El gobierno es parte del Estado, pero el Estado es más que el gobierno

Ayer les explicaba dos características que hacen diferente esta negociación que parece que todavía no ha empezado, pero que podría llevarnos a lugares impensables. Hoy, día en que el Supremo español no ha querido entrar a revisar a los indultos pero el Estado ha atacado duramente al consejero Buch y a Lluís Escolà, querría explicar otro hecho trascendental: que el gobierno es parte del Estado –y una parte muy importante–, pero el Estado es más que el gobierno y puede tener vida propia.

Todo el mundo ve, por ejemplo, que el momento elegido para amenazar con revisar a los indultos es evidentemente político. Hacía dos años que hablaban y se ponen a ello justamente ahora, cuando más o menos todo el mundo admite que podría encarrilarse una ley de amnistía deprisa para permitir una posible investidura de Pedro Sánchez. No es casualidad, por supuesto.

Ni tampoco será un caso aislado, que podemos esperar más maniobras y que llegarán seguro. Del poder judicial, del monarca, de las fuerzas armadas o incluso del poder mediático y empresarial, del famoso palco del Bernabéu –miren, si no, la violenta diatriba con la que se desahogó el otro día el amo Juan Luis Cebrián.

El artículo de Cebrián, el todopoderoso exdirector de El País, mandarín por excelencia y guardián solemne de la esencia de la transición política, es especialmente destacado si lo ponemos en contexto. Era suyo un artículo infame a favor del 155 en el que afirmaba que había que encarcelar a los dirigentes independentistas porque así la gente, en lugar de pensar en la independencia, pensaría sólo en liberarlos. Era suyo, también, un artículo sorprendente en el que se manifestaba en favor de los indultos por el bien de España, según decía. Y ahora nos encontramos con este violentísimo artículo en contra de la amnistía, que la presenta como una ruptura de la constitución y como una derrota evidente de España.

¿Qué pasará, pues, si Pedro Sánchez, guiado por su obsesión enfermiza por el poder, llega al extremo de atravesar alguna de las líneas rojas que los guardianes del régimen ya pintan y resaltan? Ninguno de nosotros lo sabe a ciencia cierta. Seguramente no lo sabe ni el propio Pedro Sánchez. Pero hay algo seguro: al proceso de independencia de Cataluña una crisis abierta, descarnada, del régimen, una pelea a muerte entre ellos, le conviene, sin duda. Si se pelean entre ellos ganamos nosotros.

En el mejor de los casos, porque la guerra interna entre españoles nos abrirá oportunidades inesperadas y seguramente justificadamente unilaterales. En el peor porque clarificará algo que cualquier movimiento de liberación sabe: que el combate no es de la nación oprimida contra el gobierno de la nación opresora sino de la nación contra la otra nación. Y es por esta razón por la que con los gobiernos de turno hay que comportarse siempre con el máximo cinismo político. Aprovechándose y aprovechando sus debilidades cuando sea posible; y nunca, jamás pensando que puedan ser aliados, que puedan ayudarnos porque son mejores o que puedan entender nuestras reivindicaciones.

Esto –este momento que vivimos– no tiene nada romántico, y la labor del independentismo no es ayudar a nadie, en este caso al PSOE, a consolidarse en el poder. Esto hay que verlo muy claro. Todo ello sólo es cuestión de saber si nos conviene o no aprovechar una posible oportunidad, suponiendo que lo sea. Cínicamente, escépticamente, desvergonzadamente.

Ellos nos la han jugado y nos la juegan constantemente, gracias a las múltiples caras que ponen en juego. Y a la vista de esto, nosotros, quiero decir el movimiento independentista, debemos aprovechar un momento como éste para crecer y dar un paso decisivo adelante de maduración ideológica, el mismo paso que en un momento u otro han tenido que dar todos los movimientos de liberación nacional que han triunfado en el mundo. Y que es incompatible con cualquier forma de romanticismo o con cualquier tentación de hacer pasar por delante de la eficacia el hecho de que nadie nos dé la razón. Ahora se trata de ganar y basta. O, al menos, de dar el mayor paso adelante posible.

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