La victoria del general Franco sobre la legalidad democrática republicana supuso la implantación del nacionalcatolicismo en todos los ámbitos. Los militares golpistas habían ganado la guerra con una mezcla de nacionalismo español, integrismo católico y conservadurismo político-económico. Si durante el conflicto bélico, en el bando franquista había unidades militares que frotaban un escapulario de la Virgen del Carmen por las balas de cañón para afinar la puntería contra el enemigo, a partir de 1939 se hacen cotidianas imágenes con obispos y curas saludando brazo en alto, al modo fascista, junto a los jerarcas políticos y militares, mientras Franco entra en las iglesias bajo palio.
La complicidad entre el régimen de la dictadura y la jerarquía católica fue, al menos, notable, con las excepciones conocidas, pero entre parte del clero de base y muchos creyentes existió también un elevado nivel de implicación en la lucha contra el franquismo, a favor de las libertades democráticas y los derechos personales y colectivos. Así, más de un partido y sindicato se fundó en alguna iglesia católica y, en lugares como Montserrat, muchos antifranquistas encontraron refugio personal, mientras personas y material clandestino estaban escondidos en dependencias eclesiales. Pero el mal ya estaba hecho, y el sambenito generalizador de “la iglesia católica colaboradora del franquismo”, ya había sido colgado, para descrédito de los católicos franquistas, pero también de aquellos que habían combatido el régimen.
Ahora corremos el riesgo de que ocurra algo parecido con los protestantes. Y digo, conscientemente, “protestantes” y no otra cosa, dado que es de dimensiones cósmicas el nivel de ignorancia, desconocimiento e incultura que afecta a todo lo relacionado con el mundo plural y diverso de los cristianos surgidos de la Reforma protestante del siglo XVI, con Lutero y Calvino como referentes principales. El lío mental que se hacen periodistas, políticos, tertulianos y población en general tildando de evangelistas, evangélicos, protestantes, pentecostales, carismáticos, secta, iglesia, cualquier cosa que se mueva en una iglesia que no sea católica, es más que habitual y se produce sin el menor pudor intelectual y con toda impunidad pública.
Algunos eventos producidos en el continente americano, en los últimos años, han contribuido a ello y mucho. Me refiero a la relación existente entre políticas ultraconservadoras, extremistas, claramente reaccionarias, y algunas iglesias cristianas llamadas “protestantes” o, más a menudo, “evangélicas” por los medios de comunicación. La influencia de estas últimas sobre la política en algunos países es clara y la interconexión entre ambas una evidencia. No sólo en la estrategia de famosos telepredicadores estadounidenses, sino, ya en Latinoamérica, en los años 80, con personajes como el presidente de Guatemala, Efraín Ríos Montt, que, los domingos por la tarde, aparecía en la radio y en la televisión pública predicando a la población como un pastor, defendiendo que había que combatir a los adversarios con “la Biblia en una mano y la metralleta en la otra”.
En Honduras son conocidas las relaciones entre el Partido Nacional y la Fraternidad Evangélica de Honduras, país donde un pastor ha creado un partido político y otro asegura que Dios le habla directamente y le da instrucciones precisas de lo que debe hacer en el ámbito político. El ultraconservadurismo de este cristianismo americano lo situó contra derechos y libertades conquistados en la vieja Europa, como el respeto a la libertad de opción sexual, el divorcio, el aborto o el derecho a una muerte digna, entre otros. Además, da la espalda a los avances en protección social alcanzados en Europa después de la II Guerra Mundial con el estado del bienestar, por lo que diluye la responsabilidad y la función de los poderes públicos en cuanto a las personas más desfavorecidas, dejandolas en manos de la caridad.
Este movimiento, más sociocultural que propiamente teológico, utiliza medios modernos de comunicación de masas para hacer llegar su mensaje a todas partes. En Estados Unidos cuenta con instrumentos tan potentes como la televisiva FOX y la editorial Thomas Nelson y ya tiene una ascendencia absoluta sobre el Partido Republicano, uno de los dos grandes del país. Algunos estudiosos se refieren a ella como una modalidad de “nacionalismo cristiano”, además de “patriarcalismo blanco”, que rechaza las escuelas plurirraciales, el papel de la mujer en la sociedad y en la iglesia, así como el antimilitarismo.
En Estados Unidos, pues, existe una “nación cristiana” en peligro, la nación auténtica, integrada por los buenos norteamericanos, los de verdad, es decir, volvemos al tópico supremacista y racista de los ‘wasp’: ‘white’, ‘anglosaxon’, ‘protestante’ (blanco, anglosajón, protestante), como si Martin Luther King, pongamos por caso, no fuera estadounidense y perteneciera a otro planeta. En Brasil, a su vez, los seguidores del “protestante” Bolsonaro blanden banderas del país con las inscripciones “Brasil por encima de todo” y “Dios por encima de todo”, haciendo una nueva religión con el expresidente ultrarreaccionario como “profeta”.
Como se ha visto en los asaltos a los parlamentos estadounidense primero y brasileño después, el germen antidemocrático que los caracteriza es muy profundo. Pero sus miembros, con un nivel casi inexistente de formación teológica, encuentran una identidad de grupo con la que se identifican fácilmente y que les lleva a utilizar formas de expresión cultural y religiosa totalmente ajenas a la tradición europea. Los posicionamientos más conservadores del protestantismo estadounidense, sobre todo en lo que se refiere al papel de la mujer, ya hicieron que el predicador y expresidente Jimmy Carter, abandonara a los ‘baptistas’ del sur de Estados Unidos.
Hace pocos días hemos visto cómo, en España, ha tenido lugar el encuentro “Europa es hispana”, a la que ha asistido el líder del PP, Nuñez Feijóo. Aquí, una tal Yadira Maestre, “pastora” latinoamericana en Málaga, cantó las excelencias del tal Feijóo, del alcalde de Madrid y de la presidenta de aquella provincia, con el mismo entusiasmo con el que antes había recogido firmas en contra de los indultos a los presos independentistas y participado en todo tipo de “cultos” singulares, con ritos exóticos, sanaciones en público, pretendidos milagros y exclamaciones multitudinarias compartidas.
Los asistentes al acto eran latinoamericanos afincados en España, mayoritariamente vinculados a iglesias independientes, representantes de lo que ya se llama “evangelicalismo”, el sector más ultrarreaccionario del protestantismo americano, que ya tiene en el Estado español una representación notable. Esta población, mucha de la cual ya con derecho a voto, puede empezar a condicionar ciertas políticas, dado que ya tiene aquí un peso nada despreciable. Habría que ver, además, el papel que pueden desempeñar en estos ámbitos, plataformas como ‘Foro Madrid’ o ‘Disenso’, con “demócratas” como Santiago Abascal en el patronato y bajo la larga sombra de Trump.
Por respeto a la tradición democrática y progresista del protestantismo catalán, sería necesario que las diferentes denominaciones arraigadas aquí históricamente, así como los organismos institucionales que las representan colectivamente, se desmarcaran públicamente de ellos. Todos los esfuerzos realizados, durante largos años, por normalizar la imagen del protestantismo en la sociedad catalana pueden quedar hechos añicos si se asocia la idea de “protestantismo” a actitudes antidemocráticas y planteamientos ultraconservadores, ajenos a nuestra tradición cultural. El silencio puede ser confundido con complicidad, lo que haría un gran daño, quizás irreparable, a la credibilidad pública del protestantismo en la Cataluña del siglo XXI. La política no debe utilizar la religión en beneficio propio, pero tampoco la religión debe utilizar la política para sus objetivos.
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