La España irrevocable

Es un principio del falangismo convertido en dogma de fe. España es irrevocable. Un principio muy simple que incluso ha vertebrado el constitucionalismo del 78, con el concepto “indisoluble” que recoge el artículo 2 de las sagradas escrituras en las que se ha convertido la Constitución. Al fin y al cabo, la Constitución del 78 no es más que una ‘transacción’ que ha permitido prolongar la visión de una España que está encantada de haberse conocido. Además, España siempre ha tenido la traza, perversa, de saber crear enemigos interiores que han reforzado esta idea de ‘destino en lo universal’.

La fortaleza de este mito se ha alimentado por la derecha, la derecha extrema, la extrema derecha, la derecha visigótica, la izquierda, la extrema izquierda, el anarquismo, el eurocomunismo y la socialdemocracia sevillana y el socioliberalismo madrileño. Una conjunción de constelaciones de pensamiento que sólo se conjuran para mantener la sacrosanta idea de que España es lo que es y no se cambia, porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

De hecho, los inspiradores de esta idea han convencido a casi todo el grueso social de que se puede debatir de casi todo, siempre que sea ‘secundario’ y no afecte al meollo, a la unidad de la patria española. Ninguna solidaridad ciudadana ni fraternal, se ha dejado entrever a lo largo de los años, en un Estado que ha terminado de vertebrarse con la Guardia Civil, la Iglesia católica y LaLiga. No es fácil escapar de poner el ejemplo de lo que han hecho estas tres instituciones con el catalanismo.

En este contexto, el independentismo vuelve a parecer un juguete roto que no ha entendido todavía el poder de convocatoria que tiene el mantra de la irrevocabilidad de España. Simbolismos sin fuerza y ​​memoriales de agravios, capillitas ridículas y un desconocimiento absoluto de la capacidad de fuego española han abierto las puertas de par en par a la ‘Armada Invencible’. Una estrategia que ha convertido el independentismo en un artefacto perfecto de resistencia, pero no de competitividad, como en algún momento se había pensado. En 2025 apunta que todo seguirá igual, unos terminando el trabajo y otros lamiéndose las heridas de una victoria mal administrada y peor gestionada. Sí, España es irrevocable, pero parece que el desbarajuste ‘indepe’, también.

EL MÓN