Moción de censura en España: Vox ya tiene lo que quería

En toda Europa los barrios y pueblos que eran comunistas votan hoy la extrema derecha y Tamames es, en este contexto, una gran operación de marketing de los fascistas

Sesto San Giovanni es una ciudad lombarda, situada al norte de Milán, conocida entre los periodistas de la bota por el apodo del Stalingrado de Italia. Y esto es gracias a un histórico trasfondo proletario, a una resistencia heroica al fascismo y al nazismo, que la ocupó durante veinte meses, a una combativa forma de ser, incluso terminada la guerra. Durante cerca de setenta años, hasta 2017, sistemáticamente, todas y cada una de las elecciones celebradas en este enclave industrial del área metropolitana milanesa las ganó el Partido Comunista. Pero en las elecciones del pasado año, por primera vez, la derecha superó a la izquierda por tres puntos. Y no cualquier derecha. Los ‘Fratelli de Italia’, el partido fascista, encabezó el recuento interno de la coalición.

Esto que ocurre en Italia también ocurre en el Estado francés. Es bien conocido el caso de Grenay, un pueblo de siete mil habitantes en el Pas de Calais, que desde 1953 siempre había votado comunista, pero que en las últimas elecciones pasó a ser una de las comunas con más votos a favor de Marine Le Pen. Ya hace muchos años que los sociólogos franceses han estudiado el fenómeno con atención y establecen una clara correlación territorial entre el voto de hace décadas al Partido Comunista y el voto de hoy a la extrema derecha. En Tolón, Marsella o lo que había sido el cinturón rojo de París –en Saint-Denis, por ejemplo–, la extrema derecha es el movimiento claramente en alza. Como lo es en Austria, donde Simmering, el famoso “barrio rojo” de Viena, ahora vota a la extrema derecha de la FPO. O como en los Países Bajos, donde el llamado Partido de la Libertad, xenófobo y autoritario.

Es un fenómeno más que documentado. Prácticamente en toda Europa los barrios y poblaciones obreras que tradicionalmente votaban comunista o las opciones más radicales de la izquierda hoy votan a la extrema derecha. Hartos de la traición de la izquierda, incapaces de entender los debates esotéricos fomentados por el movimiento Woke, cansados ​​de ver que cada día las diferencias sociales son mayores mientras los gobiernos progresistas básicamente se dedican a alimentar los chistes de los urbanitas multi-cualquier-cosa y a ocupar a las instituciones colocando a sueldo a más y más indigentes intelectuales.

La extrema derecha se aprovecha de ello hábilmente. Y descaradamente. Ha crecido, se ha sofisticado, ya no es tozuda como antes. Es infinitamente más peligrosa. Y el comportamiento de la izquierda europea es tan demencial, tan antinatural, que hoy la extrema derecha puede presentarse como la única opción que propone abiertamente quemarlo todo, despachar el sistema, satisfacer las ganas violentamente pedestres de volverse que tiene a la gente que sufre más. Todo es una gran mentira, pero es una mentira que a ellos les funciona. Y la moción de censura de Vox, no se engañen, es eso.

Vox no quiere ni siquiera ganarla. No lo necesita, ni es su plan. Vox ya tiene lo que quería porque la moción de censura que se realiza hoy en Madrid es simplemente una operación de marketing que los fascistas ya han ganado. Con la moción han obtenido lo que necesitan: un inmenso escaparate mediático desde el que enseñar a los votantes desencantados cómo un comunista, un símbolo del comunismo español, ahora es de los suyos, y lo es orgullosamente. Con la confianza de que lo que ocurre en toda Europa acabe ocurriendo también al sur de los Pirineos.

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