Destapemos los desafíos migratorios

El debate sobre el impacto de la reciente inmigración en Cataluña se va abriendo paso más allá de los cuatro tópicos paternalistas y bienintencionados de los últimos tiempos. Que en lo que va de siglo la población registrada haya crecido un veinticuatro por ciento hasta ser más de ocho millones, que los nacidos fuera de Cataluña sean cerca de cuatro de cada diez residentes o que en el último año, en el intenso tránsito de personas que llegan y marchan, se hayan quedado más de cien mil muestra que estamos hablando de la que vuelve a ser la variable social, económica y política más relevante a la que se enfrenta nuestro país.

Pero, sea por falta de estudios sistemáticos, sea porque todavía se habla de ellos con restricciones mentales por el miedo a ser tildado de racista o xenófobo, el conocimiento de este desafío, sus consecuencias y las políticas que habría que aplicar todavía es escaso. Un buen ejemplo lo tenemos en el debate que se ha producido en este mismo diario en el plano económico, con las opiniones altamente cualificadas de Andreu Mas-Colell y Miquel Puig. Y eso que hablamos de la dimensión probablemente más objetivable y cuantificable, y entre dos personas que últimamente habían mostrado afinidades por el mismo partido político.

En resumen, y para ver la discrepancia radical entre uno y otro, para el primero, por decirlo con el título de su artículo (12 de enero), en “Cataluña: los inmigrantes suman” (1), tesis reiterada el 9 de febrero (2). En cambio, para Miquel Puig, en “Cataluña: alguna inmigración ya no suma” -25 de enero- (3). Una idea que también reitera en “Cataluña lidera, pero ¿qué?” -9 de febrero- (4), donde escribe que para crecer mejor lo primero que habría que hacer es detener el crecimiento demográfico: “Somos 8 millones, pero ni uno más hasta que no hayamos abastecido a esta población de los servicios públicos que necesita y hasta que no hayamos sido capaces de proporcionar buenos puestos de trabajo para todos”.

Sin embargo, la cuestión –como apunta Miquel Puig– va mucho más allá de la dimensión estrictamente económica y tiene unas profundas derivadas sociales. Primero, por cómo impacta en los servicios públicos como la escuela y la sanidad. O en la demanda de vivienda. Una vez más, las restricciones mentales enmascaran la “complejidad” que las nuevas “diversidades” y “vulnerabilidades” –sobre todo, que no falten los eufemismos– introducen en la labor docente, la sanitaria o en la demanda habitacional, como si la de los autóctonos ya no fuera difícil de encarar. En segundo lugar, por las formas de vida que comparten un mismo territorio pero que son vividas desde coordenadas temporales y de socialización que suponen mundos completamente aislados, si no incompatibles. Hablo de modelos de relación con violencia entre padres e hijos que recuerdan a los de hace setenta años aquí, hablo de patrones de concertación matrimonial forzados por la familia, hablo de pautas de dominación despótica dentro de la pareja, hablo de sistemas autoritarios de control religioso…

Y, obviamente, todo esto se traduce en comportamientos políticos que son resultado de las desigualdades, precariedades, agravios, amenazas, miedos y victimizaciones –justificadas o no– que, por todos lados, se perciben y se viven con poca o mucha objetividad y contraste. Si ante toda esa complejidad resulta que, además, el país no dispone de los mecanismos jurídicos necesarios para hacerle frente, si no puede contar con los recursos fiscales que la propia actividad económica produce, si el marco de dependencia política colonial ampara a quienes todavía quieren añadir más leña al fuego de la división y el conflicto –como la lingüística–, pues ya me diréis cómo se pueden mantener la sociedad abigarrada en la que nos hemos convertido. A estas alturas, los elogios entusiastas de la multiculturalidad, los cantos candorosos a favor de la diversidad convertida en fiesta –siempre recordaré ese eslogan local, en Terrassa, que invitaba a “disfrutar (sic) la diversidad”–, suenan a broma de mal gusto.

La ocultación de las verdaderas dimensiones del desafío migratorio no sólo hace difícil evaluarlas y buscarles remedio, sino que añade malestar e irritación a quienes deben cargar sus dificultades sobre sus propios hombros –sean migrantes, transeúntes o autóctonos–, y explica muchas de las derivas políticas indeseadas. Conocer estos desafíos sin restricciones sería mucho más útil que el recurso gastado a los tópicos ideológicos habituales de las extremas derechas e izquierdas –y también de los ‘extremos centros’, ¡qué los hay!–, cuya función suele ser quitarse las pulgas de encima por el fracaso de una sociedad cada vez más desarraigada. No sé si la verdad nos hará libres, pero seguro que nos espabilaría un poco más.

(1) https://es.ara.cat/opinion/cataluna-inmigrantes-suman_129_5252524.html

(2) https://es.ara.cat/opinion/reitero-inmigrantes-suman_129_5279247.html

(3) https://es.ara.cat/opinion/cataluna-inmigracion-no-suma_129_5265593.html

(4) https://es.ara.cat/opinion/cataluna-lidera_129_5279212.html

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