El escocés Adam Smith es considerado como el padre del liberalismo económico y el referente intelectual de quienes preconizan un estado mínimo. Sin embargo, cuenta con posturas ideológicas alejadas del pensamiento de sus principales apologistas, según muestra el economista Branko Milanovic en el ensayo ‘Miradas sobre la desigualdad: De la Revolución Francesa al término de la Guerra Fría’ (Taurus, 2024).
La pandemia fue un tiempo de miedo y desesperación, de temores y ansiedades. El pánico a contagiarse y a esparcir el virus se combinó con el abatimiento del confinamiento, que acentuó los males de aquellas personas que sufren de soledad no deseada. La reclusión domiciliaria despertó reacciones viscerales y las redes sociales asumieron gran protagonismo. Eran la vía de contacto con quienes no podías abrazar, la ventana con la que huir virtualmente de una cotidianidad entre cuatro paredes.
En aquella época dominada por las emociones, cogieron vuelo varios influenciadores ultras, que abrieron la puerta a la proliferación de todo tipo de teorías conspiradoras para derrocar al ejecutivo español del PSOE y Unidas Podemos que antes habían sido restringidas a ámbitos minoritarios consiguieron miles y miles de reproducciones, así como una exposición digital y mediática inédita. Unos personajes que, en la actualidad, ya forman parte del escaparate político español y que crean opinión sobre temas como la gestión económica. Su irrupción en este campo ha contribuido a reforzar mitos y promover ideas absolutamente alérgicas a las regulaciones. administrativas.
El padre de estas ideas, de la virtud de la mano invisible del mercado, es el economista escocés Adam Smith (1723-1790). Smith es, sin duda, el progenitor del liberalismo económico y el todavía referente intelectual de aquellos economistas menos partidarios de la intervención pública. Sin embargo, el pensamiento de este intelectual choca, en ocasiones, con la cosmovisión preestablecida sobre sus posicionamientos.
El prestigioso economista serboestadounidense Branko Milanovic, uno de los grandes expertos en desigualdad de todo el planeta, desmonta algunos tópicos sobre Smith en la obra ‘Miradas sobre la desigualdad: De la Revolución Francesa al final de la Guerra Fría’ (Taurus, 2024). «Se suele decir, simplificando en exceso, que Smith se opone a cualquier interferencia del gobierno en asuntos económicos, algo que no es cierto: el propio Smith cita muchos casos en los que la intervención del gobierno es necesaria», apunta esta voz económica en su ensayo más filosófico.
Smith aboga por la intervención de las administraciones «en asuntos de seguridad nacional como la Ley de Navegación, la protección de la industria incipiente, la prevención de los monopolios, la limitación en la explotación laboral, la introducción de regulaciones financieras y la promulgación de políticas anticompetitivas, especialmente en lo que se refiere a los empresarios que se ponen de acuerdo en perjuicio de los trabajadores». “A parte de estos asuntos concretos”, «Smith estaba a favor de que el gobierno no estorbara a los agentes de la vida económica».
Las condiciones laborales y la prosperidad
La complejidad de las ideas de este economista escocés del siglo XVIII no sólo está vinculada a la defensa de algunos espacios de intervención estatal, sino al vínculo que estableció entre la prosperidad de un país y el crecimiento de los salarios. «Smith planteó una idea radical, cuya importancia no puede ser subestimada: la riqueza de un país es indistinguible de las condiciones de vida de su clase más numerosa, sus trabajadores. Esta afirmación representaba una ruptura importante con la postura de los mercantilistas, que solo consideraban relevante la riqueza de las clases dirigentes y la riqueza del Estado», contextualiza.
«En Smith, por primera vez en la historia de la economía política, encontramos la idea de que lo importante es el bienestar del grupo más numeroso», resalta este especialista en desigualdad, para ilustrarlo con una cita del propio intelectual escocés: «El alto precio del trabajo debe considerarse no sólo como una prueba de prosperidad general de la sociedad que puede permitirse pagar bien a todos aquellos que ocupa; [sino que] debe considerarse como lo que constituye la esencia de la riqueza pública o como aquello en lo que consiste propiamente la prosperidad pública».
A raíz de la observación de que «los sirvientes, trabajadores y operarios de distinta clase constituyen la parte con diferencia más abundante de cualquier gran sociedad política», resalta: «La mejora de las condiciones de la mayor parte nunca puede considerarse un inconveniente para el conjunto. Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable». «Era una idea verdaderamente revolucionaria y sigue siendo, aunque hoy en día se considera como de puro sentido común», expone Milanovic.
