El mal viene de Almansa

Las elecciones de este domingo, aunque las encuestas no pronosticaban grandes cambios, han provocado un auténtico movimiento sísmico, con distintos efectos e intensidades en los Països Catalans y en España. El descalabro del independentismo en el Principado y de la izquierda en el conjunto del Estado han puesto en crisis todas las premisas en las que se sostenía la paz autonómica pactada entre PSOE y ERC. Las elecciones españolas, convocadas a toda prisa, no harán más que agudizar la ola expansiva del terremoto.

¿Dónde estamos? PP y Vox han arrasado en el País Valenciano y en las Islas, sobre todo por el hundimiento de Podemos y sus confluencias. La agudización del conflicto nacional comienza, pues, como la ocupación del país por las tropas borbónicas: por el Sur. Que es exactamente el propio conflicto nacional no admite dudas, aunque a veces los españolistas lo tienen más claro que nosotros.

Lo habíamos dicho y escrito muchas veces, pero Joan Granados lo resumió mejor que nadie: “Si estamos en guerra, no podemos ficcionar la paz”. Esto es lo que estaba pasando hasta ahora, que el gobierno autonómico estaba intentando ficcionar la paz por puro interés electoralista. Básicamente para intentar imitar a los nacionalistas vascos, que desde que se deshicieron del lendakari Ibarretxe y de ETA van sumando victorias electorales autonómicas. Hoy, por cierto, los genios de la estrategia se preguntan cómo es que aquí no ha funcionado.

Así pues, la ofensiva españolista ha entrado en una nueva fase, que como siempre en el Principado tiene dinámicas propias. Ya ocurrió en 2008, que ante la ofensiva del PP una parte del electorado catalanista cerró filas con el PSOE. Hasta el punto de que Zapatero perdió en España y ganó con suficiente ventaja en Cataluña para mantener el poder. Votos a cambio de nada también, como los de ERC. Las subidas de ayer del PP en España y del PSC en Cataluña van ligadas.

La situación es, claramente, que España no pretende ni ha pretendido nunca paz alguna. Ni siquiera ha declarado ninguna tregua. Solo el maquillaje de los indultos, que no son más que una libertad vigilada. Mientras, la clase política autonómica (¡toda!) ha renunciado a defendernos. Las elecciones de 2021 y los nefastos pactos posteriores parieron un gobierno para administrar esta paz autonómica, que sólo una masiva movilización en la calle hizo saltar por los aires. Ahora tenemos un gobernillo impotente e incompetente, completamente incapaz de defender al país.

En medio de este conflicto, los que eran nuestros líderes, que no saben ni quieren luchar contra el Estado para defendernos y liberarnos, han optado por hacerse la guerra entre ellos. Y ante la gravedad de la situación hemos tenido que priorizar deshacernos de ella, por una cuestión de supervivencia. Como haría cualquier nación agredida o sometida con un gobierno que no la defiende. Este fin de semana el independentismo ha pasado cuentas y el mensaje se ha escuchado alto y claro.

Si estamos en guerra, no podemos ficcionar la paz. Y sobre todo, no podemos dejar de luchar por defendernos y liberarnos. Debemos tener muy clara la diferencia entre ajustar cuentas con los incompetentes que no nos lideran y desmovilizar a la gente. Nuestra fuerza es la movilización de todo tipo, también electoral. Si es necesario contra los nuestros, sin contemplaciones. La desmovilización o abstención son sinónimo de derrota. Éste no puede ser nuestro marco.

Para entendernos, que nuestros líderes sean completamente incapaces de llevar a este país a la victoria no puede llevarnos a aceptar resignadamente la derrota. Dejarles perder la batalla para que queden en evidencia no es el camino. Cuando los mandos no sirven, se cambian. Rápido y sin miramientos. Pero nadie puede irse a casa cuando el conflicto no sólo no ha terminado sino que se está agudizando.

No nos queda otra opción que ganar. La paz sólo sería posible con la rendición. Y por ahí no estamos dispuestos a pasar, como se ha visto. Antes nos hemos rebelado contra los nuestros. Toca construir la alternativa: un liderazgo que no rehuya la confrontación, que tenga claro con quién lucha y para qué lucha. Viviremos libres o moriremos como pueblo.

EL MÓN