El conspirador fascista y ministro sanguinario de Franco que mantuvo una plaza dedicada a su persona durante cuatro décadas de democracia
Aristócrata y terrateniente
Tomás Domínguez Arévalo nació en Madrid el 26 de septiembre de 1882, en el seno de una familia aristocrática. Su padre, marqués de San Martín, era sevillano de orígenes extremeños, mientras que su madre, Dolores Arévalo, era condesa de Rodezno y de Valdellano, poseyendo, entre ambos cónyuges, amplias tierras en Extremadura, La Rioja y Navarra. A pesar de la afición que sentía por la Historia, el joven Tomás estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid, donde se licenció en 1904, y de inmediato comenzó con su militancia política en el seno del carlismo. Contrajo matrimonio con Asunción López-Montenegro, hija de unos ricos ganaderos riojanos, que poseían también extensas dehesas en Cáceres. Aunque siempre con un pie en Pamplona, Tomás Domínguez fijo su residencia navarra en Villafranca, donde ejercerá como un auténtico cacique, llegando a ser alcalde y nombrando posteriormente a sus propios testaferros para el cargo.
Activo conspirador
Si algo parece claro en la trayectoria del conde es que su actividad política estuvo orientada a defender sus propios intereses de clase, de gran propietario. En ese sentido hay que entender, por ejemplo, que en 1931 fundara la Asociación de Propietarios Terratenientes de Navarra y que, ya como parlamentario, fuera enemigo acérrimo y destacado de la Ley de Reforma Agraria y de cualquier tipo de mejora de las condiciones del campesinado y de la propiedad. Y es que era una cuestión que le afectaba directamente. A fines del XIX se dio en Villafranca un proceso de apropiación de los comunales por parte de los caciques, entre los que estaba su propia familia. Las protestas fueron atajadas con la ocupación militar del pueblo, pero todavía muchos años después, una de aquellas piezas expoliadas por los Rodezno era conocida en Villafranca como “el Soto Robado”.
Mientras tanto, en 1931 se funda la Comunión Tradicionalista, de la que Rodezno se convierte en máximo dirigente, obteniendo así una magnífica plataforma desde la cual conspirar. Recordando este tiempo, pocos años después, “Diario de Navarra” se referiría a él, de manera muy significativa, como “uno de los hombres que con mayor ardor combatió a la República” (3-2-1938). Se declaró en numerosas ocasiones contrario al parlamentarismo y la democracia y, bajo su dirección, se contactó con Mussolini al objeto de obtener apoyos y recursos. Se le considera clave para conseguir la implicación del carlismo en el golpe, aunque, según diversos analistas (Mendiola, Lanero, Víctor Moreno…), la cuestión dinástica no le interesaba en absoluto, puesto que consideraba a esta rama familiar agotada y sin viabilidad. Lo que en realidad le movía era el mantenimiento del orden social, el sostenimiento del statu quo y, en definitiva, de aquellos privilegios que tanto le beneficiaban como terrateniente. Se valió del tradicionalismo porque, como bien sintetiza Javier Eder, los conspiradores tenían que atraerse a los carlistas, pero sin comprometerse demasiado con ellos, de forma que luego pudieran ser relegados.
Tomás Domínguez Arévalo.
Ministro de Franco
Todavía sin haber concluido la guerra Rodezno fue incluido en el primer gobierno de Franco, y su legado como ministro de Justicia fue terrible. Fulminó la libertad religiosa, prohibió los nombres vascos por considerarlos separatistas, y revirtió todos los avances de la República en materia de igualdad. Prohibió el divorcio y las separaciones, y llevó el status de la mujer a niveles de subordinación propios del siglo XIX. Restauró la pena de muerte, abolida por la República, y fue responsable de la firma de 50.000 ejecuciones. Convirtió las cárceles en auténticos centros de exterminio y, según Mendiola, durante su mandato se frisó la cifra de 400.000 penados. Es también responsable de la definitiva separación de miles de niñas y niños de sus madres presas, y condenó a más de 100.000 prisioneros a trabajos forzados, permitiendo en ocasiones ese régimen de esclavitud como fuente de enriquecimiento privado. De hecho, 200 de estos presos fueron llevados a trabajar a Villafranca, a petición del ayuntamiento que él mismo controlaba. En Navarra, la represión durante este tiempo fue feroz, y se cebó de forma muy especial en la Ribera, allí donde, debido a la estructura de propiedad agraria, los terratenientes más se habían sentido amenazados por los avances de la República. No es casualidad que, según algunas estimaciones, en Villafranca, donde el conde tenía muchas deudas que saldar, fuera fusilado en torno a un 14% de los varones que habían votado al Frente Popular. Tras su relevo en el año 1939, y terminada ya la Guerra Civil, el conde se afincó definitivamente en Navarra, donde desempeñó cargos diversos como diputado a Cortes, senador y vicepresidente de Diputación.
