La insustituible figura de Premín de Iruña

Ignacio Baleztena, también conocido por sus seudónimos Premín de Iruña y Tiburcio de Okabio, contribuyó a dibujar el alma de Pamplona y sus fiestas en el siglo XX, y el volumen y la amplitud de sus aportaciones en este sentido es, sencillamente, apabullante.

Ignacio en la última etapa de su vida, cogiendo de la mano al gigante europeo, a quien él mismo llamó ‘Joshemiguelerico’.
Ignacio en la última etapa de su vida, cogiendo de la mano al gigante europeo, a quien él mismo llamó ‘Joshemiguelerico’. Cedidas

 

Los orígenes familiares

Ignacio Baleztena nació en Pamplona el 2 de abril de 1887, en el seno de una familia de origen leitzarra. Su abuelo había nacido en dicha localidad en 1828, y su padre, Joaquín Baleztena Muñagorri (1847-1917), protagonizó ya un ascenso económico y social importante, puesto que poseía caseríos y fincas en Leitza, así como varias casas en Pamplona. Aunque la familia no perdió nunca sus raíces leitzarras, fue probablemente en tiempos del mismo Joaquín Baleztena cuando iniciaron su asentamiento en la capital. De hecho, sabemos que fue concejal en el ayuntamiento de Pamplona al menos entre 1881 y 1895, momento para el cual aparece ya adscrito a la ideología carlista. Joaquín Baleztena casó con Dolores Ascárate Echeverría, de orígenes baztaneses según la tradición familiar, y tuvieron 9 hijos, de los cuales Premín de Iruña ocupaba el tercer puesto.

El alma mater familiar y el vínculo moral de sus miembros ha sido y es casa Baleztena, inmueble situado en la esquina del paseo de Sarasate con la plaza del Castillo. Se trata de un edificio palaciano con fachadas hacia la calle Comedias y la plaza del Castillo, aunque la puerta principal, de resabios clasicistas y abierta entre columnitas jónicas, se abre hacia el paseo de Sarasate, frente al monumento a los Fueros y el palacio de Diputación. Fue construida hacia 1840 para Nazario Carriquiri (1805-1884), conocido por ser el creador de la legendaria ganadería homónima, aunque su figura es mucho más compleja. De ancestros bajonavarros, Carriquiri se enriqueció posiblemente con la venta de armas a los liberales durante la guerra carlista, y fue uno de los principales beneficiarios de la desamortización de Mendizábal, al adquirir masivamente tierras de labor en condiciones muy ventajosas. En 1852 el ganadero pamplonés vendió el inmueble a Joaquín Baleztena, padre de Premín de Iruña, con lo cual se producía una curiosa paradoja, puesto que la familia que constituía el máximo referente del carlismo pamplonés situaba su santuario en un inmueble construido gracias a la venta de armas al ejército liberal.

Inquietudes políticas

El joven Ignacio Baleztena estudió la carrera de derecho y se hizo abogado, interesándose desde muy pronto por la política, en la que sus orígenes familiares carlistas tuvieron un peso decisivo. En 1918 fue elegido concejal del ayuntamiento de Pamplona por la Comunión Tradicionalista, y en 1921 fue nombrado diputado foral, cargo que ostentaría hasta 1928. Por aquellos años (1927) casó con Carmen Abarrategui Gorosábel, con la cual llegaría a tener la friolera de 10 hijos. La proclamación de la República en 1931 y la resistencia de los poderes fácticos a sus disposiciones laicistas provocaron un ambiente de gran crispación y enfrentamiento en Pamplona. Fruto de esa tensión, izquierdistas y carlistas se enfrentaron a tiros en la plaza del Castillo el 17 de abril de 1932, resultando muertos dos jóvenes izquierdistas y un carlista. Una gigantesca manifestación y una huelga general fue la respuesta dada por los socialistas, en el transcurso de la cual casa Baleztena fue asaltada e incendiada por elementos incontrolados. La mayoría de los miembros de la familia Baleztena hubo de trasladarse a Donostia y Leitza, y no volverían a Pamplona hasta 1935. Ignacio, no obstante, se quedó en la capital navarra, y en este tiempo conspiró intensamente contra la República y a favor del golpe de estado de 1936. Tanto Ignacio como su hermano Joaquín, en calidad de dirigentes del carlismo en Pamplona, mantuvieron contactos intensos con los golpistas, y parece que llegó a ofrecer al general Mola 8.400 voluntarios requetés para un eventual alzamiento. Finalmente se alistó y participó en la guerra, aunque no se le atribuye especial encarnizamiento con los vencidos. Más bien al contrario, parece que maniobró para salvar la vida a varios conocidos represaliados por los fascistas.

