Entrevista Albert Botran a propósito de su último libro sobre Lenin
Con el lustre de haber dimitido de la política institucional, hecho cierta autocrítica y estar trabajando de técnico en la Generalitat en una posición perfectamente normal, Albert Botran puede dedicarse a escribir desde un lugar más excéntrico y tranquilo que muchos otros líderes del Procés. Naturalmente, después de haber sido diputado en el Parlament de Catalunya y en el Congreso español, todo lo que firma todavía nos lo leemos con las gafas de la década pasada. Pero, en vez de rechazar esta lectura, Botran le abraza hasta el fondo, y así ha acabado haciendo que su primer libro histórico publicado en la etapa postpolítica, “Si Lenin aixequés el cap” (“Si Lenin levantara la cabeza”) (Ara Llibres), sea sobre “su Lenin”, un Lenin visto desde la Catalunya derrotada y derrotista de 2024, pero con el corazón en 2017. Hablamos de nación, de clase y de revolución, mezclando indistintamente el Lenin del pasado y la izquierda independentista del presente.
-¿Cómo te enamoras de Lenin?
-Lenin es quien les ha dado el susto más grande. De todos los referentes típicos de la izquierda independentista, algunos se quedaron en la teoría, otros hicieron cosas en la práctica, pero fracasaron, y hay muchos mártires, como el Che Guevara o Gramsci. Lenin rompe la idea de que las causas justas deben estar representadas por gente que se deja la piel sin materializarlo. Él se juega la piel muchas veces, podría haber sido un mártir más, pero logra formar un gobierno y durar más que la Comuna de París, que era su gran obsesión.
-¿Qué flota en el presente que te haya hcho volver a Lenin?
-Todo lo que vivimos en 2017. Aquello tenía los ingredientes de una Revolución, pero siempre se hablaba de las independencias bálticas y muy poca gente lo comparaba con la Revolución Rusa. Por otra parte, en la situación actual pienso que el reto. que plantea el cambio climático hoy tendría a Lenin estudiando a fondo, como hizo en su día con los cambios en la agricultura, con el imperialismo, y tantas otras cosas. La contradicción ecológica es una de las principales contradicciones del sistema.
-La cuestión ecológica parece estar dando más votos a la derecha que a la izquierda.
-Yo creo que, si la crisis ecológica se agudiza, se creará una situación similar a la de las guerras mundiales, que es de donde sale la revolución soviética. Uno de los grandes conceptos que acuñó Lenin fue el de “crisis revolucionaria”, la idea de que, para que haya una revolución, debe haber una situación de crisis, “que los de abajo no quieren seguir viviendo como vivían y los de arriba no pueden seguir viviendo como vivían”. Es cierto que ahora es difícil defender ciertas políticas ecológicas radicales, pero con la limitación en la extracción de recursos naturales vamos hacia una situación totalmente disruptiva, de la que puede salir un ecofascismo o un ecosocialismo.
-¿Qué singulariza a Lenin de entre la amalgama marxista?
-En primer lugar, es el gran pensador de la organización política. En la era de la comunicación, parece que todo dependa de las ideas, los líderes y del relato, y Lenin insistía siempre en que la forma en que te organizas puede determinar si ganas o pierdes, que para ganar debes tener un buen partido. En segundo lugar, es un gran pensador de la autodeterminación: existe un antes y un después de Lenin sobre la cuestión nacional en el marxismo. Y, por último, Lenin es un gran pensador de la política como arte, en el sentido de la necesidad de hacer alianzas con diferentes sectores, dar pasos hacia adelante y, si es necesario, después darlos hacia atrás; saberte mover políticamente más allá del manual de instrucciones y saber leer lo que ocurre a tu alrededor.
-Cuentas que él definía la política como “economía concentrada”: hoy parece que la crisis de la izquierda sale de haber abandonado la economía por cuestiones culturales o identitarias.
