Muere Marc Augé, el antropólogo que introdujo la idea del “no lugar”

El antropólogo francés Marc Augé ha fallecido hoy a los 87 años, según informó el diario italiano La Repubblica. Augé fue muy conocido por sus estudios de etnografía, etnología y sociología. Además, introdujo el concepto de “no lugar” para referirse a esos sitios de tránsito que no dejan huella en las personas como un aeropuerto, una habitación de motel o un supermercado.

Augé murió en Poitiers, su ciudad de nacimiento, aunque vivió en París. Doctor en Letras y Ciencias Humanas, contribuyó al desarrollo de las disciplinas africanistas y elaboró una antropología de los mundos contemporáneos centrando su mirada en la dimensión de la vida cotidiana y la modernidad.

El antropólogo en una imagen de 2004: https://www.lavanguardia.com/files/content_image_desktop_filter/uploads/2023/07/24/64beb755964b1.jpeg

Especializado en etnología, deja una amplia obra a sus espaldas que ha llegado al gran público gracias a títulos como ‘Las pequeñas alegrías’ o ‘Tiempo sin edad’. ‘La vejez no existe’. Pese a haber estudiado en profundidad al ser humano, Augé no logró encontrar el secreto de la felicidad, aunque se acercó bastante y consideraba que ser feliz radica “en esas pequeñas alegrías que nos hacen sentir que existimos como persona”.

“La alegría siempre es algo personal y en mis trabajos en África me di cuenta de que tiene que ver con el placer del reencuentro. Regresé a Togo y mis conocidos vinieron a recibirme tocando los tambores. Yo me puse a bailar. Un instante imborrable”, explicaba en una entrevista concedida a La Vanguardia en 2019.

Su conocimiento del ser humano permitió también a Augé reflexionar sobre la sociedad moderna, el consumo o el individualismo: “Estamos en una sociedad de consumo, que define nuevos modos de individualidad. Se asocia menos a la idea del capitalismo la del individuo emprendedor, a pesar de que esta imagen existe aún. En el nivel de las grandes masas, portarse bien es consumir mucho. El índice de consumo es el índice de salud de un país. El consumo se dirige a individuos tipo, que son la imagen de los consumidores. Tenemos interlocutores ficticios en la televisión, pero que cumplen un papel importante para el consumidor. Hay gente que no soportaría vivir sin tener su cita diaria con el noticiero o con el reportaje del sábado. Esta relación estructura el tiempo”, apuntaba en una entrevista concedida a La Nación.

Augé era también autor de ‘Confiar en uno mismo, confiar en el otro, confiar en el futuro’, ‘El poder de las imágenes’, ‘Otro mundo es posible’, ‘Entonces, ¿quién es el otro?’ o ‘Compartiendo la condición humana. Un manual para nuestro presente’. El intelectual francés estaba separado, era padre de dos hijas y tenía tres nietos. Se confesaba ateo y era un gran defensor de la necesidad de “tomar conciencia de que somos un todo, una humanidad planetaria”.

LA VANGUARDIA

En la ciudad tras Marc Augé

Isabel Argüelles Rozada

“(…) la ciudad es una figura espacial del tiempo en la que se aúnan presente, pasado y futuro. Es, a veces, la causa de estupefacción y, otras, del recuerdo o la espera (…). Desde este punto de vista, la ciudad es a la vez una ilusión y una alusión”.

Marc Augé, Por una antropología de la movilidad.

Vamos a hacer la compra al centro comercial. Puesto que está en el extrarradio, nos desplazamos en coche. En el trayecto, no atendemos tanto al paisaje como a las señales de tráfico que nos encontramos, a las que obedecemos de forma automatizada.

Una vez en el destino, pasamos por las puertas –también automáticas–, y nos movemos por los pasillos del mall siguiendo, de nuevo, letreros. Elegimos los productos leyendo sus ingredientes o, directamente, identificándolos por su marca. Nos cruzamos con otros individuos, pero no hablamos con ellos. En la caja, nuevas cifras y frases consabidas nos esperan.

