El giro artístico que se dio en Italia en el siglo XV para extenderse en Europa en el XVI sigue suscitando controversia entre los expertos; dos exposiciones arrojan luz sobre el periodo
Detalle del retrato ecuestre de Muzio Attendolo Sforza, en la ‘Vita di Muzio Attendolo Sforza’, 1491
El Renacimiento fue un giro artístico que se produjo en Italia en el siglo XV y luego en Francia y el resto de los países europeos en el siglo XVI, aunque fue precedido por un cambio pedagógico y literario que conocemos como humanismo iniciado en el siglo XIV en Toscana. La confluencia de estas dos realidades son el argumento de dos grandes exposiciones que en estos días se celebran en París, donde queda de cristalinamente manifiesto conexiones entre el Humanismo y el Renacimiento.
Desde que, a mediados del siglo XIX varios insignes historiadores acuñaran el término Renacimiento para definir una de las “rebanadas” de la historia europea de las que habla Jacques le Goff, el Renacimiento ha suscitado controversias entre expertos. Desde los que consideran que este período es una recuperación cultural en todos los órdenes hasta los que llegan a negarlo. La tendencia a cancelar personajes y épocas históricas alejadas al pensar actual tuvo hace años un prólogo extraordinario cuando la reputada feminista estadounidense Joan Kelly formuló la pregunta ¿ha existido un Renacimiento para las mujeres? Y de inmediato su respuesta: No, no hubo un renacimiento para las mujeres al menos durante el Renacimiento. Período que olvidar, se dijo.
Jacobo Bellini: ‘Retrato de Antonio Marcello’, 1453
BnF
Hoy sin embargo sabemos que personajes claves de aquella época son mujeres como Tullia d’Aragona o Margarita de Navarra. Del mismo modo en algunos coloquios recientes se ha suscitado que la propuesta de cancelación de personajes relevantes de la época, Cristóbal Colón por ejemplo, y sacarlos de la memoria histórica llevaría a plantearnos si ni había que hacer lo mismo con contemporáneos suyos por ejemplo, la supresión por cancelación de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, justo en el momento en el que el museo del Louvre le está buscando una nueva ubicación para responder a la altísima demanda social.
Cuando se habla de Renacimiento las posturas pueden crear controversias necesarias en el campo erudito e intelectual, pero que es un material muy delicado para apartarlo de la memoria social y, en consecuencia, para cancelarlo, a pesar de que muchas de sus manifestaciones como las fiestas de la voluptuosidad o la pasión por los desnudos masculinos, a veces enmascarados en metáforas como luchas míticas entre hombres y centauros, son tan contrarias al puritano devenir actual. Hay que esforzarse para entender esa época y sobre todo sus efectos artísticos porque el Renacimiento es un patrimonio cultural de la mayoría de los países europeos.
Un patrimonio que no solo recibe una importante atención por los gestores culturales, públicos y privados, sino que también debe recibirla por la importancia de su legado. Esta actitud de ponderar un distanciamiento hacia las tendencias que invitan a cancelar personajes, obras y épocas históricas es la que está presente en las dos exposiciones actuales de París.
Si nos atenemos al orden cronológico, la primera exposición habla del universo humanista, básicamente porque responde a los ideales literarios de Francisco Petrarca (sirva esto como homenaje al desaparecido maestro Francisco Rico,que convirtió sus estudios petrarquistas en una de las versiones más acabadas de este gran poeta en la cultura europea). Es evidente que el humanismo petrarquista introdujo novedades en la escritura, creando la letra humanística.
Al mismo tiempo, facilitó la posibilidad de que esa letra se convirtiera en caracteres móviles, con lo cual facilitó la llegada de la imprenta. Estos elementos quedan enmarcados en la proliferación de los magníficos manuscritos que encontramos en la exposición. Hasta el punto de que los llamados incunables, los manuscritos anteriores a 1500, son una obra de arte digna de admiración por los visitantes. Allí se encuentran algunos de los textos que en ese revolucionario proceder convirtieron los clásicos en la renovación de la cultura europea. De ahí que la expresión petrarquista de rinacita, renacer, explica no solo un procedimiento literario sino también un hecho cultural.
