Descubriendo al general carlista Zumalakarregi como independentista y republicano federalista vasco

Este artículo sobre las ideas, y los hechos, de Zumalakarregi ha sido consecuencia de un artículo de la web Buber’s Basque Page, una web en inglés que es un referente de la difusión de lo «vasco» en el mundo y de la que nosotros nos declaramos admiradores y humildes aprendices. Nuestra recomendación a los lectores, es que la sigan.

Todas las semanas publican un artículo que denominan Basque fact of the week. Esta semana lo han dedicado a Tomas Zumalakarregi, el general vasco carlista que inventó la tortilla de patatas. En un momento del artículo, denominan a la tortilla de patatas como «Spanish tortilla». En relación con esa descripción, Eneko Ennekõike un vasco que vive en los países bálticos, muy activo en redes sociales y que tiene un inmenso bagaje cultural sobre lo «vasco», ha puntualizado que no es se la debe llamar «Spanish tortilla» sino «potato tortilla» y que lo de «Spanish tortilla», es una apropiación cultural.

También se ha recordado un artículo que publicamos nosotros en 2011 (jopé, ¡cuántos años hace!) sobre cómo hay webs por el mundo que la denominan «Basque Potato Tortilla»

Pero gracias a este artículo, y gracias a Eneko Ennekõike, hemos recuperado un artículo de José María Esparza Zabalegi publicado en los diarios del Grupo Noticias, que en su momento nos pareció muy interesante, pero que no habíamos recogido.

Por su importancia e interés, creemos que es necesario referenciarlo y compartirlo para ayudar a difundir lo que en él se explica.  Una parte importante de nuestra historia que desmonta muchos mitos y mentiras.

En él, en el artículo titulado «Zumalakarregi, fueros e independencia» José María Esparza plantea algunas ideas sobre cómo se escribe nuestra historia, así como quiénes y con qué objetivos lo hacen. No hay muchos textos en los que en pocas líneas se describa con más claridad uno de los problemas fundamentales que sufrimos como país:

«Así, los españoles llevan cinco siglos adoctrinándonos, apoyados en una abundante intelectualidad cipaya, estabulada, para más inri, en nuestras propias universidades. Toda evidencia histórica que recuerda nuestra singularidad nacional, nuestras luchas pretéritas por la de libertad, ha sido contrarrestada por sesudos historiadores con un relato oficial y falsario, bien ornado, eso sí, con el celofán del academicismo.»

Y para muestra nos ofrece un botón. Más bien un «elefante en el salón» que «los relatantes de la academia» que escriben sobre la historia del movimiento carlista de la primera mitad del siglo XIX (el carlismo de un siglo después, el que apoyó a Franco, es otra historia), hacen que no ven, o no le dan importancia. Pensarán que, después de todo, quién no tiene un elefante en el salón. O que no vamos a dejar que la realidad histórica desmonte nuestro «relato».

Siempre nos han contado que los Carlistas eran unos «ultramontanos» retrógrados, defensores de la inquisición, del absolutismo antidemocrático y de todos los males imaginables. Por contra, los Liberales se nos presentan como defensores de la libertad y de los principios democráticos.

De los segundos, solo hay que ver lo que dejaron como herencia en el Reino de España, desde sus victorias militares hasta el día de hoy, para entender que esa pátina de progresía con la que se han adornado a los Liberales isabelinos (y posteriores) no es más que una mentira que busca disfrazar la verdad: sus ideas iban contra la libertad, el progreso y los intereses de los vascos.

Víctor Hugo, el gran intelectual, el socialista ¿utópico?, el creador de la idea de los «Estados Unidos de Europa», el gran amigo de los vascos, lo entendió muy bien y así lo explica en sus textos:

«A primera vista, se hubiera dicho, que una nación semejante estaba admirablemente preparada para recibir las novedades francesas. Esto es un error, las viejas libertades temen a la libertad nueva. A principios de este siglo, las cortes, que hacían a cada paso, y muchas veces a propósito, traducciones de la constituyente, decretaron la unidad española, la unidad vasca se rebeló. La unidad vasca, arrinconada en sus montañas, emprendió la guerra del norte contra el mediodía. El día en que el trono rompió con las cortes, la realeza asustada y acosada, se refugió en Gipuzkoa. El país de los derechos, la nación de los fueros grito: Viva el Rey Neto»

La idea de la República Federal Vasca

Sobre estas cosas nos habla José María Esparza, pero sobre todo, nos da datos fundamentales para entender lo lejos que estaba el movimiento carlista vasco en los años 30 del siglo XIX del absolutismo antidemocrático y que cerca estaba de los intereses populares vascos.

Nos habla de una proclama de Zumalakarregi en la se que dice que:

«en atención a la inadtitud y abandono con que mira la defensa de su causa Don Carlos, se declara el Reino de Navarra y provincias vascongadas en República Federal y para ello se convocarán a los estados, luego que las circunstancias de la guerra lo permitan.»

Esto necesita un poco de «digestión» ¿El general jefe de las fuerzas carlistas vascas, en el momento de mayor éxito de su campaña contra los Isabelinos (llamados Liberales), propone crear una república federal vasca en los territorios vascos peninsulares? «No puede ser», eso tiene que ser un invento de los «vascos malos».

