¿Se puede llegar a un relato común de la conquista de América?

La conquista de América habitualmente se entiende como un proceso histórico militar y político que comienza con otro hecho de una denominación un tanto polémica: “el descubrimiento de América”. Desde la famosa data de 1492 hasta un largo siglo XVI, este proceso se relaciona con violencia, expolio y conflicto. Pero también con la extensión de la Monarquía hispánica y portuguesa en dichos territorios: de su eminente cultura jurídica, económica, política, religiosa y social.

La interpretación canónica sobre la conquista de América en la actualidad es una ardua tarea, ya que su significado dependerá de las tendencias historiográficas que leamos. Entonces, no existe realmente “la conquista de América” en singular, sino “las conquistas de América”, en plural, ya que se trata de un hecho histórico polifónico y poliédrico extremadamente complejo, y que no acostumbra a ofrecer grandes consensos, sobre todo por su gran uso político hasta nuestros días.

No hay historia, sino historias

La enseñanza de la historia es una difícil tarea, entre otras cosas debido a que existe una gran cantidad de interpretaciones sobre lo que queremos enseñar.

La historia, a pesar de su apelativo en singular, es muy plural. Alberga multitud de visiones y percepciones sobre unos mismos hechos, fenómenos o conceptos pasados, presentes o, incluso, que interpelan también al futuro.

Nuestra misión es compartir el conocimiento y enriquecer el debate.

Los estudios históricos no corresponden a una visión axiomática del pasado. Es decir, aprender historia no equivale a conocer el pasado, sino a comprender interpretaciones sobre lo que se ha estudiado del pasado. Conocer esas interpretaciones es labor los historiadores profesionales, como también lo es comprender el presente e imaginar futuros (utopías).

Pluralidad de visiones

Si enseñamos historia, nuestra labor es entender situaciones del pasado, y debemos conocer de antemano la pluralidad de visiones existentes al respecto (o debate y discusión historiográfica), así como de los consensos que han podido lograrse en el tiempo sobre los contenidos históricos (o intersubjetividad histórica).

El debate historiográfico sobre la conquista de América, que todavía perdura en la actualidad, supera las fronteras de cualquier universidad o escuela.

Proceso civilizatorio…

Por una parte, vemos como algunos defienden que la conquista de América fue un proceso civilizatorio que conllevó un gran beneficio para la región que hoy conocemos como Latinoamérica. Los que defienden esta postura hablan de la existencia de un hermanamiento entre pueblos, potenciando las visiones positivas.

Según estas visiones, denominadas “rosalegendarias”, la conquista de América pudo haber sido dificultosa y dura en unos primeros momentos, pero al final repercutió provechosamente a ambos lados del Atlántico. En coherencia con esta visión, los españoles fueron a América a evangelizar, edificar y culturizar a sociedades que carecían de la complejidad civilizatoria de Europa.

o genocidio

Por otra parte se sitúan los que critican duramente todo lo que conllevó la conquista de los pueblos y culturas que habitaban en América. Muchos denuncian el concepto “indígena”, ya que no son indios, sino mapuches, tlaxcaltecas, tojolabales, mixtecos, charrúas, tupíes, aymaras, incas y un largo etcétera.

La reivindicación cultural, pero también intelectual de muchos de dichos pueblos pudo observarse, sobre todo, a partir de los años 90 en América, donde destacan textos como Escucha Winka, que apelan a una resignificación de las relaciones presentes y pasadas entre conquistados y conquistadores.

En la crítica de la conquista de América, encontramos también posiciones menos elaboradas y entroncadas en una visión dogmática de lo que este proceso histórico involucró. El concepto de genocidio o de matanza generalizada en la región es parte de estos argumentos en contra de las posturas rosalegendarias.

Esta visión “negrolegendaria” se centra en la colonización sangrienta, abusos de poder y aculturación forzosa. España sería heredera y cómplice de toda aquella violencia.

Narrativas nacionales

Lo que hoy sabemos es que ambas lecturas han bebido de las historias generales de la nación, pensadas y elaboradas a partir del siglo XIX, momentos en los cuales emergieron los estados–nación que hoy conocemos y se mantienen como estructuras políticas, sociales e identitarias.

Los historiadores que redactaron aquellas historias (cada nación tendrá la suya) tenían la misión de generar narrativas sobre el pasado de los recientes estados nacionales. El fruto de ello fue la invención de la nación, como producto histórico, que evocó fuertes sentimientos identitarios excluyentes, basados en la construcción de enemigos históricos.

¿Y en la escuela?

Los currículos y libros de texto de historia se nutren de estas historias nacionales: de su carácter y objetivos. Las visiones dicotómicas de la conquista de América también lo hacen, y con diferentes objetivos. Este proceso histórico, en las escuelas, a menudo es atendido tangencialmente, intentando mostrarla de forma neutral (no se niega taxativamente ninguna de las dos leyendas), lo cual no ayuda a una compresión compleja del asunto, y tampoco a que se obtenga una visión ciudadana crítica de los tensionamientos sociales, culturales y políticos que cada año se repiten en España y América.

Aunque la escuela no es el único espacio donde aprender, es una institución legitimada por el Estado que organiza y regula su sistema educativo, y que, en consecuencia, goza de cierto cariz de oficialidad. De ahí que sea pertinente conocer qué sucede en cuanto a esto en tal contexto y cómo puede esto llegar a afectar la conciencia intersubjetiva de la ciudadanía en formación.

Neutral no, diverso sí

Llegados aquí, cabría hacerse una pregunta: ¿se puede enseñar la conquista de América de manera neutral? No, no se puede. La existencia de múltiples relatos y, con ello, de interpretaciones, lo hace imposible. Siendo así, ¿qué se podría hacer?

Aquellos que tienen la responsabilidad de enseñar este proceso histórico han de conocer el debate, las diferentes posturas, estén o no de acuerdo y, sobre todo, las diferentes complejidades que allí se produjeron para evitar la propagación de visiones reduccionistas y simplificadoras de este u otros momentos históricos.

La historia, en ocasiones, nos obliga a repasar las sombras del pasado, un pasado a veces sucio pero al que, sin embargo, hemos de interpelar de frente y en toda su amplitud. No veamos esto como un problema, veámoslo como una oportunidad. La oportunidad de enseñar, de enriquecer, y de propiciar puentes para dialogar y llegar a acuerdos, algo que, en última instancia, es urgentemente necesario en nuestra cada vez más polarizada sociedad.

Este artículo ha sido escrito con la colaboración de Ricardo E. Reyes Soto

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