Las Siete Magníficas: un cambio global

Las incertidumbres provocan inseguridades. Y las inseguridades incentivan a los autoritarismos. En una primera etapa parece que habrá una congruencia entre las orientaciones económicas y de poder de la Casa Blanca y la corte de los magnates empresariales que le apoyan: ‘Las Siete Magníficas’ (‘The Magnificent Seven’) del nuevo imperialismo tecnológico (Meta, Apple, Microsoft, Alphabet, Nvidia, Amazon, Tesla).

Sin embargo, no resulta descartable que en un futuro próximo surjan contradicciones entre estas empresas y entre algunas de ellas y el nuevo gobierno estadounidense. Desde su poder económico podrían estar tentadas de actuar por cuenta propia, como actores políticos geoestratégicos globales. Un referente histórico a retener es el East India Company.

‘The Company’, como se la conocía habitualmente, fue fundada en 1600 por un grupo de inversores ingleses que, con Carta Real de la Corona (Isabel I, Jacobo I), obtuvieron el monopolio del comercio con las “Indias Orientales” (sur y sureste de Asia). Eran los tiempos del barroco musical, el surgimiento de la ópera (Monteverdi) y la fundación del primer mercado de valores y del primer banco central en Ámsterdam.

Después de deshacerse de los predominios portugués y holandés en la zona, y más tarde del francés, la Compañía fue un ejemplo tanto de monopolio comercial (hasta 1813) en especias, pimienta, opio, etc., como de un expansionismo global y de un estado dentro del estado que ejerció de “gobierno privado” en la India durante casi tres siglos (1600-1874). Disponía de su propio ejército, establecía alianzas, declaraba la guerra, tenía fábricas, recogía y administraba impuestos, contaba con personal propio para funciones jurisdiccionales civiles y penales, implementaba políticas represivas contra los opositores locales, etc. Esta situación, que también resultaba lucrativa para la Corona, duró hasta que algunos enfrentamientos con los nativos (conflicto de los cipayos, 1857-1858) hicieron que la Corona declarara oficialmente a la India como una colonia británica (1858) hasta la desaparición de la Compañía (1874).

Hoy estamos entrando en un paisaje nuevo que ya incluye algunos momentos distópicos –asalto al Capitolio (enero 2021), datos cibernéticos informativos sobre los ciudadanos, espionajes sin autorización judicial, agendas ocultas de las agencias de seguridad, reparto del mapa del planeta en zonas de influencia imperiales.

Últimamente, se hizo hincapié en el paralelismo entre los discursos del fin de presidencia de Eisenhower (1961) y de Biden (2025) advirtiendo del peso creciente de unas oligarquías económicas que amenazan la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos. Sin embargo, la actualidad presenta elementos que multiplican la amenaza: política de desinformación (redes sociales, ‘fake news’), populismo, minimización del intervencionismo estatal, impuestos bajos, ‘libre’ desarrollo de la inteligencia artificial, etc.

La nueva oligarquía americana vinculada a las Siete Magníficas ya no quiere asegurarse políticas que vayan en la línea de sus intereses, sino decidir la dirección de estas políticas. La acumulación de capital se ha transformado en acumulación de poder de decisión colectiva en una escala sin precedentes. Sería un error confiar sólo en las disputas potenciales entre los distintos actores del actual imperialismo tecnológico.

El mundo se está haciendo más incierto, convulso, desigual, inseguro y multiimperial. Musk es un síntoma de las tendencias de la época. De momento, él y las Siete Magníficas no necesitan constituir ejércitos privados como el que tenía la Compañía de las Indias Orientales. Cuentan con el ejército dirigido por Trump. Pero aunque parezca un escenario de ciencia ficción, la constitución de ejércitos privados tecnológicos no resulta un escenario descartable. De hecho, los ejércitos privados no son ninguna novedad (Wagner, señores de la guerra, cárteles de la droga, de la venta de armas y de otros negocios lucrativos, etc.).

Sabemos desde los tiempos de Grecia y Roma clásicas que las oligarquías y los movimientos populistas actúan en contra de las libertades ciudadanas. Hoy asistimos a un creciente autoritarismo en nombre de la libertad en Estados Unidos y Europa. Los mejores remedios les propiciaron las revoluciones liberales: derechos y libertades políticamente garantizados, separación de poderes, prensa libre, cultura democrática, estado de derecho.

Es necesario crear y reforzar la presión ciudadana y sobre todo los contrapesos institucionales tanto a escala estatal como internacional. Las instituciones son la clave para civilizar las pulsiones de los autoritarismos y los mercados.

Éste es un reto para una Unión Europea que ha perdido el tren de los actores globales al no disponer de política de defensa, ejército y política exterior propios. También está debilitada en el ámbito tecnológico frente a EEUU y China. Haría falta una sacudida importante, por ejemplo una Unión mucho más sólida hecha a varias velocidades. Pero para ello se necesitan liderazgos que la UE no tiene desde hace más de tres décadas. La UE ha sido un éxito pero hoy es una realidad letárgica superada por los hechos. Es necesario salir de la decadencia.

ARA