Nicholas Hilliard: ‘Hombre desconocido’, Inglaterra, 1600
Victoria and Albert Museum
Desde ese punto de vista conviene atender la recuperación de algunos textos que cambiaron el sentido de la aproximación al paisaje, en la línea de la carta de Petrarca subiendo al Monte Ventoso. Y así se encontraron el manuscrito del Rerum natura de Lucrecio, cuyo hallazgo dio origen al gran libro El Giro de Stephen Greenblatt, sobre el descubrimiento del Rerum natura, para que los humanistas pudieran elaborar nuevas concepciones sobre la naturaleza, empezando por la noción de paisaje.
Junto a Lucrecio, aparecen otros que llevan a una peculiar manera de abordar el mundo que los responsables de esta exposición han calificado acertadamente “inventar” una civilización a través del trabajo de tres figuras insignes de la época, el humanista como hombre de letras, el príncipe en calidad de mecenas y egregio altruista, el artista capaz de plasmar en la obra de arte una cosmovisión que a la vez que recupera lo antiguo creaba lo nuevo.
Así, inventar el Renacimiento es introducirlo en el territorio de la imaginación creadora, por tanto, en esa facultad que tienen los seres humanos de idear cosas nuevas, muchas de las cuales son recuperadas. Por lo tanto, lo que la sociedad de los siglos XV o XVI hizo sobre el legado clásico actualizando hasta alcanzar el grado de convertirlo en un acontecimiento de civilización como es el Renacimiento, se propone en las salas de la Biblioteca Nacional de Francia como un ejercicio de nuestra sociedad actual con respecto a su legado. Es decir, utilizarlo, en lugar de cancelarlo, para alcanzar un nuevo Renacimiento.
El giro artístico llamado Renacimiento se percibe no solo en la arquitectura, pintura y escultura, sino también en el mundo del objeto. Si nos atenemos a las biografías de los objetos expuestos en la exposición del Hotel de la Marina encontramos un inmenso material informativo sobre el cambio del grupo social durante el Renacimiento. El renovado gusto desarrolla algunas actitudes sociales como el coleccionismo, el mecenazgo, el altruismo y las controversias sobre materiales, estilos, figuras, acabados, que van configurando especialmente los objetos un alto valor, por supuesto artístico, pero también económico.
Jacopo Bellini: ‘Alegoría de la República de Venecia’, 1453
BnF
Este gusto renovado inicia en la sociedad europea los procesos de polarización social, son los grupos acaudalados quienes tienen acceso a estas obras, los que las disfrutan y las introducen en su espera privada. Esta polarización social, por lo tanto, se ve reflejada en las maneras de acercarse al arte.
De ahí que nos sorprenda encontrar un arte muy refinado, costosísimo por los materiales, por la orfebrería, por el desarrollo de una cerámica que por una vez se pone a la altura de las cerámicas procedentes de oriente, China, Japón, India y otros lugares, y esto acepta a los objetos de casa, pero también a la indumentaria con la que además también quieren representarse, en los retratos, que a la vez exigen la presencia de grandes pintores en su oficio de retratista, los Holbein, los Pantoja de la Cruz, que entran en la privacidad de estos personajes acaudalados que gustan representarse a sí mismos con todas sus riquezas.
El Renacimiento no esconde la riqueza, la muestra, en un territorio que hoy es controvertido, a pesar de que mantiene de forma inconsciente la fascinación por lo glamurosa porque, al igual que en las fiestas del Renacimiento, hoy cualquier acto social como la fiesta del MET, la sociedad acaudalada muestra sus galas.
Este universo que sin pretenderlo se orienta hacia el manierismo, que es la modalidad en la que el gusto se encuentra consigo mismo. Se ve en los brocados, los tejidos o los escritorios de viaje, una de las grandes pasiones del siglo XVI gracias a los cambios de los carruajes, al igual que las gemas, algunas recuperadas de camafeos antiguos, o las perlas, emblema del buen gusto en el Renacimiento y lo que vino después.