-Creo que muchos sectores de la izquierda están intentando recuperar a los clásicos para decir que ellos daban todo el protagonismo a la cuestión económica, y que no deberíamos habernos desviado de aquí. Yo en el libro explico que eso tampoco es así y, de hecho, en el caso de Lenin es al revés: él se enfrenta a muchos socialdemócratas que dicen que todo el peso debe llevarlo la economía. Lenin dice que la política importa en todas las dimensiones y que, allí donde exista una opresión, la izquierda debe estar apoyando. Él escribe que la revolución puede salir del referéndum de autodeterminación de un territorio, del caso Dreyfus, o de cualquier opresión. Yo pienso que la desorientación actual de la izquierda y las guerras culturales no surgen de que se haya decidido cambiar las prioridades en un laboratorio, no se ha dicho “dejaremos de hablar de salarios, y ahora hablaremos de sexualidad”. Lo que hemos vivido es la desintegración de la clase obrera desde muchos puntos de vista por la desindustrialización o por la ruptura de los partidos comunistas. Pero las nuevas reivindicaciones que emergen son perfectamente compatibles con las económicas. La película ‘Pride’, de Mathew Warchus lo explica muy bien: en un momento en el que sindicalismo estaba librando la última gran batalla, la de los mineros contra Thatcher, hay unos gays y lesbianas que tienen claro que esa es la misma lucha, y convergen y se dan fuerza mutuamente. Lo que también deja clara esta historia es que se necesitan partidos y organizaciones, porque lo que pone en contacto a Mark Ashton [un activista gay y socialista inglés] con los obreros es el partido comunista. Yo creo que la crisis de la izquierda hoy procede mucho más de los problemas de organización que de un cambio de prioridades decidido en un laboratorio.
-El cliché asocia a Lenin a la radicalidad y la exigencia ante la acomodación y el conformismo. ¿Tu libro presenta un Lenin más pragmático?
-Yo quiero explicar que Lenin tenía un pensamiento vivo, que podía defender una cuestión y, al cabo de un tiempo, defender otra, sin perder nunca de vista que su gran objetivo en la vida era hacer la Revolución. Sin duda, Lenin era radical: el mejor ejemplo es que, cuando regresa del exilio en febrero de 1917, es prácticamente el único que insiste como una carcoma que debe hacerse una segunda revolución. Pero él también era un gran lector del momento, de las correlaciones de fuerzas, de las velocidades, que nunca dijo que había que darse de cabeza contra la pared. En julio de 1917 él mismo dice que todavía no se dan las condiciones, y son una serie de cambios que hacen que en octubre sí se den. Era un pensador complejo, no simplemente una persona impetuosa que cada cinco minutos llamaba a la revolución.
-¿Cómo te sientes cuándo juzgas tu práctica política con esos ojos leninistas?
-Es como una bofetada. Uno de los grandes combates de Lenin era contra los que buscaban excusas para no hacer la Revolución, contra los que decían que el capitalismo caería como fruta madura a medida que la clase obrera creciera.
-¿Algún momento concreto en el que tengas claro que Lenin habría hecho otra cosa?
-Clarísimamente, en octubre de 2017 el fantasma de Lenin nos habría empujado para tomar decisiones más arriesgadas, a todos los independentistas, e incluyo a la CUP. Y también incluyo el matiz de que Lenin no es simplemente impulsivo: siempre hay cálculo, y antes de realizar movimientos habría que haber calculado mucho. Pero lo que ocurre en octubre del diecisiete es una gran no decisión, un mirar de reojo al otro, no querer hacer nada que te haga pasar por ‘botifler’ (‘traidor’), pero tampoco nada que haga que te carguen el muerto de la precipitación. No tomar una decisión y dejar que las cosas vayan pasando es antileninista: él habría dicho que tomáramos una decisión ajustada a nuestras fuerzas y, aunque probablemente no nos habría llevado a la independencia, nos habría dejado mucho mejor situados que cómo nos va dejar no tomar ninguna.
-En el libro haces un retrato psicológico de Lenin. ¿Qué le daba la fuerza para tomar decisiones en momentos como éstos?
-Por un lado, lo admiro, y por otro me parece un bicho raro. Hay muy poca gente de ese tipo. Era una persona con mucha libido política, no en el sentido de que le gustara el poder, sino que vivía las veinticuatro horas del día pensando en la Revolución. También vivió en un país con una importante tradición revolucionaria: poco exitosa, pero muy sacrificada. El ejemplo claro es su hermano: alguien que se enrola en los populistas, participa en un atentado, y lo cuelgan, como a tantos otros. Nunca lo expresa así, pero parece que Lenin dedique la vida a conseguir lo que su hermano y los suyos no pudieron conseguir.
