Todas las comunidades del mundo -imperios, estados, países, pueblos, naciones, ciudades- tienen en su pasado episodios oscuros y vergonzosos. Episodios moralmente inaceptables, no sólo desde la perspectiva moral de nuestros días, sino más desde cualquier perspectiva moral que de carácter humanístico, que cree en la dignidad de las personas. El pasado es pasado y, por tanto, irreversible, y aunque se puede hacer ver o se puede intentar hacer creer que estos episodios no ocurrieron realmente, es imposible borrarlos de la historia. Pero aunque todas las comunidades, en una medida u otra, puedan tener estos episodios oscuros en su armario, no todas se relacionan con ellos de la misma manera. Una de las formas de relacionarse con ellos, por parte sobre todo de algunos países, es negarlos o maquillarlos todo lo que puedan para hacer ver que no han sido realmente oscuros y vergonzosos. Otra es asumirlos como realmente oscuros y avergonzarse de forma explícita, a menudo pidiendo perdón desde el presente por las oscuridades del pasado. Este arrepentimiento puede ser más o menos sincero o más o menos forzado -a menudo llega después de una derrota-, pero en cualquiera de los casos es explícito. La Alemania actual ha renegado explícitamente de su pasado nazi y obviamente es hoy un país muy distinto al que era en los años treinta, a pesar del crecimiento de una determinada forma de extrema derecha. La Rusia de Putin es, en lo que se refiere al sistema económico y a la ideología oficial, muy diferente a la Rusia de Stalin, pero no puede decirse que haya renegado del estalinismo de una manera paralela.
Aunque las formas de relacionarse con este pasado negativo y vergonzante son muy diversas y tienen muchos grados, de hecho generan dos bloques: aquellos que, por así decirlo, renuncian explícitamente a esta herencia histórica y marcan distancias y los que la asumen con más o menos orgullo, a menudo con mucho orgullo y edulcorándola o legitimándola para hacer posible tragársela. En otras palabras, existen dos bloques de relaciones con este pasado: unos países marcan con fuerza una línea de ruptura y discontinuidad con el pasado incómodo y otros mantienen la continuidad con este pasado, sin haber roto con el mismo de forma explícita. Y estas continuidades y discontinuidades se producen en ámbitos también diversos, pero hay uno que puede parecer poco relevante en la práctica, pero que tiene una importancia decisiva en las mentalidades y visiones del mundo: el ámbito simbólico. Cuando alguien rompe con un pasado vergonzoso, rompe también en el ámbito de los símbolos. Cuando no quiere romper con este pasado mantiene sus símbolos y alimenta un discurso diciendo que probablemente este pasado no es tan vergonzoso como parece. Alemania de después de la guerra no mantiene la bandera de Alemania nazi. La nueva Sudáfrica de después del apartheid cambió el himno y la bandera. También la Italia posfascista cambió su himno. En el ámbito simbólico se quisieron hacer señal de discontinuidad, de ruptura.
Hace años, mirando unos audiovisuales interactivos sobre la Guerra Civil española, un amigo extranjero me hizo notar como una evidencia repentina lo que por costumbre muy a menudo no vemos. En el audiovisual se presentaba una batalla y cada uno de los dos ejércitos iba bajo una bandera. La bandera de los republicanos y la bandera de los franquistas. Y me decía: la bandera de los franquistas es la actual bandera española. Por tanto, la España actual es la heredera del bando vencedor. Si la España actual fuese la superación de la Guerra Civil, habría generado una bandera nueva. Si fuera la reversión del golpe de estado del 18 de julio, habría recuperado la bandera republicana. En cualquier caso, habría dado una señal de discontinuidad simbólica. Si ha mantenido la bandera que llevaba el ejército franquista es porque ha querido realizar una señal de continuidad. No estamos hablando de vexilología, de los orígenes de las banderas históricas. Estamos hablando de política. Si eres heredero de algo, mantienes sus símbolos. Si no quieres ser heredero –ni parecerlo- cambias los símbolos. Y, en la Transición, España mantuvo los símbolos del franquismo -que de hecho coincidían con los símbolos históricos de la España autoritaria y uniformista- y no recuperó los símbolos de la España inmediatamente anterior al franquismo, los de la República, ni generó unos nuevos, que superaran ese enfrentamiento simbólico. Mantuvo los de una parte. La de los vencedores de la guerra. Los del franquismo. Optó por la continuidad. Y si optas por la continuidad, fatalmente acabas endulzando y legitimando aquel período del que te proclamas heredero a través de esa continuidad.