Pues todo indica que no, que no es un invento de los «separatistas» para dotarse de argumentos. Como explica Esparza:

«el general Harispe, héroe de Francia y Comandante General de los Bajos Pirineos, escribió el 6 de mayo (de 1834) una carta al ministro de la Guerra francés diciéndole que le había llegado “desde vías diferentes y bastante seguras, una noticia muy particular: la Junta de Navarra al ver que Don Carlos abandona el juego, estaría de acuerdo con Zumalacarregui en proclamar la independencia de Navarra y las tres provincias para formar una república federal. (…) No se puede negar que la separación fuera algo muy fácil e incluso muy popular en estas provincias, que están unidas a España tan solo por vínculos muy débiles”.»

Y cita unas cuantas referencias más de la época que hacen que sea imposible calificarlo de un «invento». ¿Por qué no se difunde esta realidad clave para entender la historia moderna de nuestra nación? ¿Por qué tenemos que seguir viendo cómo se define a los carlistas vasco de aquella época como unos reaccionarios antidemocráticos enemigos de los intereses populares y de las libertades?

Alguien tendría que explicar eso. Aunque Esparza ya nos da algunas pistas de las razones.

Un bonus, el Reino de Nueva Fenicia

Podríamos pensar que aquellos vascos peninsulares de 1834 estaban muy perdidos y construyeron esa idea peregrina de la nada. Eso también está muy lejos de la realidad. Zumalakarregi «bebía» de fuentes anteriores que defendían esa idea.

Puede que la idea de una república federal vasca no fuese la más habitual de las planteadas para solucionar el «problema vasco» en la primera mitad del siglo XIX, ante su integración obligatoria en el Reino de España y en la República francesa (porque no debemos obviar que el «problema vasco» tiene más de dos siglos). Pero la idea de crear un estado vasco, en el sentido moderno del término, no fue una idea aislada de Zumalakarregi, o de Sabino Arana 60 años después.

No podemos dejar de referenciar en esta entrada del blog a Joseph Dominique Garat. el labortano Garat preconiza la formación de un Estado Nacional Vasco con los vascos de ambas vertientes, estado compuesto por los departamentos de Nueva Tiro y Nueva Sidón y llamado en su conjunto Nueva Fenicia. La Enciclopedia Auñamendi describe este proyecto con detalle.

Como explica el artículo de la Enciclopedia Auñamendi, el devenir de los acontecimientos dejó estas ideas en el olvido, o casi en el olvido. Se tuvo que esperar a finales del siglo XIX para que la idea de una república vasca y confederal volviese al debate político. Fue Sabino Arana y Goiri con la idea de Euzkadi como la unión de los seis/siete territorios vascos confederados como hermanos, libres e iguales. Y ahí empezó otra etapa de nuestra historia.

Compartimos el artículo de José María Esparza Zabalegi en Noticias de Navarra, y un artículo de Rosa Maria Agudo Huici sobre Joseph Dominique Garat publicado en el boletín la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.

Qué importante es conocer nuestra historia.

Zumalakarregi, fueros e independencia

José María Esparza Zabalegi*

15·05·21

Zumalakarregi, fueros e independencia

Zumalakarregi, fueros e independencia

Maquiavelo lo dejó bien sentado: a una conquista militar le sigue una usurpación política y seguidamente una invasión cultural. Coetáneo de la conquista de Navarra, parece que el autor de El Príncipe se inspiró en ella. Así, los españoles llevan cinco siglos adoctrinándonos, apoyados en una abundante intelectualidad cipaya, estabulada, para más inri, en nuestras propias universidades. Toda evidencia histórica que recuerda nuestra singularidad nacional, nuestras luchas pretéritas por la de libertad, ha sido contrarrestada por sesudos historiadores con un relato oficial y falsario, bien ornado, eso sí, con el celofán del academicismo.

El ejemplo de Zumalakarregi y las guerras carlistas es uno más. Frente a la corriente histórica tradicional, hace ya décadas que la historiografía dominante sostiene que Zumalakarregi fue solo un patriota español, que los Fueros nada tuvieron que ver con el levantamiento popular que sacudió Euskal Herria y que solo la defensa del “Trono y del Altar” echó al monte al pobrerío vasco, en contra de los cresos liberales. Sin embargo, reconocen que para la gente los Fueros se resumían en quintas, contribuciones y aduanas, y que además el triunfo del liberalismo llevaba implícito la privatización de los comunales y otras gabelas, como de hecho ocurrió. Pero nuestros abuelos debían ser imbéciles, porque no les importaba ir ocho años a Ultramar, pagar más contribuciones o encarecer los productos básicos. Tampoco que les robaran los comunales. Ellos pasaban de Fueros. Morían y mataban solo por el rey absoluto, la Inquisición y la intransigencia religiosa. Zumalakarregi, dicen ahora, nunca enarboló la bandera foral.