-Las dos grandes cuestiones de Lenin y del libro son la clase y la nación. ¿Qué dice Lenin de la cuestión nacional?
-Él representa un antes y un después en el marxismo. Su buen olfato le lleva a ver que, en el momento en que vivía Europa, la cuestión nacional es uno de los puntos débiles del orden establecido. Posteriormente, la descolonización del siglo XX le ha dado la razón. El grosor de revoluciones del siglo XX han sido revoluciones de liberación nacional. Evidentemente, muy imbricadas con el contenido de clase, pero al final luchas por la independencia. Lenin es quien comienza a teorizarlo en relación con el imperialismo. El caso paradigmático es Irlanda: se dice que Lenin sólo quería instrumentalizar la autodeterminación contra el imperio zarista, pero insistió en que los revolucionarios marxistas debían apoyar a los independentistas irlandeses a pesar de que no era una revolución puramente obrera, sino una coalición de clases medias y trabajadoras.
-Muchas de estas liberaciones nacionales, ¿ no han ido en direcciones raccionarias?
-No puede decirse que la descolonización nos haya dejado peor de cómo estábamos. Evidentemente, el resultado de muchas de estas revoluciones no es lo más deseable desde el punto de vista socialista, pero era necesario romper con el imperialismo y el colonialismo para poder hacer cualquier cosa, incluso si hablamos de casos como Argelia, que terminaron con un giro teocrático. Otra cosa es que el sistema encuentra formas de mutar, y muchos de estos países vuelven a caer en las garras imperialistas por otros medios, siendo formalmente independientes, pero dependientes en la práctica.
-Lenin defiende el internacionalismo socialista porque dice que el capitalismo es inevitablemente imperialista, lo que lleva, también inevitablemente, a la guerra entre naciones. Pero hoy que todo el mundo habla de multipolaridad, nadie habla de internacionalismo y se confía en el paraguas nuclear. ¿Hay que abandonar el internacionalismo y limitarse a intentar salvar el estado del bienestar dentro de occidente?
-Los presupuestos militares de los estados no paran de crecer y el internacionalismo se encuentra muy debilitado. Pero tampoco creo que sea imposible: en su día, el régimen de Sudáfrica cayó por muchos factores, pero uno de ellos era la presión de la solidaridad internacional, y hoy en el caso de Palestina no podemos decir que la presión internacional haya frenado a Israel, pero incide. El internacionalismo no pasa por un gran momento, pero existe.
-Últimamente has participado en polémicas con Movimiento Socialista, un nuevo grupo dentro de la izquierda que, justamente, hace bandera de reivindicar el internacionalismo y dejar de lado la independencia y la cuestión nacional catalana.
-Yo creo que es descubrir la rueda. Decir que la clase obrera tiene intereses compartidos más allá de la identidad nacional es verdad, pero esto no obsta para que la forma de organizarse sea la nacional, y la división en naciones está en los fundamentos del orden mundial. El mundo se divide en clases pero también se divide en naciones. Es el debate de Lenin con Rosa Luxemburgo: ella decía que todo se resolvería cuando llegáramos al socialismo, mientras que Lenin decía que el problema nacional era real, y no se podía desatender sin tomar posición. La otra cosa que dice Movimiento Socialista es que mejor no participar en alianzas donde hay sectores de la burguesía. De nuevo, es lo que Lenin le dice a Rosa Luxemburgo: por no hacer el juego a la burguesía polaca, estás haciendo el juego a la burguesía rusa, que todavía es mucho más reaccionaria.
-Parece que la CUP tenía que poner la cuestión nacional en el centro de la izquierda, y siempre está el debate sobre si ha sido al revés y las izquierdas españolistas de Cataluña le han impuesto su agenda.
-Yo creo que no ha se ha dado la vuelta como un calcetín, que ahora no toda la izquierda es independentista, pero en el 2017 hay un cambio cultural importante. El independentismo rompe las fronteras y deja de ser una cuestión de la que sólo hablan los independentistas, y ahora todo el mundo dentro de la izquierda debe tener un posicionamiento. Desde el punto de vista histórico, es un movimiento de grandes proporciones, un paso de gigante. El independentismo rompe las fronteras y deja de ser una cuestión de la que sólo hablan los independentistas, y ahora todo el mundo dentro de la izquierda debe tener un posicionamiento. Desde el punto de vista histórico, es un movimiento de grandes proporciones, un paso de gigante. Ahora vivimos en una resaca, un repliegue, pero hay un cambio de fondo, una maduración política dentro de la izquierda.