El pensador nacido en la ciudad escocesa de Kirkcaldy ilustra esta idea con una comparativa entre «España y Portugal, donde sus reducidas clases dirigentes exhiben una enorme riqueza mientras que el resto de la población es pobre» y «los Países Bajos, que muchos consideraban el país más próspero de la época, gracias a sus salarios altos y a los tipos de interés bajos». “Según Smith, los salarios altos y los tipos de interés bajos son las características más deseables de cualquier sociedad que debe avanzar económicamente y mantener una justicia razonable”, amplía el especialista en desigualdad económica y autor del ensayo.
«Es próspero el Estado en el que es fácil adquirir todo lo necesario y útil para vivir […] y nada merece más la denominación de prosperidad que esta accesibilidad», expresa Smith. «Puede que la identificación de la prosperidad del Estado con el bienestar de su clase más numerosa resulte indiscutible hoy en día, pero no lo era en la época de Smith, cuando la miseria de las clases trabajadoras se consideraba un hecho inevitable o, incluso, deseable porque solo la doble amenaza del hambre y la indigencia obligaba a los pobres a trabajar», explica Milanovic.
Esta visión del padre del liberalismo económico se combina con su aceptación e, incluso, exaltación «de un orden social configurado por la existencia de grandes diferencias de renta para que los ricos, al estar deseosos de bienes y servicios proporcionados por los pobres, gastarán necesariamente parte de sus ingresos», resume el experto en desigualdad económica. Smith lo razona así: «Una mano invisible les conduce [en referencia a los ricos] a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habrían tenido lugar si la tierra se hubiera dividido en porciones iguales entre todos sus habitantes».
«Sería justo decir que [Smith] creía que los pobres debían aceptar su posición porque así lo había ordenado la voluntad divina y así era como estaban estructuradas todas las sociedades, pero también consideraba que los ricos no eran necesariamente virtuosos», se especifica en la obra del profesor en el ‘Stone Center on Socio-Economic Inequality’ del ‘Graduate Center’ de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. «Aun así, creía que no era necesario investigar demasiado el origen de la riqueza de los ricos», aclara a partir de las consideraciones que Smith formula en la obra ‘La teoría de los sentimientos morales’.
Cuando la riqueza es injusta
Smith hace una ligera deriva en sus pensamientos en ‘La riqueza de las naciones’, su obra maestra en la disciplina económica. «Critica abiertamente a los ricos, cómo han adquirido su riqueza y cómo la emplean para enriquecerse aún más y empoderarse más aún», subraya Milanovic, que cita frases del propio economista escocés, como: «Nunca he visto muchas cosas buenas por las que pretenden actuar en bien del pueblo; una pretensión, por cierto, no muy común entre los comerciantes».
«Además de ser más realista y duro, ‘La riqueza de las naciones’ es mucho más ‘izquierdista’ en lo que se refiere a la desigualdad que ‘La teoría de los sentimientos morales’. No acepta la validez ética de la jerarquía entre las clases: los ingresos de los ricos se han adquirido a menudo de forma injusta», desarrolla. El economista escocés considera hacia los ricos que «a pesar de estar en la cúspide de la población, esto no significa que se lo merezcan o que sus ingresos y la forma en la que llegaran a la cúspide deban estar exentos de crítica o de análisis», indica Milanovic.
De hecho, apunta que para Smith los ingresos elevados suelen ser producto “de la colusión, el monopolio, el saqueo o la influencia política”. “No sólo priva a los ricos de su pretensión moral, sino que, al someterse al escrutinio del origen de su riqueza puede verse como el producto de un orden social injusto o de una sociedad comercial injusta”, se remata en la obra ‘Miradas sobre la desigualdad: De la Revolución Francesa al final de la Guerra Fría’.
Contra la influencia de los empresarios
La versión más escéptica en torno al papel de los capitalistas emerge cuando aborda su influencia como consejeros de las políticas públicas. «Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas [los patronos] debe ser siempre considerada con la máxima precaución y nunca debe ser adoptada si no es tras una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada no sólo con la atención más escrupulosa, sino con el máximo recelo porque proveerá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad. Y que, de hecho, ya la han engañado y oprimido en distintas oportunidades», reflexiona Smith.
«Aunque el interés propio es la base de ‘La riqueza de las naciones’, también es cierto que el interés propio de algunos puede ir contra los objetivos generales de la sociedad o de la mejora social. De ese debate, se desprende claramente que no todos los intereses propios son igual de respetables. El interés propio de los grandes monopolistas, de los funcionarios y de los sectores económicos protegidos es profundamente pernicioso para la sociedad en su conjunto y debe manifestarse bajo control», condensa Milanovic las ideas del escocés, así como reprocha los escritos de algunos historiadores económicos que obvian estas posturas de Smith.
