A finales de los sesenta del siglo pasado algunos pertenecimos a la “legión negra sagrada” y nos sentimos sublimemente sugestionados por la teología de la liberación, cuyo adalid y pionero más conocido por nuestros lares era el dominico peruano P. Gustavo Gutiérrez, fallecido en este pasado octubre a los 96 años de edad. Las ideas esenciales que transmitía esta teología se podían resumir:
-Opción preferencial por los pobres.
-La salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidaddel hombre.
-La espiritualidad de la liberación exige hombres nuevos y mujeres nuevas en el Hombre Nuevo, Jesús de Nazaret.
-La liberación implica una toma de conciencia ante la realidad socioeconómica y la necesidad de eliminar la explotación, la falta de oportunidades e injusticias de este mundo.
-La situación de la mayoría de la humanidad contradice el designio histórico de Dios y es consecuencia de un pecado social.
-No solamente hay pecadores, sino que hay víctimas del pecado que necesitan justicia y restauración.
-El método del estudio teológico es la reflexión a partir de la práctica de la fe viva, comunicada, confesada y celebrada dentro de una práctica de liberación.
La teología de la liberación emanaba de la experiencia de compromiso y trabajo con, por y para los pobres, del horror ante la pobreza y la injusticia, y de apreciación de las posibilidades de las personas oprimidas como creadores de su propia historia y superadoras del sufrimiento. Ello implicaba un compromiso de vida, un estilo de vivir, y una forma de confesar la fe, enraizados en el pueblo y asumiendo los valores de cada identidad cultural y nacional. Creíamos a pies juntillas, y algunos lo seguimos creyendo, que, si aplicábamos sus principios, cambiaríamos radicalmente nuestras comunidades y el mundo entero.
La teología de la liberación se expandió como una mancha de aceite, especialmente en el mundo latinoamericano y experimentó matices teóricos y dieferencias de aplicación práctica, que iban desde la moderación argentina, la teología del pueblo, con influencia en el cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, hasta la inmersión colombiana en la lucha armada, con la muerte del sacerdote Torres, hasta la confluencia con el marxismo. Un servidor participó como oyente en algunas jornadas sobre marxismo y cristianismo, de las que salió un libro, Cristianismo y marxismo, de Giulio Giradi, que todavía conservo y releo. También recuerdo una conferencia titulada Cristianismo y Revolución, a cargo del canónigo malagueño, González Ruiz, que me impresionó profundamente, y más recientemente otra magistral sobre la teología de la liberación, impartida por Juan José Tamayo en la sala donostiarra del Koldo Mitxelana, donde realizó un extraordinaria excursión narrativa sobre los avatares de esta teología.
Sin embargo, la teología de la liberación ha sufrido un progresivo silenciamiento y arrinconamiento, siendo contrarrestada y desplazada conscientemente por parte de los grandes poderes económicos y políticos por un progresivo cabalgamiento de la teología de la prosperidad.
Esta teología hunde sus raíces en el calvinismo. Esta fue una doctrina extremista dentro de la amalgama protestante, que santificaba las empresas terrestres humanas exitosas como signo evidente de la predestinación divina a la salvación del individuo triunfante en ellas. Max Webber en su famoso libro, La ética protestante y el nacimiento del capitalimo, libro de lectura muy recomendada en la asignatura de Historia Moderna Universal, impartida sabia y jugosamente por el profesor, José Alcalá Zamora y Queipo de Llano en la madrileña Universidad Complutense, defendía que el origen del capitalismo se hallaba en este principio calvinista frente a la teoría de Werner Sombart, quien lo situaba en el corazón del judaísmo.
Esta corriente opiácea neocalvinista se encuadra dentro de los movimientos neopentecostales y evangélicos, con ramificaciones dentro de nuevas tendencias neocatólicas, y se ha establecido como un pilar del neoliberalismo. La idea nuclear de esta doctrina es que Dios desea que sus fieles tengan una vida próspera y éxitosa en sus empresas.
Según el historiador argentino Julio Lisandro Cañón la teología de la prosperidad promociona la idea de que el bienestar personal –riqueza, salud, y felicidad– es una manifestación de la gracia divina, evocando el sueño americano. La doctrina sugiere que la fe puede conquistar la prosperidad y, por tanto, Dios sería una especie de proveedor que materializa los deseos de los creyentes. Todo ello exacerba el individualismo y justifica teológicamente el neoliberalismo económico.
Este evangelio de la prosperidad ha encontrado terreno fértil en Africa, en países como Nigeria, Kenia y África del Sur. En Kampla el pastor Kayanja posee el Miracle Center Cathedral, un edificio impresionante de siete millones de dólares, símbolo evidente de prosperidad anunciada. En Asia, en Corea del Sur, el pastor Paul Yon-ggi popularizó una variante de esta doctrina, la teología de la cuarta dimensión. En Brasil su difusión se aceleró desde 1980 a través de la utilización de los medios de comunicación por pastores carismáticos, que presentan un mensaje simplista, atractivo, con mezcla de música, testimonios sensibleros y una interpretación fundamentalista de la Biblia, buscando conexión y derroche emocionales en el público. Destaca singularmente la Igreja Universal do Rei-no de Deus, cuyos anuncios vinculan la prosperidad a la visita a los templos, donde se promete la obtención de múltiples beneficios. Tiene una fuerte influencia política y conexiones con Bolsonaro, alineándose con su discurso de valores familiares, seguridad y promesas de un Brasil próspero y religioso. Esta corriente también se ha expandido en América central, principalmente Guatemala y Costa Rica y en América del Sur, en Colombia, Chile y Argentina. Y no cabe duda de que el triunfo de Trump en EEUU no está muy alejado de la influencia de este credo en capas menesterosas y desprotegidas de la sociedad norteamericana.
Ciertamente esta teología de la prosperidad fomenta el individualismo y debilita la solidaridad. Un importante contingente de los sectores empobrecidos e infortunados se sienten fascinados por este pseudoevangelio, quedando prisioneros en un vacío sociopolítico y permitiendo que fuerzas paradójicamente contrarias a su problemas e intereses moldeen su mundo. De esta manera estos sectores se vuelven inofensivos e indefensos y se alejan de un compromiso social y político, en la línea de la solución justa de su depauperada situación.
Esta corriente teológica es causa, signo, síntoma, inducción y consecuencia de los aires conservadores, neoliberales y neocalvinistas, que galopan por muchas y distintas territorios de este nuestro mundo actual.
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