Todos los días hacemos uso de este tipo de espacios: gasolineras, el metro, aeropuertos, Disneyland. En oposición a los lugares tradicionales, no son sitios para quedarse, sino solamente para ser transitados.

Los ‘no lugares’

El antropólogo francés Marc Augé (Poitiers, 1935-2023), doctor en Letras y Ciencias Humanas, fallecido el lunes 24 de julio, es famoso por el concepto de “los no lugares” y su texto del mismo título de 1993 que, como puede observarse, describe una realidad de plena vigencia en nuestras dinámicas vitales diarias.

Tras leerlo, entendemos un poco mejor la aparente paradoja de la vida en la gran ciudad: por qué, a pesar de estar rodeados de tanta gente, tendemos a sentirnos solos.

Un hombre con pelo cano y barba blanca habla ante un micrófono sonriendo.

Marc Augé, en una fotografía en un evento en Italia en 2012. veDro / Flickr, CC BY-SA

Sin embargo, como suele ocurrir con cualquier expresión reiteradamente citada, su sentido ha sido, a menudo, simplificado como una crítica negativa a los espacios generados por la ciudad moderna del mundo capitalista.

Es cierto que un no lugar es un espacio despersonalizado –en él, devenimos meros usuarios–, sin historia –¿qué importa la historia de un supermercado, por ejemplo?– y arrelacional –nos convertimos en cajero, revisora del tren, cliente, y en esos términos interactuamos con los demás–. Pero esto muestra que el no lugar se define, desde su propia denominación, por lo que no es.

Precisamente por ello es un término escurridizo. Pero no por accidente. Un espacio no se entiende, no de una vez y para siempre, por ser un lugar o un no lugar, sino por lo que nosotros hagamos en él, con él. Está claro, por supuesto, que un aeropuerto o un hipermercado tienen, de acuerdo a su diseño y funciones, muchas más posibilidades de devenir un no lugar que la plaza de nuestro pueblo.

Sin embargo, en cuanto sus usuarios, podemos dotarlo de una resignificación, por precaria o temporal que esta pueda ser. ¿No convierte Annie Ernaux el Alcampo en un lugar para el romance en Mira las luces, amor mío? Los franceses, parece, tienen facilidad para revelar las posibilidades estéticas de los no lugares.

Augé, más allá

Hay otras obras posteriores de Augé que deberían ser especialmente recordadas tras su muerte. Entre ellas, Por una antropología de la movilidad (2007), que trata de analizar los conceptos de frontera y migración en las coordenadas del mundo globalizado; y El viaje imposible: el turismo y sus imágenes (2009), en la que nos hace percatarnos de que, en sentido estricto, viajar deviene una empresa difícil en el mundo moderno de los medios de comunicación: antes de emprender la ruta, ya hemos consumido imágenes e ideas sobre nuestro destino. Ser el Ulises que se enfrenta a lo desconocido es hoy, en efecto, imposible.

Augé nos enseñó otras muchas cosas. Entre ellas, que no hace falta viajar a tierras inhóspitas, si es que esa expresión tiene ya algún sentido, para ejercer de antropólogos. Él empezó su andadura, de hecho, en los estudios africanistas. Sin embargo, y si bien nacido y fallecido en Poitiers, en la mayoría de sus textos reflexionará sobre París, en la que pasó toda su vida.

También mostró que la prosa académica no es impedimento para la belleza al escribir. Le gustaba poner ejemplos literarios y cinematográficos, demostrando que las alianzas entre la antropología o la filosofía y las artes no solo son posibles, sino necesarias.

Para el investigador, nuestra experiencia de la ciudad no se reduce a sus infraestructuras ni a su entramado, sino que es un resultado dinámico de la compleja interacción de nuestros recuerdos y experiencias personales, del pasado colectivo y de las artes. Entre otros de sus ejemplos, Venecia no puede percibirse sin el tamiz de Thomas Mann, Santiago de Chile no puede pasearse sin evocar a Isabel Allende, ni San Francisco sin imaginar a la misteriosa mujer de Vértigo, de Alfred Hitchcock.

