En el barómetro español del CIS les ha salido que Vox es el partido preferido de los jóvenes llamados a votar por primera vez en las elecciones de sus cortes. Mientras, en nuestro país, en la ciudad capital de Barcelona, la edad mayoritaria entre quienes se manifiestan votantes de la formación fascista es de 18 a 24 años. Son chavales que no se habrán politizado en dos días, o quizás sí, pero en todo caso podemos suponer que la semilla envenenada no les ha germinado de repente con la mayoría de edad.
Los estudiosos sobre los neofascismos hace ya tiempo que avisan hasta qué punto la extrema derecha se ha enseñoreado de las redes preferidas de los jóvenes, seduciéndolos dentro de su terreno natural –especialmente los chicos, pero lo dejamos en genérico para empezar. Con las tecnologías digitales, podríamos resumir el fenómeno diciendo que se han juntado el hambre y el pan: la simplicidad de los mensajes ultras, sus consignas facilotas y sus postulados de blanco o negro encajan a la perfección con los tiempos de las píldoras de TikTok, pensadas expresamente para las ventanas de atención de los niños y los adolescentes. La tormenta perfecta cuando se combinan con la tabla rasa de una memoria histórica inexistente.
Siempre que sale el tema, cuando la conversación deriva hacia la especificidad española, los ciudadanos del mundo con pasaporte del Reino se apresuran a apuntar que éste es un fenómeno global. Pero el ultranacionalismo español tiene autoencomendada una guerra histórica más respecto al internacionalismo facha: el combate contra las minorías nacionales resistentes a la asimilación, y entre ellas, la catalana. Y aquí el ciudadano del mundo también intenta despistar señalando el reducto ultra entre las miserias independentistas, que está ahí, desestimando interesadamente el hecho –el interés de un ciudadano del mundo siempre se pone en evidencia cuando les tocas la nación– que el fundamentalismo que tiene más vidas amenazadas en ese país es el de Estado, a través de sus brazos político, mediático, judicial, armado, y, volviendo a la cuestión, digital.
El productor y experto en tecnologías Albert Lloreta advertía el otro día de un peligro muy concreto que son dos: la conquista de la centralidad por parte de la extrema derecha en las redes más populares para los niños, y que, mientras “desde la izquierda se está intentando ocupar estos espacios digitales, el independentismo no está cogiendo el tren. Por muchos artículos que se publiquen… si no empezamos a incorporar un audiovisual táctico, para mucha gente no existiremos”. Lloreta, honorable fundador de la Fiera (https://lafera.cat/), sabe muy bien de lo que habla. El articulismo más vivo y subversivo del país, que desde 2017 ha incorporado tanto talento nuevo, auténticas esperanzas de futuro y cracks del pensamiento con miles de ‘me gusta’ y ‘retwits’, se convierte en un impacto nulo si no se traslada al terreno donde hoy se ganan las batallas culturales y donde se producen nuevos reclutamientos.
Reclutamientos, sí. Ahora mismo, los influenciadores de extrema derecha pueden entrarle a tu chaval –más que a tu niña–, por todas las vías abiertas de las debilidades adolescentes: a través del agujero de su masculinidad desconcertada (frente al empoderamiento de las chicas o de la propia inseguridad sexual); a través de su afición futbolística de rebaño (la adhesión al nacionalismo españolista de los escolares en el Mundial, por ejemplo, es intrínsecamente anti-independentista); a través del deseo natural de pertenencia al grupo ganador (en muchas aulas que se unieron incipientemente a las protestas independentistas, hoy es más fácil oír un ‘vivafranco’ o el ‘caralsol’ que cualquier conversación espontánea en catalán), o simplemente por rebote con un movimiento de ‘boomers’ y ‘periboomers’ que les avergüenza (con el abandono de Urquinaona a su suerte por parte del govern, con sus abuelos convertidos en productores masivos de imaginería ‘friquindepe’ a los grupos de ‘bon dia-bona nit’).
Para variar, el antifascismo –que incluye el independentismo por definición– no está organizado contra un monstruo experto en tejer alianzas online. Pero si algo sabemos es que la creación de contenido en catalán, también por definición, es abrumadoramente antifascista. El #putaspanyisme de aquel chaval que se hizo viral en la rúa del Barça, con más de un millón de visualizaciones (https://twitter.com/wallstwolverine/status/1658207329890738207?s=20), es un fenómeno que nace amplificado por un podcast y se ha extendido como mancha de aceite en todo tipo de memes. El mensaje implícito del “Viva Catalunya, I love you Catalunya” de unas jóvenes vecinas de Salt contra un mitin de Vox en su pueblo (400.000 visualizaciones) no se lo ha transmitido, obviamente, ninguna tía suya lacista. La tiktoqueraque explicando una anécdota de ligoteo defendía la diversidad cultural a partir de la defensa del catalán no sale de ningún encuentro de porrón y barretina, sino que el discurso es todo suyo y de su tiempo. Los jóvenes catalanes ya no necesitan nuestras batallitas para librar la suya.
Dicho deprisa y mal, que ya volvía a desviarme: el auge de la extrema derecha puede ser un revulsivo a la hora de salvar la lengua y cultura que, de forma inherente, le es enemiga. Luchas como la antiracista, la feminista o la del colectivo LGTBIQ+, abanderadas por la nueva guardia, encajan como un guante con la lengua de la resistencia contra el enemigo que tenemos en común, en muchos catalanes por triplicado, y con las estrategias antidiscriminación de todos. Un héroe de la izquierda españolista dijo un mal día que el independentismo había despertado el fascismo, y los independentistas nos lanzamos a la yugular, servidora incluida. Pasado el tiempo, creo que debíamos haberlo sabido entender como también podía entenderse –la sumisión de los catalanes permitía a los fachas una dulce siesta– y aprovechar el mensaje a favor: en este país, canalla, el derecho a la autodeterminación es la kriptonita del fascismo, y la asimilación lingüística a través del exterminio del catalán, su victoria soñada. ¿Cómo se traduce todo esto en TikTok? No tengo ni idea, pero sí veo claro que, para impulsar digitalmente todo lo que todavía no hemos perdido, estamos bastante a tiempo. Los ingredientes los tenemos, el talento también, pero claro: sólo puede ser la juventud quien puede contagiarlo a más juventud.
VILAWEB