El politólogo norteamericano Corey Robin, autor de la obra ‘La mente reaccionaría: El conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump’ (Capitán Swing, 2019), profundiza en este posicionamiento de Smith. No en vano, menciona un párrafo de ‘La riqueza de las naciones’ donde censura que “cada vez que los legisladores intentan regular las diferencias entre los dueños y los trabajadores, sus consejeros son los dueños”. «Cuando la regulación favorece a los trabajadores, siempre es justa y equitativa; pero, en ocasiones, ocurre lo contrario cuando favorece a los patrones», amplia la cita al texto magnánimo del pensador.
El economista escocés, de acuerdo con lectura del experto serbio-estadounidense, «pone en duda la justicia de algunos ingresos elevados y argumenta que los intereses de los capitalistas suelen ser contrarios al interés social, dos críticas, en particular, que no dirige nunca contra los trabajadores y los campesinos en ‘La riqueza de las naciones’». “No considera que la riqueza sea necesariamente mala desde el punto de vista moral”, agrega, pero sí contrapone “lo socialmente deseable” con la utilización de los ricos de sus medios para defender sus intereses particulares. Además, destaca cómo Smith aprecia «los intereses de los trabajadores como más coherentes con la sociedad».
«Es importante subrayar que la crítica de Smith al papel de los capitalistas en la formulación de políticas no se basa en casos concretos de comportamiento monopolístico […], sino en la opinión general de que los intereses de los capitalistas no coinciden con los intereses sociales porque su fuente de ingresos (los beneficios) está destinada a disminuir con el progreso general de la riqueza», matiza. Sin embargo, Smith esboza dos versiones de la sociedad capitalista: una de libertad natural y una segunda fundamentada en el amiguismo. «En mi opinión, no cabe duda de que Smith considera esta última como la realmente existente», interpreta Milanovic.
Las tres caras del intelectual
La figura de Smith desafía los tópicos. De entrada, por su “actitud crítica con ricos”, “la forma con la que han alcanzado su riqueza” y por su opinión sobre que “los intereses de los hombres de negocios son contradictorios con los de la sociedad”. De hecho, abogaba por que los adinerados no tuvieran capacidad de imponer sus intereses particulares y corporativos al resto de capas sociales. «Aunque Smith era escéptico para con los ricos, lo era igualmente con la intervención estatal», recuerda el economista serbio-estadounidense.
«Su fe en el sistema de libertad natural le hacía desconfiar de aquellos que, amparándose con el interés general, tratan de promover sus intereses. Así pues, Smith era partidario de un gobierno minimalista que se limitaba a tres funciones: protección frente a agresiones externas, administración de justicia y obras públicas, y educación pública para elevar el nivel general de los conocimientos y, en última instancia, mejorar la economía», desgrana. Y completa: «Añadía otros casos individuales en los que el Estado debía actuar, pero casi todos eran de naturaleza reguladora, destinados a limitar las colusiones y el poder de los monopolios».
La idea del Estado que dibuja Smith comporta unas funciones gubernamentales, según avisa Milanovic, “drásticamente inferiores a las de cualquier estado capitalista actual”. «Este es el Smith que suelen citar a los economistas del libre mercado y los medios de comunicación. Es, en efecto, un Smith auténtico, pero sólo es una parte [de su pensamiento]», censuran sobre el hecho de que raramente estas voces económicas «mencionan al Smith anticapitalista y de izquierdas».
«Aunque [Smith] creía que un sistema de libertad natural y de libre competencia era el mejor sistema para el progreso del bienestar humano, tenía suficiente lucidez para creer muy difícil que un sistema similar se pudiera conseguir en la práctica», redondea por cartografiar el pensamiento del padre del liberalismo económico. “Estos son los tres Smith, igual de importantes y de complejos, lo que dificulta la inclusión de su obra en el discurso político y económico actual”, recalca.
El autor del ensayo termina su exposición con una apelación a la complejidad ideológica del economista escocés: «En una sociedad dividida ideológicamente y muy consciente de estas brechas, reconocer las aportaciones de un pensador que, desde de la perspectiva actual, puede interpretarse como de izquierdas, de derechas o muy pragmático resulta difícil e incluso imposible. Éste es el motivo por el que Smith se cita y se emplea de forma selectiva». Toda una reivindicación en la heterogeneidad ideológica de uno de los grandes intelectuales de la economía moderna.
EL TEMPS
Publicado el 30 de diciembre de 2024
Nº. 2116