En otro orden de cosas, cabe decir que Ignacio Baleztena pertenecía a una clase de político navarro, hoy prácticamente extinta, a la que su condición de derechista no le impedía sentirse vasco y actuar como un euskaltzale sincero y activo. Premín de Iruña hacía continua ostentación del origen euskaldun de su familia, y reivindicaba con naturalidad el alma vasca de Pamplona, ciudad por la que siempre demostró gran pasión. Fue miembro de la Sociedad de Estudios Vascos, promotor del Museo Vasco de Baiona, y quiso impulsar una universidad vasca en pleno Franquismo. Participó en el homenaje a los últimos defensores de la independencia de Navarra que culminó con la inauguración del monolito de Amaiur, e incluso se mostró favorable a un Estatuto Vasco de Autonomía que incluyera a las cuatro provincias vascas. Y eso a pesar de que siempre mostró una especial agresividad verbal hacia el nacionalismo del PNV.

Una figura controvertida

Tras el final de la guerra civil, Ignacio Baleztena dejó la política para centrarse en una intensísima actividad cultural. Fue nombrado secretario provincial de Turismo en 1948, y director del Museo de Navarra al año siguiente, pero su actividad en este campo desborda ampliamente el ámbito de sus obligaciones, en especial en lo que a Pamplona se refiere. Sus aportaciones van desde la toponimia y la historia local hasta las tradiciones, el folklore, y de forma muy especial los Sanfermines, a los que ya antes había dedicado buena parte de sus energías. Un breve repaso a las iniciativas que puso en marcha nos da una idea de ello. Ignacio Baleztena fue en primera persona, aunque acompañado de otros muchos, el inventor del Riau-Riau en la marcha a Vísperas del 6 de julio (1911). Creó la Cabalgata de los Reyes Magos (1927) y el grupo de Danzas Municipal (1949), y fue fundador de la orden del Zaldiko Maldiko (1931) y de la peña Muthiko Alaiak (1934), a la que además compuso su himno. Recuperó tradiciones en desuso como la ceremonia de coronación del Rey de la Faba (1920) y la visita del ángel de Aralar a Pamplona (1925), y revitalizó la comparsa de Gigantes, a los que dio sus actuales nombres “oficiales” (Joshemiguelerico, Joshepamunda, Braulia, Toko-Toko…). Y por último, aunque no menos importante, es autor de algunas de las canciones sanfermineras más conocidas, como la del Uno de enero…, para la cual reaprovechó los sones de la canción del Olentzero, así como la diana sanferminera titulada Aupa Irunshemes…!, que empieza diciendo aquello de “El que se levante para las seis…”. Aunque, si se me permite hablar en primera persona, de entre todas sus tonadillas, yo me quedo con una deliciosa cancioncilla titulada La gallinica de la Rochapea, en la cual cuenta las desdichas de una gallina enamorada del gallico de la veleta de San Cernin.

El final

Ignacio murió en su casa de Pamplona en 1972, después de una larga enfermedad y cuando contaba 85 años. Con él desaparecía uno de los pamploneses más influyentes del siglo XX y, sin duda alguna, el más interesante. Y no podemos dejar de pensar que, si Ignacio Baleztena no hubiera tenido una tan marcada adscripción política y un nivel de implicación tal profundo en ámbitos ideológicos que hoy no se consideran “políticamente correctos”, su posición hubiera sido indiscutiblemente preponderante en los altares ciudadanos de la vieja Iruñea. Y es que, sencillamente, Pamplona en general y los Sanfermines en particular, no hubieran sido lo que hoy son sin las aportaciones de Premín de Iruña. Por plasmarlo de una manera gráfica diré que, si alguien preguntara a quien estas líneas escribe, con qué pamplonés de los últimos dos siglos le gustaría pasar una tarde hablando de Pamplona y sus cosicas, respondería sin ningún género de dudas que con Ignacio Baleztena Ascárate. Y la clave sería, en cualquier caso, no hablar en absoluto de política…

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