Investidura española: cuestión de desconfianza

Un posible acuerdo “histórico” entre Cataluña y el Estado = cumplimiento de condiciones previas + negociación sustantiva igualitaria.

Ésta es la esencia del discurso reciente del president Carles Puigdemont. Se trata de establecer un acuerdo ambicioso que supondría cambios en el modelo nacional y territorial del Estado y que no escapa a nadie que está lleno de dificultades (históricas, filosóficas, empíricas, pragmáticas). Veamos algunas, un poco más allá de las más obvias.

1. Estado.

Existen dos condicionantes históricos que no facilitan el acuerdo: las culturas política y jurídica del Estado. Sus raíces vienen de lejos. El Estado español ha sido una mala copia del modelo francés durante toda la época contemporánea. Sin embargo, no ha tenido éxito en los afanes uniformizadores nacionalistas y lingüísticos, a pesar de su vocación centralizadora. La carencia de una auténtica cultura política liberal y democrática resulta flagrante, mientras que sí estuvo muy presente en Europa desde la segunda mitad del siglo XIX. La cultura política del Estado pone al nacionalismo español por encima del estado de derecho y de la democracia.

Esta deficiente cultura política también está presente en los partidos de la izquierda española. Más allá de la obviedad de que algunos dirigentes del PSOE podrían ser perfectamente del PP, y que el tándem Podem/Sumar nunca ha superado la fase retórica en el tema plurinacional, quizás valga la pena recordar el aforismo de Santiago Rusiñol: “Los progresistas son como los caballos que llevan una anteojera de cuero en los ojos. No pueden ver más que mirar hacia delante”.

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Por otra parte, la cultura jurídica se ha movido siguiendo patrones franceses y germánicos, rehuyendo la flexibilidad de la jurisprudencia anglosajona cuando es necesario regular temas como los relacionados con el pluralismo nacional. A esto hay que añadir un condicionante propiamente español: la falta de ruptura con el pasado franquista de la cúpula judicial, una de las peores sombras de la Transición de finales de los años 70. Personajes como Marchena, Llarena, Lamela ‘e tutti quanti’ han tenido mala suerte: han nacido demasiado tarde. Habrían sido mucho más felices viviendo en la dictadura franquista, mientras que ahora deben conformarse tratando de mantener el legado de la dictadura dentro de un poder judicial que sigue siendo unitario y centralizado.

Los partidos de la izquierda española tienen una oportunidad de oro para mostrar que la expresión “partidos de progreso” no es un oxímoron en el tema nacional. Hasta ahora lo ha sido en términos prácticos. Francamente tengo dudas de que los partidos de la izquierda española estén política e intelectualmente preparados para afrontar el reto que tienen delante: que el sistema político español se convierta en pluralista y congruente con la plurinacionalidad de la sociedad española.

2. Cataluña.

Pensando en el futuro del país creo que sólo hay dos alternativas solventes: convertirse en un Estado independiente (es decir, que sea tan interdependiente como Holanda, Eslovenia o Dinamarca dentro de la Unión Europea); o conseguir un reconocimiento nacional y una profunda acomodación política en el seno de un Estado español muy reformado. Hasta ahora esto no ha sido posible.

En el momento actual hay sobre la mesa dos carpetas, la de la antirrepresión y la del autogobierno/autodeterminación. No hay que confundirlas a pesar de los elementos de contacto.

De las cuatro condiciones que Puigdemont ha argüido para entrar en una negociación, dos, la amnistía y el reconocimiento del independentismo como un movimiento legítimo (Pegasus, policía patriótica), pertenecen a la carpeta antirrepresiva. Las otras dos condiciones tienen que ver con la desconfianza que el Estado ha hecho muchos méritos por producir (mediación por el control del cumplimiento de los posibles acuerdos y los tratados internacionales como marco de negociación –sin embargo, la referencia a la Constitución española resultará inevitable).

Sin embargo, la segunda carpeta es la más decisiva. Implica decisiones inmediatas y de legislatura. Existen varios ámbitos implicados. 1) Político: establecer un marco permanente de decisión propia y diferenciada de Cataluña, tanto en la esfera interna como en la europea e internacional (no detallo las subcarpetas de este punto, entre ellas el reconocimiento nacional y una normativa propia en el uso de símbolos –banderas, himnos, selecciones deportivas). Cabe recordar aquí que todas las federaciones plurinacionales de la política comparada son asimétricas. 2) Socioeconómico: financiación, inversiones, fiscalidad, infraestructuras (puerto, aeropuerto, trenes…). 3) Lingüístico-cultural: lengua catalana blindada en la enseñanza y las administraciones, sector audiovisual, relaciones exteriores, etc. Hay que recordar que al no poder modificarse, un acuerdo de investidura hace que los posibles cambios legislativos, o algunos de ellos, sean reversibles en caso de que haya una nueva mayoría en el gobierno central.

El Tribunal Supremo de Canadá ha hecho una advertencia crucial: la Constitución no se puede convertir en una “camisa de fuerza” (dictamen de agosto de 1998, par. 150). Esto debería decirlo Sánchez desde la tribuna del Congreso. Para este alto tribunal, el constitucionalismo no es “el principio” que todo lo regula, sino “un” principio más situado junto a otros tres principios: la democracia, la protección a las minorías y el federalismo canadiense. Al final, cuando estos principios, en la práctica, se convierten en contradictorios es necesario establecer acuerdos políticos pragmáticos.

En esto podemos estar en los próximos meses. La repetición de elecciones no es un escenario descartable. Si no hay sorpresas en la sesión de investidura de Feijóo, sólo pueden evitar las elecciones lo que podemos llamar una ‘cuestión de desconfianza’. Las promesas no sirven. Los tiempos de ejecución deben quedar fijados, así como los procedimientos de control con mediaciones externas (el control más eficiente es la regulación de la autodeterminación). La desconfianza es histórica. Y es percibida como bidireccional. Las promesas no sirven. Otra cosa sería irracional.

ARA