Glorioso hijo de la Raza
El conde de Rodezno murió el 10 de agosto de 1952 a los 69 años, y la ocasión se convirtió en una enorme manifestación de homenaje. En un editorial compartido por “Diario” y Pensamiento” el día 1 de febrero se encomiaba su “justeza, su aguda intención e ingenio”, y se afirmaba que se había visto obligado a alzarse como “defensor insigne de los intereses de la iglesia”. Pero los mayores elogios se los dedicaría “Garcilaso”, director del “Diario de Navarra”, que decía considerarse su amigo, y que ya cuando fue nombrado ministro había dicho considerarlo “hijo de la raza que, entre humildes peñascos y montañas, guarda la riqueza espiritual de los intactos valores, heredados de antepasadas generaciones gloriosas, que en esta gesta sin comparación ha salvado a España” (3-2-1938). Aquel mismo año 1952 Franco le nombró Grande de España, y fue declarado Hijo Predilecto de Pamplona por el ayuntamiento franquista, que en sesión del 15 de noviembre bautizaba el final de Carlos III como plaza del Conde de Rodezno.
Y pasaron 64 años…
Murió Franco en 1975 y sobrevinieron cuatro décadas de legislaturas democráticas, en los que cualquier intento por retirar los honores al sanguinario político era bloqueado por UPN. En 2015 la plaza homenajeaba aún al conde de Rodezno, y seguían además allí enterrados y con honores los generales fascistas Mola y Sanjurjo. Alguna iniciativa popular por cambiar el nombre a la plaza, como aquella que quiso dedicarla a la fuga del monte Ezkaba, terminó con intervenciones policiales e incluso con alguna detención. Y cuando, acorralada por el obligado cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, se había acuciado a la alcaldesa Yolanda Barcina a cambiar el nombre de la plaza, esta recurrió al burdo subterfugio de modificar la explicación del rótulo, que de estar dedicado al séptimo conde en concreto, pasaría a estar dedicada al conjunto de los condes de Rodezno, en general. Era una explicación absurda, puesto que dicho condado no tuvo vinculación práctica con Navarra, pero con la excusa de ese cambio conceptual, que tan solo afectaba a la letra pequeña de las placas, la alcaldesa mantuvo intacto su nombre. Una maniobra pueril que, es preciso recordar, avaló de forma vergonzosa un juez.
En 2015 y con la llegada del ayuntamiento de cambio las cosas tomaron otro rumbo. La mayoría plenaria aprobó dar a aquel espacio urbano el nombre de plaza de la Libertad, y el cambio de placas se verificó el 14 de abril de 2016, día de la República. En cuanto a los gerifaltes fascistas enterrados con honores, fueron exhumados el día 16 de Noviembre de 2016 en un ambiente de total normalidad aunque, eso sí, con la oposición de UPN. Por cierto que, según las crónicas, cuando sobrevino el cambio en el Gobierno de Navarra y se entró a ocupar el despacho de la hasta entonces presidenta, Yolanda Barcina, los operarios encontraron, en un cajón de su despacho, las placas originales de la plaza, dedicadas al nefasto Tomás Domínguez Arévalo, séptimo conde de Rodezno. Si las guardaba como nostálgico souvenir o las reservaba para mejor ocasión, solo ella lo podría aclarar… l
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