1. Nuevo paradigma.
Desconfiemos del discurso de la pérdida de valores. Es propio de momentos cambio, de mutaciones profundas, como el que vivimos ahora, y, por tanto, de desorientación más que de pérdida, en las que pasan como valores cosas que no lo son. E instrumentos, como la tecnología, quedan convertidos en horizonte insuperable de nuestro tiempo.
Los valores no caen del cielo, son fruto de la acción humana, por tanto, función de ésta. Estamos en un cambio de paradigma, como por ejemplo la Revolución Industrial. Y las viejas instituciones generadoras de valores están desbordadas. La norma emana más de la economía que de la política o de la religión; de la tecnología –que va camino de convertirse en principal marco de modelado del personal– más que de la ideología; y de la sobredosis de un espacio comunicativo que desborda los medios tradicionales y cae en cascada sobre la población. Y así, sobre las cenizas del colonialismo imperial –al que, de algún modo, la muerte de la reina Isabel de Inglaterra ha puesto simbólica fecha final–, se construye una especie de imperialismo tecnológico en un clima de autoritarismo posdemocrático frente a un estado de inquietud creciente.
2. Nueve tesis.
En ese contexto, me permito formular algunas tesis para enmarcar la reflexión.
Primera: la teología se desplazó de la religión a la ideología y a la política, y ahora de la política a la economía para dar capacidad normativa: competitividad y productividad son los horizontes morales de nuestro tiempo.
Segunda: la autonomía del sujeto –el individuo entendido por su capacidad de pensar y decidir por sí mismo– es la gran conquista de la modernidad y cualquier intento de laminarla es letal para la libertad. Aunque esta mayoría de edad de la humanidad siga siendo una utopía, la necesitamos como idea regulativa.
Tercera: los derechos son individuales pero siempre se han conquistado colectivamente. El ciudadano necesita anclarse en una especie que se caracteriza por “la insociable sociabilidad” (Kant). Lynn Margulis recuerda que “la simbiosis es más eficiente que la competición en el proceso evolutivo”.
Cuarta: los valores son universales. Contra el relativismo cultural, el imperativo categórico kantiano: “Actúa como si la máxima de tu acción pudiera ser considerada el principio de una sociedad que aplica universalmente el derecho”. Es decir, no todo es posible: contra el nihilismo (Putin, Musk, Trump, y vayan sumando) en curso.
Quinta: si en la jerarquía de los valores ponemos la libertad en primer lugar, el multiculturalismo es un problema. El diálogo y la convivencia requieren unos protocolos de comunicación y reglas del juego compartidas. La sociedad debe ser plural e intercultural, no multicultural. Y el origen y apropiación de la cultura no pueden ser coartadas por el crimen.
Sexta: existen símbolos que sirven para dar cohesión a una sociedad o a un grupo, y hay otros, a veces los mismos, que sirven para remachar la exigencia normativa. Los primeros son mitos, los segundos son valores. En la sociedad plural, ni integración ni enfrentamiento: espacios compartidos que desarrollen nuevos imaginarios. Lo llamamos democracia.
Séptima: el marco que garantiza la máxima pluralidad es la cultura laica, como explica Claudio Magris. Y no habla de creencia, sino de actitud: capacidad de adherirse a una idea sin sucumbir a ella plenamente, de mantener la capacidad crítica siempre despierta, de conservar la capacidad de reírse de las propias apuestas sin por ello renunciar a las mismas. Simplemente, personas emancipadas.
Octava: dos grandes peligros, la sociedad de la indiferencia (desinterés colectivo: derrota de la política y la cultura en manos de la economía y de la comunicación bajo el alud digital) y la fractura de la humanidad, entre el último hombre y el superhombre. Desigualdades abismales, generalización de las formas de apartheid.
Novena: en un mundo cada vez más pequeño, el dinero, las cosas (entre ellas las mercancías), las personas (con restricciones identitarias: los nuestros y los demás) y las ideas (a pesar de los obstáculos de las prohibiciones y las censuras) van aceleradamente de un lado para otro, y sólo el reconocimiento mutuo puede constituirnos como humanidad. Las opciones alternativas son destructivas.
ARA