El año del ‘pato cojo’

Al margen de todas las teorías geopolíticas al uso, del nuevo equilibrio de poderes, la multipolaridad, la potencia Europa, los briks, etc., la realidad atestigua que Estados Unidos sigue siendo, de hecho, el gobierno del mundo. Así, si el país entra en tiempo del ‘pato cojo’ o renovación presidencial, las consecuencias se hacen sentir internacionalmente.

Según el saber convencional, el pato cojo pierde autoridad y eficacia y no puede tomar decisiones a medio o largo plazo. Pero sí a corto y en asuntos delicados o peligrosos, ya que no tendrá que afrontar sus consecuencias. Biden ha aprovechado para indultar a su hijo. Claro que eso lo hacen todos. Bush indultó a un buen puñado de condenados y Clinton hizo lo mismo, incluido un hermanastro suyo. Más calado tiene otra medida, como intensificar y prolongar la guerra en Ucrania autorizando el uso de misiles balísticos contra Rusia.

Y, por supuesto, lo que contradice de plano la teoría incapacitante del pato cojo, es el incremento del apoyo de EE.UU. a Israel en su actual guerra contra los musulmanes. Sobre todo si se tiene en cuenta que el presidente entrante ya va por el mundo trompeteando que incrementará ese apoyo.

Trump se expresa sobre todo a través de la red social Twitter, de su amigo y principal valedor en la campaña electoral, Elon Musk, que la utiliza también para predecir un futuro de poblamiento humano del universo. Mira por dónde aparece la fantasía de Bruno y Fontenelle de la pluralidad de mundos. La diferencia es que los mundos del ilustrado eran autónomos y los de Musk van a proceder todos de la tierra, y no sé si es tranquilizador un universo futuro poblado por terrícolas.

Twitter entra en el gobierno de EEUU desde el momento en que Trump nombra a Musk al frente de un departamento de eficiencia del gobierno. Conociendo al personaje y sus expeditivos procedimientos, se trata de una especie de administrador concursal, no hace falta engañarse.

Consecuencia: los medios liberales y progresistas en América y Europa han convocado una cruzada contra Twitter, acusándolo de ser el medio de la extrema derecha, difusor de ‘fakes’, odio, racismo, xenofobia. Obedientes, muchos internautas abandonan la red del pájaro y vuelven a los medios convencionales, que se nutren precisamente de Twitter, dado que el presidente de EEUU y sus colaboradores hablan a través de la red. Es imposible no enterarse. Es imposible no oírlo. Casi como si Moisés se negara a subir al monte Sinai para no escuchar la voz del Señor.

Trump habla un lenguaje plano donde abundan las bravatas y las amenazas y que llega a la gente. El lenguaje que también entienden sus enemigos, aunque éstos se prodigan más en Instagram o TikTok. La guerra entre Israel y los musulmanes también se libra en Twitter, fuente de información, medio de propaganda y mecanismo de coordinación. Un conflicto que divide a las sociedades occidentales en casi todos los ámbitos de la vida pública.

A la decisiva ayuda militar de EEUU a Israel se añade ahora la jurídica. Al igual que Israel, su amigo estadounidense no reconoce la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional y no acatará su orden de detención de Benjamin Netanyahu por supuestos crímenes de guerra. Considera que el TPI es un órgano político sesgado a favor de los musulmanes del que forma parte un Estado palestino que EEUU no reconoce. Pero no es Trump, sino el pato cojo, Biden, quien, además, amenaza con tomar represalias contra cualquier Estado que acate la orden de detención, incluida la fuerza militar. Algunos países, como Grecia y Francia, ya han dicho que no cumplirán la orden de detención. Estaría bien saber qué haría España si el presidente israelí pisara el hispánico solar. O qué haría una Cataluña hipotéticamente independiente. Ambas entidades con una izquierda mayoritariamente propalestina.

En el orden provincial, la Cataluña dependiente lo tiene muy claro y se preocupa por consolidar la “nueva normalidad” de una Cataluña que ha vuelto a la casa del padre. El gobierno ha concedido la Cruz de Sant Jordi a Àngels Barceló, una significada periodista catalana militantemente contraria a la independencia de Cataluña y a la red social Twitter, ‘pari passu’.

Son los dos últimos obstáculos a la epifanía de una ficticia democracia española progresista bajo la protección de la corona: la independencia de Cataluña y la inmoderada expansión de la libertad de expresión.

EL MÓN