-La otra gran cuestión del libro es la clase y, concretamente, si es posible construir conciencia de clase y un sujeto revolucionario en el siglo XXI. Pienso en el apoyo de Elon Musk a Trump, y con los focos sobre Javier Milei, está tomando bastante una cruzada contra el sector público. ¿El sector público ayuda a la revolución, o es, como decía Lenin, “la cooptación de las capas altas de las clases populares”?
-Es una diferencia fundamental entre nuestra sociedad y la que vivió Lenin. En ‘El Estado y la revolución’ Lenin escribe sobre desmontar la burocracia, la judicatura, la policía, etcétera, pero no concibe un Estado que genere tantos puestos de trabajo en ámbitos del bien común como la sanidad y la educación como el nuestro. Si las derechas se lo quieren cargar, y juegan a exagerar y llamar a todo socialismo, es porque, efectivamente, la sanidad pública es una expresión del socialismo. Yo lo que quiero decir es que no debemos construirlo todo desde los cimientos, que debemos tener mucho más en cuenta la realidad de toda la gente que trabaja en el sector público a la hora de hacer un nuevo sujeto revolucionario. Asimismo, es obvio que el sector público tiene muchas contradicciones, que el alto funcionariado tiene muchos privilegios que le alejan de las clases populares y debe dejar de ser una casta tan jerarquizada.
-Los privilegios comparativos de los trabajadores del sector público y el bienestar generalizado hoy, ¿no enmiendan el fundamento de la teoría revolucionaria de Lenin, que se basa en que el proletariado “sólo puede perder las cadenas”?
-En parte, es así, pero tampoco del todo. Aparte de no tener nada que perder, el potencial revolucionario del proletariado también salía del hecho de que estaba mucho más concentrado que el campesinado, y que tendía a crecer más. que las condiciones laborales y de vida eran mucho más duras, que trabajaban 10 horas al día y tenían una esperanza de vida de cincuenta años; incluso en una situación así fue necesaria una guerra para detonar la Revolución Rusa. La gente no se cansa sólo de la explotación, hace falta un descalabro para que prefieran la revolución al sistema. como por ejemplo el turismo, o la mentalidad individualista, pero el sistema puede acabar generando una crisis muy grave.
-¿Qué dirías a quienes no entienden que admires a una figura que lideró tantas atrocidades como Lenin?
-No he querido esconderlo: en el libro hablo de un telegrama de Lenin donde defiende la ejemplaridad de ejecutar una serie de campesinos importantes. Pero también he querido contextualizar que esa sociedad era mucho más violenta que la nuestra. Había violencia en las condiciones de trabajo, en las condiciones de vida, en los pogromos del régimen zarista que utilizaba los judíos de chivo expiatorio y, finalmente, las guerras mundiales son la culminación extrema de toda esa violencia. El de Lenin era un comunismo violento porque salía de una sociedad muy violenta, y el interrogante histórico se nos plantea es si una vía democrática y pacífica hacia el socialismo es posible, porque cuando se intentó, el caso más claro, que es el de Salvador Allende en Chile, que ganó unas elecciones y no utilizó la represión contra sus enemigos; vimos cómo las derechas chilenas, aliadas con Estados Unidos, sí utilizaron la violencia para impedirlo.
-Siempre que se habla de estar preparado por un nuevo estallido, se dice que un problema del Proceso fue una cultura demasiado blanda, que no estaba preparada para afrontar la cuestión de la violencia que finalmente fue el gran argumento para no hacer nada.
-Llevándolo a nuestra situación actual, en la que la sociedad es mucho más pacífica: es cierto que los movimientos avanzan por su fuerza, pero también gracias a su reputación. La cuestión es no quedar atrapados en la ley del péndulo: si bien es cierto que el “ni un papel en el suelo” se convirtió en una obsesión, y que después de las sentencias de 2019 esto se enmendó con manifestaciones con mucha más confrontación con la policía y la ocupación del aeropuerto, ahora no podemos pensar que para sentar al Estado a negociar todo depende de la fuerza en la calle, y que una manifestación pacífica o una buena reputación del movimiento no le desgasta. Sin pasarse de ingenuos, de ‘hippies’, tenía sentido quererlo hacer por vías pacíficas; pero las vías del conflicto también deben estar ahí.
