Jesús Mari Macaya (licenciado en Derecho) firma una colaboración hoy en Diario de Navarra en la que asegura renegar de los “ismos” excluyentes en una sociedad globalizada, y aboga por enseñar a los niños y jóvenes a pensar por sí mismos. Vale, muy bonito todo, hasta que de repente se descuelga con ese párrafo que os pego, donde desbarra de una manera tal, que da pie a pensar que si esa es la forma que él tendría de “enseñar a los niños y jóvenes a pensar por sí mismos”, está mucho mejor aprendiendo Derecho que Historia. Vayamos por partes:
Catalina I de Navarra no es ningún mito, sino que fue una persona de carne y hueso con sus virtudes y sus defectos, como todas, por tanto ningún historiador, ni siquiera ningún seudohistoriador (sea eso lo que sea para un supuesto -y tan supuesto- aborrecedor de los ismos excluyentes), se la ha inventado a ella, ni naturalmente al reino que gobernó, hasta que le dejaron hacerlo, claro está. Otra cosa es que a muchos/as les gustase y les guste todavía que ese reino de Navarra fuera de fantasía, o mejor aún: el país de Nunca-Jamás. Pues a esos Capitanes Garfío de nuestra Historia, que practican el arte de quitar con su gancho las partes que no les gustan, hay que contestarles haciendo lo contrario que ellos: diciendo la verdad completa, y no las medias verdades, que son peores que las mentiras.
Que la reina Catalina mereciese o no un reconocimiento como personaje histórico es, por supuesto, opinable, aunque ya sabéis que es lo que decía aquel sabio sobre los distintos pareceres, que para él eran exactamente igual que el ipurdi: todos tenemos uno. Eso sí, por dar un único pero trascendental ejemplo de la importancia histórica de la última reina de ambas Navarras, ella fue quien trajo la imprenta a Navarra, ayudando con ello a airear e ilustrar las siempre graníticas cabezas navarras. Igual es eso mismo lo que no se le perdona…
En cuanto a que “una parte de la corporación municipal de Pamplona dará su nombre a una avenida de la ciudad”, y teniendo en cuenta que la potestad de nombrar las calles corresponde a Alcaldía, no oí a ningún anti-ismos decir ni mú cuando alguno/a de los anteriores máximos ediles adoptaron decisiones tan lamentables y torticeras como negarse a cambiar el nombre de la plaza Conde de Rodezno alegando que no hacía referencia a un personaje histórico concreto (él sí perseguidor implacable y sanguinario de varios “ismos”), sino a un titulo nobiliario castellano.
Y es que sin duda alguna esta del Rodeznismo ha sido una tendencia historiográfica de mucho predicamento entre los ya mentados capitanes Garfío de estos lares. Pues qué le vamos a hacer, tendrán que acostumbrarse a que Campanilla de Foix (si la llamo así igual les cuesta menos tragarse la pildorica foral) tenga un reconocimiento en el callejero que, digan lo que digan, Pamplona-Iruña le debía desde hace mucho, pero que mucho tiempo.
Sigamos: Catalina no fue una reina lamentable para los navarros, al contrario, todos los estudios recientes confirman que fueron ella y su marido quienes pusieron fin a la guerra civil entre agramonteses y beaumonteses que llevaba 56 años ensangrentando Navarra. Esto es: que trajeron la paz anhelada durante generaciones. Sólo por eso se merecería ya no sólo una avenida, sino quizás un barrio entero, alguna de cuyas calles podría llevar también el nombre de quienes la ayudaron a conseguirlo. Hoy se conocen muchos de ellos, a pesar de la “curiosa” afición que ha habido (y que tristemente sigue habiendo hoy en día) en instancias oficiales a borrar su memoria durante décadas. Eso sí: nunca faltaron en esas épocas loas y alabanzas a Ignacio de Loiola, que a día de hoy sigue manteniendo una estatua en pleno centro de la ciudad que, como militar, ocupaba para su rey, el emperador Carlos (“el pacificador”, para los historiadores graduados por The Delburguer School).
Y esa condición de militar español era precisamente la que más se destacaba en la inscripción original del monumento, que era así: “Soldado y combatiente de España, Ignacio de Loyola cayó defendiendo el Castillo de la Ciudad de Pamplona el 20 de mayo de 1521”. Y fijaos si es curioso: los que ahora se tiran de los pelos (no sé si empleando el gancho o no),deplorando a voz en grito que se cambie el nombre de Avenida del Ejército (español, por supuesto) por el de Catalina I de Navarra, no dijeron tampoco ni oxte ni moxte cuando en 2005, el Ayuntamiento presidido por ¡¡¡tachaáaaaaaaaaaan!!!: Yolanda Barcina, decidió cambiar dicha inscripción por esta otra (sin duda más neutra), que hoy en día luce la estatua del fundador de los Jesuitas: “San Ignacio de Loyola. 20-V-1521”. O sea, que fue UPN y no Bildu el precursor en esto de sacar las referencias militares del callejero y/o mobiliario urbano pamplonés, pero entonces a los que no se paran a fijarse en “ismos” les dio igual. ¡Qué casualidad!
