La popularidad de una causa no es la mejor razón para su defensa. El hombre, decía Aristóteles, es un ser mimético; le domina el instinto del rebaño. Los hay que cuando oyen aullar también se ponen en ello y alguien que no se atreve a lanzar la primera piedra las lanza a puñados al ver a otros que lo hacen. En ‘Las confesiones’ San Agustín dice que las maldades se hacen en grupo. Siempre ha habido lobos solitarios, pero en moral el denominador común suele ser inferior al numerador de los entes fraccionados. A menudo hacemos el mal por vanidad, por no parecer menos que los demás, por sentir el calor del grupo. Confundimos la verdad con la ‘doxa’ y la democracia con la hegemonía.
A finales del siglo pasado los partidos estatales se proclamaban demócratas en oposición a los nacionalismos. Ahora lo hacen con el independentismo, no por miramientos teórico sino por una estrategia combativa que les ha llevado a corromper la democracia y pudrir el estado de derecho. Pues bien, existe esa misma frivolidad teórica y mala fe práctica cuando la izquierda pone la frontera de la democracia en el punto donde comienza la incompatibilidad de las ideas. Que las ideas antagónicas tengan rienda suelta en las instituciones lo encuentran tan escandaloso como la derecha. Unos y otros definen la incompatibilidad extrema como unos extremos.
Pero lo cierto es que la extrema derecha y la extrema izquierda ocupan posiciones polares en un mismo sistema, que sin los extremos ni puede situar en el centro ni cumplir la condición democrática del pluralismo. Un sistema que se esfuerza por convertirse en unipolar es un sistema sesgado. En la “democracia orgánica” franquista, las ideologías de izquierda, reunidas bajo el peyorativo genérico de “rojas”, no tenían cabida. Actualmente en Cataluña, donde predomina un sentimiento de izquierda, la derecha es tachada de “fascista” con la misma escrupulosidad con que Donald Trump dice que Estados Unidos es un país fascista.
Llama mucho la atención que en el mapa ideológico la distribución varía con el intérprete. Personas que se consideran de izquierda colocan al Partido Socialista (que se proclama de izquierda) en un espacio de centro-derecha, a corta distancia del Partido Popular, que representa a la derecha de referencia, y más allá Vox como hiperderecha o derecha extrema. Al otro lado del espectro, Podemos y/o Sumar representan a la izquierda en un sistema huérfano de centro. Una anomalía similar afecta al sistema catalán de partidos, con un PSC reubicado a la derecha para poder absorber a ex-votantes de Ciutadans y convertirse en el principal referente del españolismo. Los liberales de Junts son tildados de centro-derecha o directamente de derecha por una ERC inencontrable en el mapa, cuyo atributo más caritativo sería el de inconsistente. En la extrema izquierda la CUP es un alma perdida en el país de Peter Pan, mientras que la posición de extrema derecha, que monopolizaba el españolismo, se la han endosado a Aliança Catalana por la indiscreción de poner de relieve una cuestión que hace décadas preocupa a no pocos observadores, pero que el sistema catalán de partidos prefiere esconder bajo la alfombra.
El extremo que antes ocupaba ERC –recuerden el acordonamiento institucional del independentismo durante largos años– tiene ahora un nuevo inquilino. Quizá en la puerta de enfrente, pero en todo caso en el mismo rellano. La posibilidad de intercambiarse los extremos y de agravarse “el narcisismo de las pequeñas diferencias” hace más pronunciado el desequilibrio del sistema catalán que el español. En éste, la hostilidad hacia las opciones minoritarias no impide darles cierta exposición mediática, mientras que el sistema mediático catalán vulnera el derecho de información con cordones sanitarios de naturaleza política. Vulneración que no equivale a un vacío informativo, pues el pretendido silencio del acordonamiento se llena de ruido tendencioso indistinguible de la difamación.
En estos casos se aplica la regla de “ninguna tolerancia con los intolerantes”. Esta regla paradójica funciona por mimetismo. Al aplicarla, se convierte en una imagen simétrica de lo que creemos desautorizar. Los mapas ideológicos son inestables y obsolescentes como un GPS no actualizado. Como decía Borges, existe una gran diferencia entre el mapa y el territorio. Una cosa son las ideologías, que son idearios enriquecidos y convertidos en catecismos con pretensiones absolutas, y otra diferente la vida política, oscilante y movediza. En la sociedad catalana heredera de Mayo del 68 el axioma “no hay salvación fuera de la Iglesia” se traduce por “no hay vida civil fuera de la izquierda”. El infierno son los demás, pero no todos los demás; sólo los habitantes de las antípodas, los del círculo polar opuesto. A los de nuestro polo, ya que piensan bien, Dios les dé gloria.
Otra paradoja del discurso político actualizado es tachar de populistas las causas impopulares, las que no gustan a la élite del poder. Como si dirigirse al corazón de la gente fuera necesariamente un ultraje a la razón. Como si la opinión, pilar de la legitimidad del sistema, sólo valiera mientras sostiene el relato hegemónico. La popularidad de una causa es circunstancial. No existen causas eternamente populares o impopulares. Como dependen de la ocasión, las populares atraen a los oportunistas y las impopulares a los valientes, pues la mayoría no apuesta a caballo perdedor. El ejemplo más flagrante es el apoyo a la independencia. Entre 2006 y 2012 el ascenso fue fulgurante, pasando del 15% a cerca del 50% de la población, antes de entrar en declive al disiparse las expectativas de éxito. En el contexto internacional, la independencia de Cataluña se ve como causa perdida. En este contexto, las pocas cartas que se podían jugar, o no se jugaron o se han jugado mal. Sin embargo, como decía sabiamente T.S. Eliot, no existen causas perdidas, porque tampoco existen causas ganadas. “Luchamos por causas perdidas, porque sabemos que nuestra derrota y cansancio pueden ser el preámbulo de la victoria de nuestros sucesores, aunque esa victoria, si llega, sea temporal. Luchamos más por mantener en vida algo que esperando a que algo triunfe”. Éste es el secreto de las causas perdidas: que nunca lo son del todo, porque luchar les da vida y mientras hay vida hay esperanza.
VILAWEB