Una mujer pasea al lado de un río con un gran puente rojo, el Golden Gate Bridge, de fondo

Una imagen de Vértigo, de Alfred Hitchcock, con el Golden Gate de fondo. IMDB

Incluso si no hemos leído nada de Charles Baudelaire, hemos heredado una serie de expectativas sobre París que tienen, en buena medida, mucho que ver con sus tableaux (sus retratos de la ciudad).

En efecto, nuestra ciudad es lo que vemos, pero también lo que no. Sus calles, lo que queda de ellas o, incluso, los edificios que ya no están, de forma dulce o violentamente, nos transportan a otras vidas, y por eso toda ciudad es poesía de la que somos lectores y, al tiempo, escritores.

O, en las propias palabras de Augé:

“Urbanistas, arquitectos, artistas y poetas deberían cobrar conciencia del hecho de que la suerte de todos ellos está ligada y de que su materia prima es la misma: sin lo imaginario ya no habrá ciudad y viceversa”.

https://theconversation.com/en-la-ciudad-tras-marc-auge-210430?utm_medium=email&utm_campaign=Novedades%20del%20da%2026%20julio%202023%20en%20The%20Conversation%20-%202692727193&utm_content=Novedades%20del%20da%2026%20julio%202023%20en%20The%20Conversation%20-%202692727193+CID_e5235e046698b95fe665234ab8c9b7b6&utm_source=campaign_monitor_es&utm_term=En%20la%20ciudad%20tras%20Marc%20Aug

THE CONVERSATION

Efetova Anna /Shutterstock

ENTREVISTA

Marc Augé: “Hay que estar listo para acoger la alegría y entregarse a ella”

IMA SANCHÍS

LA VANGUARDIA

Marc Augé, antropólogo especializado en etnología

Tengo 83 años. Nací en Poitiers y vivo en París. Estoy separado y tengo dos hijas y tres nietos. Soy doctor en Letras y Ciencias Humanas. Todo está llegando a su límite, incluido el planeta: el reto es tomar conciencia de que somos un todo, una humanidad planetaria. Mi creencia es el ateísmo

-Todos buscamos la felicidad…

-Esa es un palabra demasiado grande e ideológica, yo prefiero hablar de esas pequeñas alegrías que nos hacen sentir que existimos como persona.

-Hoy se persigue la felicidad social.

-Cierto, la ONU ha puesto la felicidad en el centro de las políticas de desarrollo. El optimismo es el rey, y los mensajeros de la felicidad nos dicen que para serlo hay que conocerse, estar atento al presente y ser útil a los demás.

-El listón está muy alto.

-Es difícil proclamar ser útil a los demás, pero creo que la afirmación de uno mismo pasa por la existencia del otro.

-Pues con tanto infeliz huyendo de la guerra y el hambre lo tenemos difícil…

-La actual población de China equivale a la población mundial de principios del siglo XX. Somos testigos de los aspectos trágicos que conllevan los grandes movimientos migratorios que vivimos, estamos en plena recomposición de las poblaciones.

-La infelicidad ajena ¿nos pasa factura?

-La existencia del ser humano lleva implícita la necesidad de ser feliz, y eso nos lleva a me- ­nudo a olvidar la desgracia del otro e, incluso, a olvidar también nuestras propias desgracias.

.La alegría se abre paso.

-Si entendemos la felicidad como la suma de pequeños momentos de alegría, estos superan la época en la que se vive el terror, la edad o la enfermedad. Dentro de cualquier circunstancia amarga hay momentos de alegría.

-Ser o no ser feliz no es la cuestión.

-Responder a la pregunta de si soy o no feliz, si eres sincero, es difícil; por eso hay que poner en valor las pequeñas alegrías que sí responden a hechos y actitudes, y son momentos en los que sentimos que existimos.

-¿Cuando estamos presentes?