Olvidan aposta que en los albores de la guerra (14.XI.1833) se levantó un acta en Estella en la que los jefes sublevados dicen lo contrario. Que el levantamiento era para defender los derechos del “Rey Don Carlos VIII de Navarra y V de Castilla” y a tal fin acordaban dejar el mando de las tropas a Zumalakarregi porque amén de su adhesión al Rey, reunía la cualidad “de adhesión a los fueros y leyes de este Reino”. Se enviaron copias del acta “a la Diputación del Reino y las de las Provincias Vascongadas” y, días más tarde, reunidas en Etxarri Aranaz, las diputaciones “de mancomún acordaron conferirle el mando en jefe de las fuerzas vasconavarras”. La Religión, ni se nombra en esta importante acta, que nuestros conspicuos historiadores ni citan.

Pero hay más. Cinco meses más tarde Zumalakarregi es invencible, tiene Euskal Herria en un puño y, sin embargo, no hay noticias del Rey, que todos creen en Portugal. Y es en ese momento cuando aparece la carta manuscrita, descubierta por el historiador Sorauren, que el 9 de abril de 1834 escribió Zurbano, agente de negocios de la Diputación en Madrid, dirigida al secretario de la misma José Basset. Es decir, una comunicación al más alto nivel de las instituciones navarras liberales. Zurbano informa que ha llegado a Madrid “una proclama de Zumalacárregui en la que dice que en atención a la inadtitud y abandono con que mira la defensa de su causa Don Carlos, se declara el Reino de Navarra y provincias vascongadas en República Federal y para ello se convocarán a los estados, luego que las circunstancias de la guerra lo permitan”.

Este texto, creíamos algunos, revolucionaba la historiografía vasca, porque coincidía con lo que muchos autores de época (Mackencie, Chaho, Wilkinson, Laurens, Lassala, Leguía, Somerville, Lataillade, Aviraneta, Viardot y otros) habían dicho. Hasta el loado Pirala dijo haber “barruntos para creer que trataba de declarar la independencia de las provincias”. Pero claro, convertir al gran Zumalakarregi en un prócer del independentismo y republicanismo vasco era un sapo demasiado grande para tragar. Y la cátedra optó entre el desprecio y el silencio.

Pero como un puzzle, en el que una vez comenzado encajan mejor las nuevas piezas, la imagen de lo ocurrido aquella primavera de 1834 ha ido cobrando claridad. El mismo Jose Antonio Urkijo, otro de los historiadores que hablan de nuestras “elucubraciones” independentistas, aporta datos sueltos que refuerzan lo descubierto por Sorauren. Y es que no solo los más altos funcionarios de la Diputación, sino que el general Harispe, héroe de Francia y Comandante General de los Bajos Pirineos, escribió el 6 de mayo una carta al Ministro de la Guerra francés diciéndole que le había llegado “desde vías diferentes y bastante seguras, una noticia muy particular: la Junta de Navarra al ver que Don Carlos abandona el juego, estaría de acuerdo con Zumalacarregui en proclamar la independencia de Navarra y las tres provincias para formar una república federal. (…) No se puede negar que la separación fuera algo muy fácil e incluso muy popular en estas provincias, que están unidas a España tan solo por vínculos muy débiles”.

Harispe era un viejo conocedor del País. Bajonavarro de Baigorri, su alto cargo era la mejor atalaya para ver cuanto ocurría en la frontera, de la que él era el responsable. Que un mes más tarde “desde vías diferentes y bastante seguras”, afirme lo mismo que Zurbano sería para tenerlo muy en cuenta. Añadir que la independencia sería “muy popular” ya es un pleonasmo. La noticia además rodó por toda Europa: el 14 de mayo el periódico ginebrino L’Europe Centrale informaba que “Zumalacarregui acaba de emitir una proclamación a los habitantes de las cuatro provincias insurgentes, mediante la cual los declara independientes, y los exime de cualquier sumisión a la autoridad de Don Carlos o la de la Reina”. La noticia era tan relevante que el periódico aparece como adjunto en una nota de Von Metternich, canciller del Imperio Austríaco. En Italia, el Giornale del Regno delle Sue Sicilie del 14 de junio repicaba lo mismo, y no sería difícil encontrar más referencias. Es decir, que las diputaciones vascas, la prensa y los gobiernos europeos conocieron lo que luego muchos cronistas ratificaron: que los vascos podían sacar de la ecuación política al Rey, pero no a sus Fueros y libertades. Lo dijo el hispanista francés Louis Viardot, en 1836: “si se reconoce de una vez que Navarra y las provincias vascas no luchan por otra cosa que por su independencia, y no por la causa carlista, la cuestión se simplifica”.

El resto ya es sabido: El pretendiente Carlos entró por fin en Navarra y Zumalakarregi abandonó la idea de una república federal independiente, novedad política que suponía un salto en el vacío inaudito en una Europa totalmente monárquica. Pero el precedente está ahí y tarde o temprano tendrán que admitirlo, como tuvieron que admitir la violenta conquista de Navarra o las masacres de 1936. Mientras, alegrémonos: aquella primavera, impulsado por su pueblo, surgió el prócer de la futura república vasca, federal, independiente y comunalera: Tomás Zumalakarregi.

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