Boye y yo

En 2018 yo estaba muy enfadado. Recuerdo un artículo en el que escribí que cómo era posible, si de lo que se trataba era de hacer la independencia, que estuviéramos pendientes del mayor o menor talento jurídico de un abogado calvo. Ese mismo abogado todavía hoy me daría la razón, y no sólo en el tema de la calvicie: Cataluña no debería ser un tema de jueces y abogados. Lo que ocurre es que hay divorcios amistosos y otros que piden la intervención letrada, sobre todo cuando se mezclan abusos y malos tratos. Además, de paso, durante esta defensa jurídica nuestra causa puede encontrar en Europa un nuevo resquicio. Pero creo que lo más valioso tras las acciones de Boye no tiene que ver con el talento jurídico. Creo que tiene más que ver con la actitud. Para resumirlo, no estamos delante de un defensor de las causas perdidas, sino de un creador de causas ganadas. Y de eso, sinceramente, debemos aprender.

“Los catalanes pueden estar tranquilos porque ya han ganado”. Esta frase la escribió Gonzalo Boye en un artículo en octubre del año pasado, y lo sorprendente no es su triunfalismo: lo sorprendente es que está escrita poco antes de las vistas de los días 24 y 25 de noviembre en el TGUE, sobre las decisiones del Parlamento Europeo sobre las inmunidades de eurodiputados catalanes y sobre el consecuente suplicatorio. Es decir, su conclusión de victoria no tenía que ver con el resultado, sino con la actitud: concretamente, con la certeza de encontrarse en la sitio correcto de la batalla. Tener convicciones, trabajar con rigor, conocer las normas del juego pero también saber jugarlas a favor propio, no aflojar y sobre todo no dejar de creer nunca en la victoria. Insisto: el resultado no se sabía. Muchos resultados en Europa todavía no los sabremos hasta que pasen algunas semanas. Pero no me dirán que no contrasta esa visión del derecho, quiero decir de la vida, con las recientes afirmaciones de Andreu Mas-Colell cuando afirma que la independencia “es imposible porque el contexto europeo es desfavorable”. En primer lugar, pronto demostraremos que esto es mentira: el contexto europeo es inmejorable porque contiene códigos fundamentales en los que sólo podemos ganar. Y en segundo lugar: yo estoy a favor de la gente que tiene dudas. Incluso he decidido que aquellos que ahora creen que la independencia es un objetivo pero ya no la prioridad, pueden estar perfectamente dentro de mi mismo barco; ahora bien: también he decidido que, aquellos que creen (o dicen) que es imposible, viajan en un barco distinto.

Quien tenga interés en conocer a Boye puede recorrer su pasado en un interesante documental colgado en Filmin: es la historia de una lucha tozuda, noble e inteligente. Boye ha tenido que afrontar causas importantísimas, peligrosísimas, en las que le ha ido la vida (y todavía se le va), y también sabe qué es estar en prisión tras un procedimiento lleno de irregularidades. Cuesta mucho asustarle, porque conoce todos los trucos de los adversarios e incluso parece que juegue a esgrima con una mano atada detrás y sonriendo. Acepté trabajar con él no sólo para muscular la autodefensa, sino precisamente para trabajar el ataque y el espíritu de victoria. Bueno, y que nos hemos hecho amigos y nos reímos bastante. El sentido del humor es una herramienta que, en medio de una fuerte granizada, ayuda a recordar dónde estamos y qué hemos venido a hacer aquí. Al fin y al cabo, si no hay sonrisas, no es mi revolución y además es un mal síntoma. Pero es que también es importante recordar que, gane quien gane, deberemos acabar conviviendo todos juntos. Simplemente se trata de querer incidir determinantemente en la nueva normalidad. O, al menos, de no acostumbrarse a ser pisoteado para siempre.

La noticia que nos viene a dar Boye es la siguiente: Chile ganó a España sin tener que recurrir a ninguna “mamá Europa”. Y nosotros, si de verdad queremos ganar, lo tenemos perfectamente al alcance. Sí es necesario estar dispuestos a vivir capítulos desagradables, pero no tanto por las heridas a recibir como por las heridas a abrir. Y estar seguros de si esto es lo que realmente queremos, o si sólo es un postureo o un eterno “hacer ver que”. No, la cosa no sólo va de leyes, ni sólo de política. Va de cómo vale la pena vivir. “La libertad es no tener miedo”, decía Nina Simone. Claro que, ahora que pienso en ello, ella al menos podía peinarse.

EL PUNT-AVUI