Politizar es desenmascarar

El consejero de Unión Europea y Acción Exterior, Jaume Duch, ha afirmado que conseguir la oficialidad del catalán en Europa es más fácil si no se politiza la lengua. Nada nuevo: ésta de no politizar la lengua es una muy vieja idea. Sin ir más atrás, lo pedía el presidente Salvador Illa en 2021 a raíz de la sentencia que obligaba al 25% de castellano en las escuelas. Esto de pedir que no se haga política desde la política tiene gracia. Y sobre todo, ¡delito!

La petición de no hacer política lo toca todo. Es muy habitual en el mundo del deporte. ‘La Vanguardia’, por los Juegos Olímpicos, y ante los temores de una protesta ruidosa en la entrada del rey el día de la inauguración, publicó en portada el ‘no’ obtenido en una encuesta sobre si se estaba de acuerdo en politizar los Juegos. Como si la presencia del rey, el desfile encabezado por el entonces príncipe, los himnos nacionales y las banderas, las rivalidades de qué país se llevaba más medallas, todo ello, no fuera de política. Lo único que se ve que habría sido hacer política, para ‘La Vanguardia’, era poner en evidencia la exhibición de nacionalismos estatales y la ocultación de la propia nación.

Y después de la lengua y el deporte, se ha dicho de no hacer política con el arte, la poesía, la cultura, la educación, el agua, la Feria de Barcelona, los Mossos o el cóvid o, con aquellas ruedas de prensa que combatían patrióticamente el virus, y que no hacían política. O, más aún, la insólita petición de Arrimadas y Colau de no politizar la manifestación por los atentados terroristas de 2017. Pedir no hacer política es una versión del consejo que Franco daba a un joven: “Haga como yo, no se meta en política”. Ahora bien, si es una obviedad que todo tiene una dimensión política, ¿cómo negarlo sin sonrojarse? Veámoslo.

Quien exige no politizar algo quiere que de ello no se haga un debate que le perjudique. Es decir, es un discurso propio de quien tiene el poder. Pero más allá de la lucha partidista, no politizar significa no cuestionar un determinado ‘statu quo’, no discutir un orden político que se presenta como natural y que, por tanto, se ha hecho invisible. Politizar, pues, es desnaturalizar, hacer visible lo que se da por supuesto, que se asume como inamovible e indiscutible. En definitiva, es desenmascarar un sistema de dominación que se hace fuerte, precisamente, porque puede presentarse como “no político”.

La lucha por el control del relato político va de eso: de conseguir despolitizar y hacer natural lo que no lo es. Lo vemos en el uso de términos como el de la ‘solidaridad’ fiscal de los catalanes con el resto de comunidades autónomas españolas, empleado para disimular una situación de depredación económica. Una palabra que, inesperadamente, ha quedado desenmascarada no por el clásico “España nos roba” –un viejo eslogan de ERC que ahora, con poca vergüenza, Rufián quiere endosar a Junts–, sino por el dirigente del PSOE Emiliano García-Page cuando dice que nada de solidaridad, que la riqueza que se produce en Cataluña es de los españoles. Efectivamente, y por mucho que la consejera Alícia Romero pida que dejen de hacer política contra Cataluña –es decir, que disimulen la voluntad depredadora–, García-Page, Felipe González y todos los dirigentes autonómicos del PP son ahora quienes politizan el debate fiscal, haciendo transparente el modelo de dominación económica que tanto incomoda a la consejera.

En el caso de la lengua catalana, no politizarla significa enmascarar la situación de diglosia –el dominio del castellano sobre el catalán, avalado por el tratamiento jurídicamente desigual que hace la Constitución española– que explica su progresiva residualización. Aquí, se expresa con aquello de no hacer el catalán antipático, de ser bien educados con el extranjero, de no discriminar a los pobres funcionarios españoles –de policías a jueces– que son destinados a los Països Catalans o de ser pragmáticos y no poner trabas al buen médico que quiere curarnos. En definitiva, expresiones que disfrazan la existencia de un conflicto lingüístico que no es tanto entre individuos –dóciles como somos a la dominación–, sino institucional. Y politizar la lengua, sí, es descubrir este clima lingüísticamente discriminatorio y hacer visible el conflicto estructural para que se tome conciencia del mismo y pueda combatirse.

Del mismo modo, cuando se culpabiliza al independentismo de haber creado división al politizar la supuesta balsa de aceite del unionismo autonomista, lo que se pretende es enmascarar la coacción política que ejerce el nacionalismo español sobre todos aquellos catalanes que aspiran a su emancipación nacional, no sólo dividiendo la nación sino explotándola, reprimiéndola y, si fuese posible, aniquilándola.

ARA