimiento y el respeto por la diversidad humana (tanto en lo que afecta a los individuos como en lo que respecta a las sociedades que estos individuos conforman); con la afirmación del método científico como modo de aproximación a la realidad; con el escepticismo y la duda racional (“propugno la suspicacia metódica, sin embargo”); con la defensa irreductible de la libertad de pensamiento y de opinión (aquel antidogmático definirse, si es que los preguntadores le insistían en que encontrara definición, como “liberal adicto al Manifiesto comunista“, porque “es un libreto muy ilustrativo”, y porque “conviene que la gente se lo lea, y después de que adopte la actitud que quiera”); con la denuncia del autoritarismo (tome el color que tome); con el gusto por el contraste de ideas y con la disposición abierta a cuestionar las propias (tan complicado siempre): “Yo, prácticamente siempre, he estado en contra de todo lo que ha dicho Unamuno, pero su obra te obliga a pensar y a tomar posiciones”; con la pretensión de someter la realidad a la crítica de la razón (que no es una razón dogmática y envarada sino atenta al contexto y a la historia, y, sobre todo, puesta al servicio del bienestar humano). Y, en fin, con la asunción de la perfectibilidad humana. Y, ligada a ella, la aspiración al progreso social sin que se entienda como consecuencia de ningún determinismo pero sí como posibilidad cierta, fruto de la acción.
La importancia de este corpus de ideas ordenadas y presentadas con brillantez característica, excitantes de nuevas ideas en contraste o continuación (“Corregir y aumentar, esto es la cultura”) radica, también, en su papel de revulsivo social. Y ha tenido un fuerte impacto, una traslación directa en hechos, en iniciativas culturales, asociativas, cívicas, políticas. Bien podemos decir que en este país hay un antes y un después de Joan Fuster. Pero es que, al mismo tiempo, hay otro impacto, es decir, como una lección incluso más profunda, más de formas de hacer y de entender el mundo, y es precisamente el de esta reconexión con el humanismo racionalista ilustrado, y todo lo que esto implica. Y este su pensamiento elaborado, y la forma de hacer que modela y que emana del mismo, tiene una actualidad y una vigencia absolutas.
Porque el humanismo fusteriano, racionalista, escéptico y profundamente empeñado por el bienestar humano (por el bienestar específico de cada persona diferenciada de las demás y por el bienestar al que tienen –tenemos– derecho a aspirar y reclamar también en el conjunto que formamos como sociedad), su preocupación gramsciana por la transformación positiva de los valores sociales dominantes, son la herramienta necesaria, incluso diría que imprescindible, contra el emergente populismo irracionalista y reaccionario, legitimador de desigualdades y opresiones, y negador de la existencia de la realidad y de la verdad como hechos contrastables.
Quizás deberíamos tomarlo como un propósito útil para encarar este nuestro desquiciado tramo del siglo XXI, eso de hacer a la manera de Fuster.
VILAWEB