-“Es por esos raros momentos por los que merece la pena vivir”, decía Stendhal. Y yo tengo la sensación de que experimentamos esas pequeñas alegrías en momentos muy concretos en los que sentimos la presencia del otro.

-También hay momentos de felicidad solitaria, contemplando por ejemplo un paisaje.

-Considero que las pequeñas alegrías están relacionadas con el movimiento: ir hacia algo, de un lugar a otro, de un instante a otro, ir hacia otro. Tienen que ver con el espacio y con el tiempo.

Si somos sensibles a la belleza, un paisaje nos llama, nos apela. Nuestra identidad individual siempre se define en relación con el otro.

-La meditación es un placer solitario.

-Sí, que busca la plenitud, y el hecho de sentirse vivo no se percibe como algo solitario, se percibe en relación al mundo, y ese es el sentimiento de la vida.

-¿Y eso no debería bastarnos, el sentimiento de estar vivo?

-Yo hablo de instantes muy concretos y particulares, puntuales, que tienen que ver con esa sensación de estar vivo pero de manera muy encarnada, son momentos de felicidad repentina que pueden darse por el reencuentro con una persona, con una película, una canción… y que son comunes a todos los seres humanos.

-Una lista infinita, entonces.

-Sí, yo las llamo alegrías pese a todo, porque son privadas, independientes del contexto general, y sobreviven a las tempestades del alma y a los acontecimientos más dramáticos.

-Lo vemos en las guerras, espontáneos momentos de plenitud y alegría.

-Cierto, y en la cama de un hospital con una visita que nos llena de gozo y risas.

-¿Las alegrías son necesariamente fugitivas?

-No, pero suele pasar, irrumpen en nuestras vidas y como llegan se van, por eso esos pequeños momentos son difíciles de dibujar en el tiempo y sin embargo, cuando los recordamos, son instantes precisos, con todo detalle.

-La gente feliz no tiene historia, afirma un proverbio francés.

-No estoy de acuerdo, porque la gente feliz mira al mundo con una mirada feliz e indulgente, abierta y rica.

-¿La felicidad está en el azar?

-Hay que estar listo para aceptar, para abrazar el azar. Esa es la paradoja, has de estar dispuesto a recibir lo que venga, para bien y para mal.

-Entonces la alegría es cuestión de actitud.

-Hay que estar listo para acogerla y para aventurarse, entregarse a ella.

-¿Envejecer tiene sus alegrías?

-Envejecer es comprender distintos aspectos de las personas que creíamos conocer. Se podría decir que es una especie de aventura.

-¿La edad nos hace más comprensivos?

-Si todo va bien quizá sí. Y comprender nos da alegría, es una fuente de satisfacción.

-Pudientes, consumidores y excluidos, ¿todos tienen sus momentos de alegría?

-Sí, todo el mundo puede experimentar esas pequeñas alegrías, por eso las llamo alegría a pesar de todo.

-¿Y cuál es el mayor enemigo de esas pequeñas alegrías?

-La indiferencia, el cansancio de vivir.

-Fue usted antropólogo en África. ¿Qué aprendió allí sobre la alegría?

-La alegría siempre es algo personal, y en mis trabajos en África tiene que ver con el placer del reencuentro. Regresé a Togo, mis conocidos vinieron a recibirme tocando los tambores, y yo me puse a bailar. Un instante imborrable.

MARC AUGÉ

El instante perfecto

Se ha pasado la vida observando al ser humano, dirigió diferentes investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), pero en su mirada siempre ha habido algo casi poético; a él debemos el concepto de no lugar, para referirse a esos lugares de tránsito que no dejan huella: un aeropuerto, una habitación de motel… Ahora nos sorprende con un leve ensayo, Las pequeñas alegrías (Ático de los Libros), que nos habla de la felicidad del instante, momentos de gozo inesperados que nos sorprenden incluso en las situaciones más difíciles y que se fijan en nuestra memoria; en su caso, el día que bailó al ritmo de tambores, o su recorrido en metro hacia casa de sus padres: el placer de la costumbre.