Un paréntesis: el debate sobre la continuidad de los símbolos –es decir, de los espacios, momentos y objetos significativos- no es el mismo que el debate sobre qué hacer con la pervivencia de estos símbolos en el espacio público. A veces, eliminar los símbolos de los tiempos oscuros del espacio público es una manera de eliminar la memoria de estos tiempos oscuros, es simular que nunca pasó, porque no queda nada visible. El problema no es qué queda visible, sino si hay una continuidad o no de significado, que significa de función. Auschwitz es un símbolo execrable de la ignominia nazi, pero sería un error implanteable demoler Auschwitz, porque es precisamente el recordatorio del mal. El problema del mantenimiento de los símbolos no es si deben mantenerse o borrarse –este es otro debate, en el que personalmente sería poco partidario de limpiar el espacio público de elementos que mantienen su memoria-, el problema es si hay o no continuidad en su función simbólica, si siguen siendo símbolo de lo que eran o si han pasado a ser otra cosa. Si se me permite un comentario lateral, si constatamos que en la comisaría de Via Laietana pasaron cosas execrables y que es un espacio de memoria del dolor y del mal, de lo que se trata no es derribarla, pero tampoco puede seguir siendo una comisaría de policía. Debe haber un gesto de discontinuidad, que equivale de hecho a una no aceptación de la herencia.
Dentro de la continuidad simbólica que eligió la Transición respecto al franquismo -y los símbolos funcionan porque encarnan realidades de fondo-, el mantenimiento del 12 de octubre, del ‘Día de la Raza’, como fiesta nacional española es otro ejemplo especialmente claro de esta aceptación de una herencia oscura, que conlleva blanquearla y legitimarla. Y en este caso no sólo la herencia del franquismo, sino también la del imperio colonial y de todo lo que comportó. Mantener el doce de octubre es continuidad simbólica respecto al franquismo -aunque viniera de más atrás, la celebración de la fecha queda contaminada por el valor simbólico que le otorgó el franquismo- y es querer convertir la leyenda negra en leyenda blanca. Cuando es evidente que en el imperialismo español hubo motivos para generar la leyenda negra, aunque también tuvo algún aspecto positivo. Como todos los imperios, me dirán. Ciertamente, con matices, pero en otros casos se han realizado gestos de renuncia total o parcial a la herencia simbólica. Gestos como el que ahora México reclama: pedir perdón es una de las formas más evidentes de proclamar la discontinuidad, la no aceptación plena de las herencias oscuras. Gestos que ni el Estado ni el gobierno español han querido hacer jamás.
Titulaba este artículo ‘El error del 12-0’. Para mí el error es haber mantenido también aquí la continuidad simbólica respecto al franquismo y la herencia autoritaria española. No haber querido con la Transición construir una realidad nueva, que habría pedido nuevos símbolos. Sobre la significación simbólica del 12 de octubre, recomiendo la lectura del artículo correspondiente de la Wikipedia, inequívocamente falangista, que Fuerza Nueva pudo publicar textualmente en sus páginas sin cambiarle ni una coma. Pero, más concretamente, ahora que algunos dicen que Pedro Sánchez está intentando hacer con la mayoría de su investidura -que incluye el catalanismo- lo que la Transición no quiso o no fue capaz de hacer, mantener esa continuidad simbólica me parece empeñar se en el error. Y, sobre todo, que el president de la Generalitat -heredera explícita de la legalidad republicana contra la que se levantó el franquismo- participe ahora en la celebración del 12 de octubre me parece un error al cuadrado.
EL MÓN