No fue anoche cuando tuvimos un sueño… sino hace cuarenta mil años y lo fuimos amando en la prehistoria europea, en el transcurso de los cambios climáticos, en el evolucionar humano que arrancándonos de la cueva primordial nos lanzó a la formación de núcleos urbanos, de la transmisión de la memoria de nuestros muertos inmortalizados en los dólmenes y cromlechs que pululan por nuestra geografía a la palabra escrita en el idioma ancestral, hace dos mil año doscientos años, Zorioneku, encontrada en un derruido poblado del monte Iralegi. Mensaje de bienvenida, es decir, de vida, en el mero centro de nuestra geografía.
Mantuvimos el sueño baskon con el Ducado de Baskonia, lo cumplimos en la primera batalla reconocida de nuestra historia, Orreaga, en la que el objetivo fue fijar límite a nuestros territorios. Vencimos a Carlos, llamado el Magno, quebrantando su delirio de ser dueño de la humanidad de un continente, aupándose él en su grandeza, pisoteando el derecho de todos los demás. A ser hombres y mujeres libres. El sueño baskon repetido en los plenilunios, al son de dantzas, canciones, conjuros e irrintzis, procuraron el nacimiento del reino al que nombramos y en nuestra lengua, Nabarra. Decidimos nuestras normas de conducta colectiva, administrativas, artísticas, cívicas, culinarias, deportivas, jurídicas. El juramento de los reyes nabarros, alzados en el pavés, reflejaba una tradición democrática. Advertíamos al rey que cada uno de nosotros era tanto como él, que todos juntos éramos mas que él o ella, que no cupo ley sálica en el legado baskon. Ni tampoco hubo desdeño del lugar de la mujer. Lo advirtió en el poeta y dramaturgo Tirso de Molina… que aunque diversas en el sexo y nombre / en guerra y paz igualan a los hombres.
El sueño baskon no duró la perpetuidad deseada. Seccionados los baskones de Araba, Bizkaia, y Gipuzkoa del lar original de Navarra, el reino fue finalmente conquistado en 1512, a sangre y fuego, y los baskones nos dispersamos unos delos otros, aunque no tanto como para no seguir fraternizando, pues mantuvimos pese a las calamidades históricas, el poderoso vínculo común, el euskera, increíble sobreviviente al poderoso latín de Roma. Que en 1833 a un intento de mayor centralidad del del gobierno de Madrid, que entendimos como un ataque al reducto de nuestros Fueros, tenemos a un Tomas de Zumalakarregi huido de su reclutamiento de Iruña, jurando en Etxarri Aranaz, los Fueros de los pueblos de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra con la prometida ayuda en armas de Iparralde, que mantenía fresco el recuerdo del genocidio sufrido en la revolución francesa. Las guerras perdidas del siglo XIX (1833-41 y 1872-76) limitaron al máximo la capacidad foral baska, aunque se mantienen arrestos para emprender en lo que se llamó la Gamazada, habrá que cambiarle el nombre y darle otro con prestigio, y esta vez una manifestación popular de tono pacífico, sobre todo en Nabarra, reclamación de la restitución del sistema financiero de las llamadas cuatro provincias exentas con el gobierno central de Madrid.
El germen del sueño era ser cada uno de nosotros y todos juntos, manifestantes de las mismas costumbres, idioma y leyes. No queríamos y creo que seguimos sin querer ser de otra manera. Lo mantenían las bertsolaris en sus bersos, en aquella resurrección cultural de finales del siglo XIX en los certámenes de Iparralde. En el renacimiento vasco que se extendió por el pueblo agredido. En 1918, en Oñati, en el Congreso de Estudios Vascos se establecen por primera vez dos instituciones esenciales: Euskaltzaindia que reconoce y representa el idioma ancestral de un pueblo, y Eusko Ikaskutnza. Las cuatro Diputaciones de los pueblos peninsulares apoyaron semejante proyecto unitario. El sueño parecía realizarse. Eusko Ikaskuntza, merced al trabajo de hombres ilustres, redactó las bases del primer Estatuto Vasco Navarro, llamado de Lizarra, y aquel 14 de junio de 1931, al empuje de una nueva república que parecía ventilar el arcaico modelo del Estado español, los baskones reunidos en Lizarra tuvimos un día de gloria, unidos en una emoción nacional, lamentando la ausencia de la Euskadi continental al proyecto de una federación de pueblos hermanos.
Los ayuntamientos del país de los baskones parecían decididos a una unión administrativa que no se dio y por el voto traidor de algunos de los representantes de Nabarra, ahogó el sueño un posterior julio de 1932… pero seguimos manteniendo la esperanza. Unos en silencio, otros llorando, otros en la dinámica de la lucha política que siguió persistiendo a lo largo del calvario que una guerra, una dictadura y una lenta restauración democrática.
Quizá muchos pensaron y siguen pensando que no vale la pena soñar pero las voces del pasado, la de nuestros ancestros, empujan a la ensoñación federal, a la idea irrevocable de rechazo a que dictadores ni fronteras militarizadas son buenos para la felicidad humana. Tras la 2º Guerra Mundial, siglo XX, cuyo prólogo le tocó ser a Gernika, un grupo de hombres pensantes se reunieron para crear lo que hoy conocemos como la Unión Europea. Los baskones nos reconocemos en la idea, sabiendo que la usurpación del reino de Nabarra fue no tan solo contra derecho, sino que dio paso franco a las guerras de colonización y conquista que se propugnaron por largos siglos desde Europa, corolario de un infierno de muertos, exilios, pobreza y dolor. Lo que ahora escenifica Putin. Los baskones tuvimos un sueño hace cuarenta mil años y lo seguimos manteniendo. Queremos ser hombres y mujeres libres en patria libre.
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