Gaélico y euskara, por una justa cooficialidad

Carteles bilingües en gaélico e inglés en Irlanda. Wikimedia Commons

El gaélico, la lengua originaria de Irlanda, ha accedido estos días a la oficialidad en Irlanda del Norte o Ulster. Se conservaba por parte de los habitantes de este territorio aún de soberanía británica, en donde tenía además la característica de ser hablado uno de los tres dialectos habitualmente reconocidos de dicha lengua. También en toda Irlanda se habló el gaélico hasta su invasión y conquista por Gran Bretaña en la Edad Media, igual que en toda Vasconia, toda Navarra incluida, y partes de Aragón, Castilla y Akitania se habló el euskara.

En primavera, allá por mayo, empezó el debate sobre la cuestión del gaélico norirlandés, en donde y en el Parlamento de Westminster, porque tampoco todo lo de Irlanda es perfecto. Ahora se ha promulgado la oficialidad, que obviamente ya existía en Eire, es decir, en la Irlanda independiente del Sur. Por supuesto, en Irlanda del Norte no han caído en la macabra ridiculez de dictaminar zonas gaelicofonas y anglófonas, como tan desgraciada e injustamente ocurre en Navarra.

La cooficialidad de la lengua irlandesa alcanza también otros niveles, ya que al serlo de un estado independiente es también una de las diecinueve lenguas oficiales de la Unión Europea, UE. Se da, además, la circunstancia curiosa de que la lengua inglesa –la cual es la lengua franca por antonomasia en Europa– no tiene un estado de la UE, en que sea lengua oficial en exclusiva, ni tiene Academia, pero nada de eso reduce, por lo visto, su vigor expansivo.

Así pues, el gaélico y el euskara caminan en procesos, que en parte son paralelos, y en parte, tienen diferencias; la comparación al respecto siempre origina reflexiones interesantes en diferentes aspectos, de los que aquí solo nos referiremos a uno; el de la argumentación reivindicativa. Ni el euskara, ni el catalán, han accedido a ser lenguas oficiales de uso en las instituciones de la UE, a pesar de ostentar el grado de cooficiales en sus respectivas autonomías del reino de España y contar con reconocimientos indirectos en la siempre jacobina República Francesa. Esta situación tiene un grado superlativo de injusticia en lo que respecta a la lengua catalana, que en el conjunto de sus variantes cuenta con una base de catalonófonos de más de veinte millones, mientras que por ejemplo la lengua maltesa es oficial en las instituciones europeas, aunque el número de sus hablantes no llega a trescientos mil.

Escribí hace algún tiempo sobre la necesidad de renovación del argumentario en reivindicación del euskara –Euskararen argudiaketa berrritu beharra–, cuyo mensaje básico es el de que teniendo la justicia lingüística el carácter de derecho humano, todas las legislaciones, sentencias y resoluciones, que pongan una lengua por encima de otra son injustas. También son injustas las oficialidades desiguales; y así las sentencias, que impiden que un funcionario de cooficialidad de Irún o de la zona mixta de Orkoien deba atender a las ciudadanas/os de esos municipios, en la lengua oficial que le convenga, son injustas. Quienes podemos recordar las reivindicaciones de cooficialidad de finales del franquismo, podemos testimoniar que lo que se pedía era –y no podía ser otra cosa– que igualdad entre ambas lenguas. La depravada trampa constitucional de “diferentes niveles de oficialidades”, como lo demuestra la castellanofonía de los cuarteles –de ertzainas y forales– es injusta y atenta contra los derechos humanos.

En Eire las dos lenguas oficiales, –gaélico e inglés– están equiparadas y nadie discute esa justicia. En el Ulster aún habrá que ver, pero la profunda evolución política da esperanza, ya que el Sinn Fein ha accedido a ser la primera fuerza política en las dos partes de Irlanda.

Aquí en Vasconia, en el último campeonato de bertsolaris de Iruña, uno de los temas propuesto fue oreka, es decir, equilibrio; y Amets Arzallus eligió con gran acierto a la necesidad de igualdad entre las lenguas. Ese es el camino de la argumentación en parámetros de justicia. No se acierta, en cambio, con la auto-imputación por no ser conscientes del carácter minoritario y/o minorizado del euskara, como ha subrayado Idurre Eskisabel. También eran realistas las y los monolingües de nuestros caseríos, que se avergonzaban de su propia lengua, porque no les servía. Realismo sí, pero reivindicación también.

El anquilosamiento en los cargos y la falta de iniciativa y de acierto en la argumentación y reivindicación pro euskara origina que, por ejemplo, de los fondos europeos y/o pertes para las lenguas y la inteligencia artificial solo se hayan conseguido para el euskara unas míseras migajas. Y eso que la presencia progresiva del euskara en la investigación y en la ciencia es una realidad enriquecedora e indiscutible. Las academias, los institutos y las entidades de participación cultural se renuevan y dinamizan y mientras tanto, aquí se hallan anquilosados.

El euskara como el gaélico está en territorios de diferentes estados, diferentes autonomías y diferentes situaciones y precisa sugerir, promover e impulsar convenios y acuerdos, cuya dinámica, si se efectúa en parámetros modernos y democráticos redundará en beneficio de la gente en general y de los migrantes en particular. No es lógico seguir sin superar los parámetros de Haritxelar desde hace más de 22 años.

En este cruce de caminos, que es Vasconia, y cuya principal expresión política y estatal histórica es Navarra, el plurilingüismo ha sido siempre una realidad constante.

Y valga esa expresión para recordar al recientemente fallecido Txomin Peillen, escritor vasco nacido en París y cuyas lenguas maternas eran a la vez el euskara suletino y el gascón, lengua gemela del romance navarro. Estoy seguro en su evocación que la cooficialidad del euskara será una gran ventaja para la libertad y el progreso de tudelanas/os y suletinos/as, que tanta relación humana tuvieron a lo largo de la historia.

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