Las elecciones también las puede cargar el diablo, como las del 23J en España. No han resuelto nada, dejando un panorama aún más complicado que antes. Y, sin embargo, estos confusos estadios políticos tienen la ventaja de poner en evidencia las muchas contradicciones de unos y otros. Además, los esfuerzos interpretativos -de los políticos, pero también de los analistas- se multiplican para aparentar que se tiene la realidad controlada. Y esto también pone al descubierto los sesgos desde los que se observa —y quiere controlarse— esta realidad caótica. Pondré algunos ejemplos.
Una de las lecturas interesadas de los resultados es la que ha permitido afirmar, sin matices, que “el independentismo ha perdido votos”. En realidad, lo único que sabemos es que quien ha perdido —y sabemos exactamente cuántos— han sido los partidos independentistas. Porque el independentismo ha hecho de todo: desde quedarse en casa a votar a los de siempre hasta hacerlo en clave española para favorecer el conservadurismo o para tratar de detenerlo con los votos llamados “útiles”.
Otra simplificación es la de suponer que todos los votos son el resultado de una adhesión ideológica explícita al partido escogido. De entrada, ya es difícil que sea así visto el maremágnum ideológico de los partidos, tanto en lo que se refiere a los principios como a las políticas efectivas. Pero, además, el voto tiene otros condicionamientos. Voto estratégico, voto emocional, voto engañado, voto en contra, voto con la pinza en nariz… Y, por otra parte, el voto suele responder a lo que se pregunta, y si las elecciones son españolas, hay independentistas que votan PP y Vox pensando que así se rearmará el movimiento, y otros votan a PSOE porque lo hacen pensando en España. La sobreinterpretación del voto en términos partidistas es un clásico.
En estas elecciones, en Cataluña —sobre todo en las redes de algunos catalanes— ha habido una activísima propuesta abstencionista. Lamentablemente —como sabíamos— quien se abstiene no dice nada, y esto hace que sea muy difícil apropiarse de la abstención. Primero, porque existe una abstención no política variable en cada convocatoria, indiferente a cualquier campaña. Segundo, porque es inseparable la abstención que buscaba un castigo de los partidos “procesistas” de la que simplemente ha sido resultado del desánimo. Y, en cualquier caso, quienes proponían la abstención para castigar a estos partidos “traidores” no han aparecido para presentar su alternativa política propia, con la capacidad de riesgo que exigen a los demás. ¡Qué fácil es exigir valentía torera desde la barrera!
Otra cosa irritante, en la campaña y en las interpretaciones posteriores, ha sido la de querer mezclar en un único fardo a todos los partidos independentistas, para tratarlos a todos por igual. Pero hay quien había pactado con el PSOE y quien no. Quien desde la más absoluta debilidad ha aumentado los puestos de trabajo, mientras otros renunciaban a un buen número de cargos -y “paguitas”- por coherencia con un acuerdo de legislatura… Atención ahora, a saber distinguir las diversas estrategias de negociación y pacto, porque, se esté más o menos de acuerdo, es obvio que no todos tomarán las mismas decisiones.
El 23J no aclaró el escenario político, pero hizo más transparente quién era quien en el tablero de juego. Cojámonoslo por este lado.
EL TEMPS
Publicado el 31 de julio de 2023
Nº. 2042