Catalanidad

Por un lado, la vergüenza. Me da vergüenza el juego entre los partidos independentistas. Vergüenza de tener que vivir la absurda y burda competición diaria entre nuestros dirigentes, anunciando cada uno su magnífico acuerdo. Acuerdos que, todos lo sabemos, firmados sólo con PSC y PSOE, tienen un vencimiento asegurado. Cuando la derecha española gobierne España, habrá que volver a empezar. Todos sabemos que los acuerdos deberían ser de Estado y no de partido. Pero no lo son. Y no lo son porque los dirigentes independentistas no quieren asumir que tienen siete votos en el Congreso español, pero no cuentan con la movilización y confianza del grueso de la sociedad catalana.

El independentismo de hoy tiene miles de convencidos recluidos en casa, con sensación de fracaso colectivo y sin horizonte político. Una vez más, docenas de confabulaciones tertulianas, presididas por buenas intenciones pero marcadas por una psicopatología del pesimismo.

En una de ellas, el ponente es Salvador Cardús. Realiza una intervención inteligente sobre la inmigración. Se pregunta qué pasaría en Cataluña sin inmigración y plantea la cuestión a la que quiero referirme: ¿integrarlos a qué? ¿Cuál es el vínculo entre ellos y nosotros?

Mientras le escucho, me viene a la cabeza la última conversación con el president Puigdemont, en su exilio. Pronto cumplirá tres años. Le comenté las razones que me llevaban a dejar JUNTS, pero como no era necesario alargarnos, aprovechamos el tiempo para comentar los problemas de Cataluña. Entre otros, le cité la inmigración. “El problema no es que llegue inmigración —dije—, somos un país de inmigración y lo seguiremos siendo; el problema es que la gente llega a una Cataluña en la que la catalanidad está dejando de ser el vínculo que cohesiona la sociedad y la relación entre unos y otros”.

La catalanidad incluye la lengua, pero no sólo eso. Incluye un conjunto de valores y actitudes sobre los que se ha construido y existido la nación de los catalanes. Ahora mismo, la catalanidad está desdibujada y los hombres y mujeres que llegan de otros lugares no la perciben. De hecho, está tan conceptualmente dañada que, lamentablemente, ni un buen número de catalanes son conscientes de lo que supone perderla.

Reitero: Cataluña es un país de inmigraciones, ahora y siempre. Y lo seguirá siendo. Pero rara vez antes la sociedad catalana había recibido a los nuevos catalanes con una catalanidad tan líquida. Y tengámoslo claro: la catalanidad no se fortalece cerrando fronteras. Más bien al contrario, la catalanidad ha brotado, se ha reforzado y agrandado mirando al mundo y a sus circunstancias; definiendo un marco de ideas colectivas que han permitido a muchas generaciones de catalanes estar en el mundo, compartiendo una idea propia de país, aún más esencial por no poseer un Estado adecuado.

En estos momentos, los inmigrantes que llegan a Cataluña lo hacen en un contexto de españolidad. No saben qué es la catalanidad, y nadie hace ningún esfuerzo por explicarlo. El problema estructural de Cataluña no es la inmigración, sino la pretensión permanente de destrucción de la catalanidad que persigue el nacionalismo del Estado español desde hace siglos. Conozco mucha gente recién llegada con ganas de ser parte del país que no sabe en qué país vive. En mi opinión, pues, afrontar las complejidades sociales que genera la inmigración tiene más que ver con cómo asegurar el vínculo con la catalanidad que con el control de las fronteras.

¿Qué es la catalanidad? Es el constructo histórico de los catalanes. Es la herramienta de cohesión elaborada por el poso de docenas de generaciones. Es la mirada abierta al mundo y al futuro que ha caracterizado siempre a los catalanes. Es el conjunto de rasgos y valores esenciales que compartimos quienes vivimos en Cataluña. Es todo lo que está por debajo y por encima de la lógica diversidad política y de pensamiento del conjunto de la sociedad catalana. Es el cemento que religa la convivencia y las reglas del juego básicas. Es la constitución cívica. Es el marco de derechos y deberes que compartimos los catalanes, viejos o nuevos.

Todo el mundo que llega a Cataluña debería tener la oportunidad de saberlo. La lengua catalana, por ejemplo, es un elemento imprescindible de cohesión. Cómo lo es la convicción democrática y la voluntad de prosperar de manera justa y compartida. Cómo lo es la confianza en la sociedad civil. Como lo es la unidad política asociada al pactismo y al consenso frente a un Estado ineficiente. De la misma forma que lo es una idea de bienestar que debe llegar a todo el mundo, con la educación, la sanidad y algunos otros elementos en primer plano.

Como también es catalanidad, una práctica inteligente y no excluyente del plurilingüismo, una priorización del municipalismo y las ciudades. También lo es la voluntad de autogobierno y de buen gobierno en todos los niveles de la administración. Y lo es un europeísmo inequívoco o un anhelo incuestionable de entendimiento y cooperación con la sociedad española. También es catalanidad el compromiso con una civilidad universalista.

En definitiva, catalanidad son valores y principios compartidos y una voluntad de convivencia basada en derechos y deberes. La catalanidad es unidad cívica y es defender un proyecto de país democrático, justo, próspero, acomodado, avanzado, inclusivo y bien autogobernado.

La catalanidad es, por tanto, el vínculo. A todos nos corresponde afinar su consistencia. Es el patrón de país que todos deberíamos conocer y defender. Para empezar, los partidos catalanistas, al menos aquellos que aspiran a conectar con la centralidad cívica del país.

La catalanidad es la forma de entendernos, de aprovechar nuestros atributos colectivos para estar en el mundo de una manera consciente y digna. Es la manera de explicar dónde se está cuando se está en Cataluña. Sí, es el vínculo. No tenemos por qué suponer que es un vínculo mejor que cualquier otro, pero tampoco tenemos por qué aceptar que desaparezca, subsumido en un Estado que no respeta ni la nación de los catalanes, ni sus derechos democráticos, lingüísticos o fiscales.

Me parece evidente que no es exactamente lo mismo la catalanidad que la españolidad. Entre otras cosas, porque la españolidad que hemos conocido hasta ahora ha tenido un fundamento autoritario, siempre dispuesto a minimizar, asimilar o incluso liquidar la catalanidad. Desde octubre de 2017, ya no sólo el independentismo o el catalanismo están a la defensiva: es la misma idea de catalanidad la que está quedando acorralada.

Es grave porque es la catalanidad el vínculo entre los catalanes, inmigrantes o no. El nexo no está en las estrategias más o menos confusas de los partidos catalanes, ni en lo que nos propone Pedro Sánchez, ni en la asimilación de Cataluña que desea el gran poder del Estado español.

El vínculo, el nexo, es la catalanidad, bien definida, mejor explicada y mejor luchada. Es lo que compartimos, lo que viene del pasado, pero también lo que nos proyecta hacia el futuro. Es lo que construimos todos los catalanes que quieran implicarse. Quizás, si recuperamos los rasgos básicos de la catalanidad, los partidos podrán traducirlo en un proyecto de país estimulante.

Por el momento, todo esto forma parte de las tertulias, pero es un detalle esperanzador. Tengo la impresión de que, como en tantos otros momentos de desorientación política, no es en el ámbito político, sino en el cívico en el que se está revelando la capacidad de resistencia y de esperanza.

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