El espectáculo político de bajo nivel al que asiste la opinión pública catalana es absolutamente lamentable y no se lo merece el pueblo catalán, sobre todo los miles de ciudadanos con causas pendientes ante la justicia española y los cientos de miles de personas que se comprometieron al máximo con los hechos de octubre de 2017. Se trata de una exhibición pública desastrosa, sin dirección, sin guion, sin táctica ni estrategia, con un elenco artístico mezquino y con un atrezzo carente de la imaginación más elemental, muy lejos del nivel y la calidad de nuestro teatro amateur.
A cualquier persona que aterrizara aquí, venida de lejos, nada le haría ni sospechar que se encuentra en un territorio inmerso en un proceso de emancipación nacional y donde resulta que los que se pelean no son los partidarios de la independencia con los contrarios de ésta, sino que, paradójicamente, se pelean entre ellos los que aseguran ser favorables a la creación de una República Catalana plenamente soberana. Los encontronazos de patio de escuela, las declaraciones grandilocuentes y los cambios constantes de posición son indicativos del nivel lamentable que señorea hoy en buena parte de la política catalana.
Es en este contexto de desorientación absoluta, navegación sin brújula, mirada corta y ausencia de sentido de estado, donde es posible un programa de televisión como el que vimos el martes de la semana pasada en TV3, en ‘Sense ficció’. Se explicaba, con todos los detalles, toda la arquitectura clandestina que hizo posible la fabricación de las urnas, la llegada de éstas a Europa, el traslado posterior a Cataluña Norte y de allí a los diferentes puntos de la geografía del Principado. Se hacía mención de la empresa y la ciudad china donde las urnas fueron hechas, del sistema de transporte empleado, del puerto de llegada y del pretexto aducido ante las autoridades francesas para justificar la entrada de 10.000 urnas con el escudo de la Generalidad.
Se indicaba cuál era el municipio rosellonés donde se custodiaron las urnas antes de su distribución, con imágenes del almacén en cuestión, fácilmente localizable con una simple visita al pueblo. Menos mal que el empresario que las escondió las sacaba de espaldas, para dificultar su identificación, lo que también hicieron, con acierto, otras personas que no aparecieron con su rostro visible en pantalla. Se explicaron, con todo tipo de detalles, los diferentes procedimientos, artimañas y rutas empleados para que las urnas fueran hacia el lugar correspondiente e, incluso, cómo y dónde fueron ocultadas ante la inminencia de la llegada de los cuerpos violentos españoles.
Como si todo esto no fuera suficiente, el programa se permitió la frivolidad de indicar los nombres y apellidos personales de quien, a su entender, formaba parte de la pirámide de mando y organización del referéndum del primero de octubre, llegando incluso a revelar la identidad de una de las tres personas que, según se aseguró, eran las únicas que lo sabían todo. Llegados a ese punto, mi estupefacción y, por lo que sé, la de mucha otra gente, ya no tuvo freno. Estaba atónito y no daba crédito a todo lo que veía y oía. ¿Cómo era posible una irresponsabilidad tan grande, una inconsciencia tan enorme, una insensatez tan colosal?
Puedo entender muy bien que, para un periodista, investigar las interioridades de la operación referéndum sea un tema muy atractivo y que, al disponer de información, tenga el prurito irresistible de querer explicarlas. Pero, bien entendido, esto último sólo tiene sentido en el caso de periodistas extranjeros, trabajando para medios foráneos, pero no creo que lo tenga en el caso de profesionales de aquí y, menos aún, que el programa en cuestión sea emitido no por una televisión privada, sino, nada menos, que por la televisión pública de un país que quiere ser independiente y que figura que tiene un gobierno independentista. Siempre se dice que el periodismo no tiene patria, y será cierto. El periodismo no la tiene, pero los periodistas sí.
Dejar totalmente al descubierto el entramado secreto que hizo posible la acción nacional y popular más importante desde la batalla de Almansa hasta hoy, es, en realidad, realizar el trabajo que el CNI demostró ser incapaz de llevar a cabo. Quién sabe si, un día de éstos, la guardia civil o la policía nacional homenajearán a TV3, o la distinguirán con alguna condecoración, en reconocimiento a sus méritos “por la patria”, por su magnífica colaboración para dejar con el culo al aire a tanta gente comprometida, con patriotismo, riesgo e ilusión, a favor de una causa tan justa y noble como la libertad de su pueblo.
Porque, en todo caso, un programa así sólo tiene sentido una vez alcanzada la independencia, pero nunca antes, en plena batalla, cuando la guerra política no ha terminado. No hay ninguna explicación que justifique su emisión. Y es impensable que irlandeses, argelinos o vietnamitas, pongamos por caso, hubieran cometido la temeridad de destapar, ellos mismos, la estructura clandestina de su lucha de liberación antes de conseguir su objetivo nacional. Todo lo que ahora se ha dejado al descubierto (nombres, métodos, argucias, rutas, estructuras) queda inutilizado por completo para ser empleado de nuevo el día de mañana, sea para meter urnas o cualquier otro material o persona, secretamente.
No sabemos qué futuro nos espera como pueblo, pero quemar todos los cartuchos, enseñar todas las cartas, sólo por unos momentos de éxito de audiencia, es indicativo de que estamos curados de sustos, en algunos ámbitos destacados de la sociedad catalana. Los eslovenos, puestos como ejemplo de pueblo moderno y pacífico, nunca hicieron ningún programa, antes de la independencia, explicando la lenta entrada en el país de material clandestino, que no era precisamente urnas, transportado por las barcas de pescadores, discretamente, durante días y días y días…
Un proceso de independencia es algo muy serio y no puede ser tratado como un juego de pistas, un juego de roles o una gincana, como quien ve “A ver qué hacen ahora”. A estas alturas de la historia, la dirección del combate por la emancipación nacional se ha convertido en política de feria, protagonizada por actores muchos de los cuales no serían admitidos para hacer ‘Els Pastorets’ (1), y con los partidos más preocupados por quien será presidente de la Diputación de Castelldalt, del Consejo Comarcal del Peloponeso o alcalde del municipio de Vilatrista. Dicho de otro modo, independentismo categoría alevines.
Tienen, partidos y entidades, personas mejor preparadas, competentes, serias y responsables que algunos que ahora cortan el bacalao y, con palabras y hechos, nos incomodan, cuando no nos avergüenzan o, en todos los casos, desmovilizan a la gente que, hace cinco años y hoy mismo también, sigue estando al pie del cañón. Pues que lo digan, porque la gente sigue ahí, pero, ante un panorama tan triste e irresponsable visto desde dentro de casa, mientras en la cocina suena “No és això, companys, no és això”, en el comedor se escucha “Diguem no, nosaltres no som d’eixe món” y, desde el fondo del pasillo, llega la melodia esperanzada que asegura que “Qualsevol nit pot sortir el sol”…
(1) Els Pastorets: representaciones teatrales navideñas.
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