LOS MATERIALES DEL HUMANISMO
La Biblioteca Nacional de Francia afronta en su edificio histórico de la Rue Richelieu una exposición que partiendo de la invención del Renacimiento ofrece nueva luz sobre las tres figuras esenciales que lo hicieron posible, el humanista, el príncipe y el artista. Y lo hace en cinco espacios: 1. el gabinete privado de los hombres de letras, ese studiolo donde los vemos rodeados de libros, atentos a los que ellos dicen, afectados por su presencia. 2. Petrarca como figura clave visto desde la obra que le rodea, los libros y los bellos manuscritos, en uno de los cuales su propio perfil a mano. 3. El estudio de la antigüedad y el gusto de lo antiguo, desde la recuperación de la Historia Romana de Tito Livio y el aprecio por lo clásico hasta la necesidad de conservarlo en bellos manuscritos. 4. “El saber y la gloria” donde se halla el mensaje: el humanismo es una reforma intelectual y moral, un movimiento de recuperación de la Antigüedad a la vez que una aspiración a reconocer en el hombre el sentido de la libertad, de la dignidad humana 5. El paso de la biblioteca humanista a la Biblioteca del Príncipe, raíz de las Bibliotecas Nacionales.
DOS COLECCIONES EXTRAORDINARIAS
La exposición El Gusto del Renacimiento bien podría llamarse “el gusto por el Renacimiento” por el efecto que produce en el visitante; es un acierto su ubicación en el Hôtel de la Marine de París, un palacio de época Luis XVI, que, desde la Revolución, fue la sede del Ministerio de la Marina en la Plaza de la Concordia y actualmente se ha reconvertido en museo para albergar durante al menos veinte años la colección Al-Thani, propiedad del magnate catarí. Entre sus objetivos estaba la creación de un espacio de diálogo con otras colecciones, y en esta ocasión con el londinense Victoria and Albert Museum.
L’Antico (Pier Jacopo Alari Bonacolsi): ‘Meleagro’. Mantua, c. 1484-1490
Victoria and Albert Museum
Estamos ante una esmerada presentación de objetos, pinturas, joyas, vestidos, piezas en metal o en cristal, todos de gran belleza e incalculable valor. Vemos en su esplendor el Zodiaque Arundel, un colgante realizado a mitad de siglo XV en Italia con montura en los Países Bajos que demuestra cómo los objetos tienen una biografía; lo mismo sucede con el esmalte de Limoges, facturado por el Maestro de la Eneida hacia 1525, donde se narra un episodio tras la Guerra de Troya. O el retrato del príncipe Eduardo VI por William Scrots, que predispone al espectador al comprobar que el libro que el retratado tiene en sus manos no es de aventuras, ni un tratado de cortesía , sino la Biblia, como aconsejan los aires de la Reforma, un movimiento tan cercano al Renacimiento.
Otra dimensión alcanzan las gemas: recuperadas en homenaje a los antiguos, se engarzan y se tunean, como la copa de Neptuno y Anfitrite del taller de Giovanni Ambrogio Miseroni; un paso en esa línea y con mayor manierismo se ve en el busto del emperador Adriano, donde se recupera una cabeza del emperador romano del siglo II d. C, modificada hacia 1250 en el ambiente cortesano de Federico II de Sicilia y con un torso en metal y esmalte hecho en Venecia hacia 1550 y un pie de porfirio hacia 1850. El gusto por lo oriental está presente en el Cofre Robinson, de marfil esculpido, plata dorada, filigrana de oro y zafiros, proveniente de Kotte, Sri Lanka, hacia 1557.
La invención del Renacimiento. Biblioteca Nacional, París. Hasta el 16 de junio
El gusto del Renacimiento. Diálogo entre dos colecciones. Hôtel de la Marine, París. Hasta el 30 de junio.
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