-¿Son los inquilinos el nuevo candidato estrella a sujeto revolucionario?
-No deja de ser un sector pequeño, porque la mayoría de la población se encuentra hipotecada o vive en vivienda de propiedad. Pero es un sector importante porque representa a la juventud, y muchos padres quizás tienen la cuestión solucionada, pero sufren porque saben que los hijos no la tendrán. No sé si los inquilinos son un sujeto revolucionario, pero tienen ingredientes revolucionarios. En la calle, el sujeto revolucionario debe responder a las problemáticas, la vivienda es una muy clara.
-¿El independentismo no tiene poca presencia en este movimiento?
-Sí pienso que el independentismo debería haber estado más vivo, pero lo que costó lo que hizo en su momento, hasta arrastrar a Junts a votar por la regulación de los alquileres. Es simptomático del estado del independentismo que ahora mismo Junts ya no se ven comprometido, que, si no hay escenario de independencia, la derecha catalana vuelvan a actuar como una derecha al uso, como Convergencia.
-Insiste mucho en reivindicar la condición estratégica del leninismo, no ser impacientes, saber leer los tiempos con perspectiva histórica y jugar con ellos. ¿Hay algún episodio histórico con el que compares el presente?
-Pienso mucho en los doce años que transcurrieron entre la revolución de 1905 y la revolución de 1917. Lenin dijo que la primera había sido el ensayo general de la segunda. En estos doce años no había motivos para el optimismo: del exilio, en enero del diecisiete, Lenin da una conferencia en la que dice a los jóvenes que ellos harán la revolución, pero la generación de él ya no la verá. La revolución no puede programarse: hay una situación de crisis, la crisis acelera las contradicciones, y eso lleva a la revolución. La otra cuestión es que la revolución no sucede sola, debe organizarse. El deber es no estar encerrado en una cueva, estar atento, y tener la forma de organizarte cuando haya un estallido. Esta es la vacuna contra el derrotismo, y Lenin es un gran antiderrotista. Visto con perspectiva histórica, nada indica que la atonía actual deba durar treinta años.
-¿Cuál es la próxima crisis que ves en el horizonte?
-Habrá una crisis cuando al PSOE se le acabe el ciclo y entre el PP con Vox. Esto supondrá una crisis profunda, porque la extrema derecha quiere cuestionar aspectos del ‘statu quo’ autonómico. La distensión con PSOE y Sumar es algo temporal, porque hay otras fuerzas del Estado tirando en la dirección contraria. Haríamos bien en pensar más allá en los términos de pactar con PSOE y Sumar para que, cuando lleguen estas crisis, no nos cojan meados en la tripa y podamos hacer maniobras que sirvan para avanzar hacia la independencia.
-¿Pero la CUP no ha sido, como todos los demás partidos independentistas, ‘psoizada’?
-Es que tampoco tiene sentido inhibirte y forzar la crisis dejando entrar a la extrema derecha: mientras puedas continuar con tu plan por debajo, vale la pena ir tirando.
-¿Y no has escuchado alguna vez que ya no podíais hacer nada de lo que tenías que hacer y habíais sido completamente cooptados?
-Yo creo que todas las decisiones que tomamos eran fruto de un cálculo, de decir “esto es mejor que aquello”. Sí se podría reprochar que ahora no estamos aprovechando el momento de distensión para organizarnos, que pactar con el PSOE haya dividido y desmovilizado tanto al independentismo. El gran problema es que está existiendo un repliegue desordenado, que estamos perdiendo carros y carretas y bajando a porcentajes de apoyos de la independencia previos a 2012.
-Pues, como diría Lenin, ¿qué hacer?
-Es necesaria la organización política. Tenemos fuerza en las instituciones, pero no tenemos en el sindicalismo y no haces un tres de octubre sin presencia sindicalista organizada. Y también hay que saber leer las contradicciones del sistema, no ser pasivos y estar atentos a los momentos de aceleración histórica que vendrán.
NÚVOL