Lo de “españolista”, a pesar de renegar de los ismos, es tratamiento que concede graciosamente al duque de Alba el señor Macaya, y creo que sin duda el duque estaría muy complacido con él. Lo de “mujer cómplice en la usurpación de la Corona a los herederos legítimos Carlos y Blanca” sí que tiene su aquél, sobre todo teniendo en cuenta que Carlos murió en 1461 y Blanca en 1464, y que Catalina no nació hasta el año 1468, pero ese “pequeño detalle”, ¿qué puede importar a quienes detestan los ismos? ¿Verdad?
Por la misma razón, Catalina no pudo ser la causante de la Guerra Civil. Al contrario: como he dicho antes, ella fue la que consiguió detenerla por fin. Si hubo un usurpador de la Corona navarra ese fue Juan II de Aragón, que no dudó en enfrentar a sus tres hijos entre sí para seguir detentándola (esto es: poseyéndola sin ningún derecho) él. De esa manera convirtió a Leonor -la abuela de Catalina- en enemiga mortal de sus dos hermanos: Carlos de Viana y Blanca de Navarra, pero el verdadero responsable de todo lo que ocurrió fue él, y después su sucesor en el trono aragonés: Fernando “el católico”, a cuyo nieto Carlos I servía ese mismo Ignacio de Loiola a quien tanto estiman los que dicen odiar los ismos. En cualquier caso, la citada Leonor era la única que cumplía a rajatabla los testamentos de su abuelo Carlos III el Noble y de su madre Blanca I de Navarra, que estipulaban claramente que sólo alguien de su sangre podría llegar a sucederles. Por supuesto, Juan II se pasó todo esto por el forro de sus caprichos, y después de colaborar activamente en la desaparición de sus dos primeros hijos, no dudó en amenazar de muerte a la hija superviviente. Nada: también detallicos sin importancia…
Efectivamente: Catalina I y Juan III de Labrit expulsaron de su reino a los judíos, siendo estos tan navarros como el que más, pero hay que decir también por qué lo hicieron: por las intolerables presiones del citado Fernando de Aragón y de su mujer Isabel I, que habían hecho lo mismo en 1492. De hecho Navarra fue el reino hispánico que más tardiamente los expulsó, y lo más lógico es pensar que no lo hubiera hecho si no le hubieran obligado a ello, con medidas tan piadosas -tratándose de unos reyes apodados como “Católicos”- como exigir la entrega en rehenes de una de las hijas de Catalina y de Juan: la infantica Magdalena, a la que mantuvieron prisionera durante diez años hasta que murió en el castillo de la Mota (Valladolid), sin atender nunca las súplicas de su madre Catalina para que se la devolvieran. Nada: futesas sin importancia.
Lo de que se llevó los archivos a Pau y no los devolvió sería una acusación verdaderamente graciosa si no fuese en realidad grotesca. Claro que se llevó una parte del Archivo, la que consideró que le sería necesaria para defender sus legítimos derechos sobre el trono de Navarra ante Castilla, Francia o el Papado, instancias todas ellas, sobre todo Roma, que nunca actuaron con Justicia. Lo de que nunca los devolvió es una afirmación repulsiva y falsa, teniendo en cuenta que no le dejaron volver nunca a su reino, ni a ella ni a su marido, que dejaron bien claro en sus testamentos que al menos querían que sus restos reposasen en la catedral de Pamplona, donde habían sido coronados ellos y también sus antepasados. Pero bueno, a los que huyen de los ismos, ¿qué les importa dónde estén o dejen de estar unos huesos?
Y como siempre, lo peor, lo más burdo, viene al final de tan insensato sermón: que abandonó a los navarros a su suerte en la llegada del duque de Alba “mientras ella tocaba la viola de gamba en sus posesiones francesas”. Lo único cierto es que dejó Pamplona con tanta premura, porque aguantó dentro de sus muros hasta que el ejército castellano (formado por 14.000 hombres, cuando la ciudad a duras penas llegaba a los 8.000 habitantes en total) estuvo tan a las puertas que ante el miedo de ser apresada, partió hacia el Bearne (que no era tampoco una “posesión francesa” sino un dominio soberano) en unas condiciones tan terribles que por el camino murió otro de sus hijos, Andrés Febo, e incluso hay quien afirma que otro más: Martín Febo, también falleció, y que ambos descansan en Leyre, donde pueden verse sus nombres aún hoy en día en el panteón real. Así es como “tocaba la viola de gamba” la reina de Navarra: enterrando a dos de sus hijos.
¿Los ediles desconocen todo esto? Pues a eso es bien fácil contestar: afortunadamente al menos uno de ellos seguro que no, y por eso Pamplona-Iruña va a contar por fin muy merecidamente con una avenida dedicada a la reina Catalina I de Navarra. Y probablemente ni a él ni a ninguno de los que nos preocupamos por conocer la verdadera Historia de Navarra (la que se conoce leyendo todas las versiones, y no sólamente las de aquellos que hacen aspavientos ante los ismos) le ha revelado todas estas cosas “el Espíritu Santo”, que supongo que sólo sabrá de Historia Sagrada, esa que los creyentes no pueden atreverse a cuestionar.