Hablemos de energía

Se hablan cerca de 7.000 lenguas en todo el mundo, con una gran diversidad fonética, de vocabulario y estructura, y, en consecuencia, cada una con una relación diferente con el entorno. La reconocida lingüista Anvita Abbi escribió un artículo en ‘Outlook India’ en el que decía: “Las lenguas son el testimonio de las diversas y variadas maneras en que las facultades cognitivas humanas perciben el mundo. […] Las diferentes manifestaciones del lenguaje son firmas ecológicas y arqueológicas de las comunidades que tienen estrechos vínculos con el entorno”. Abbi pasó veinte años documentando la gran familia de lenguas andamanas (1), que evolucionó a partir de un grupo que emigró por primera vez fuera de África hace 70.000 años.

De la misma forma que la sociedad industrialista-productivista aniquila la biodiversidad, las lenguas también se destruyen. Según el ‘Living Tongues Institute for Endangered Languages’ ​​(Instituto de Lenguas Vivas para las Lenguas Amenazadas), cada dos semanas se muere el último hablante de una lengua. Como el lenguaje comunica conocimiento, esto tiene implicaciones para toda la vida en la Tierra.

Un número reciente de la revista ‘Resurgence & Ecologist’ (núm. 333, julio-agosto 2022) dedicaba buena parte de la publicación al lenguaje (“What’s in a word”, “¿Qué hay en una palabra?”). Y en la introducción en la sección “Lost for words” (“Perdidos por las palabras”), Paula Zamorano Osorio, de ‘Survival International’, escribía: “El conocimiento de los lugares donde vive la gente (bosques, llanuras, sabanas, montañas, desiertos, tundra) y lo que los sitios pueden ofrecer a la humanidad (alimentos, medicamentos, soluciones reales para frenar el cambio climático) son cruciales para todos”. Ir perdiendo diversidad, biológica, cultural y ecológica, nos va empujando hacia una era de oscuridad, de la que la humanidad lo va a tener difícil para salir.

La elección que todos hacemos de las palabras, cuando hablamos o cuando escribimos, puede tener consecuencias de gran alcance, y, de hecho, las tiene. Lo vemos todos los días. Una muestra bien patente es cómo se emplea la palabra en las negociaciones del clima, como táctica para que se vaya retrasando la acción tan necesaria y urgente para frenar el desatino del clima.

De hecho, uno de los críticos radicales de la sociedad moderna, Ivan Illich, nos lo advertía ya en 1973, en la obra ‘La convivencialidad’ (2): “El lenguaje, el bien común más fundamental, es contaminado así por estos hilos de argot, retorcidos y pegajosos, cada uno sujeto al control de una profesión. El empobrecimiento de las palabras, el agotamiento del lenguaje cotidiano y la degeneración en terminología burocrática equivale, de forma más íntimamente degradante, a la degradación ambiental tan a menudo discutida. No se pueden proponer cambios posibles a los planes, actitudes y leyes si no nos hacemos más sensibles al rechazo de estos nombres erróneos que solo esconden dominación”.

Y esto es precisamente lo que ocurre con la energía, porque la sociedad adicta a la quema de materiales fósiles para disponer de energía ha ido imponiendo su lenguaje, en el que se utiliza interesadamente la palabra ‘energía’ cuando realmente hablan de materiales y cuando queremos ocultarnos que en los lugares donde vivimos estamos rodeados de energía.

Así, se habla de “crisis de energía”, cuando en realidad la crisis no es de energía, sino de petróleo y de gas fósil, que no son energía, sino materiales. El universo está rebosante de energía. La biosfera contiene energía que nos rodea por todas partes. ¿Por qué no decimos las cosas tal y como son? Es crisis de petróleo y gas fósil.

Así, se habla de “consumir energía”, cuando la energía no se consume, nunca se ha consumido, nunca se consumirá. La energía simplemente se utiliza y, cuando la utilizamos, la transformamos de disponible a no disponible. ¿Por qué no decimos las cosas por su nombre? Digamos “consumir carbón”, “consumir petróleo”, “consumir gas fósil”, que, cuando se queman, desaparecen.

Así, se habla de “conservar la energía”, cuando la energía no podemos conservarla, es el universo quien la conserva. ¿Por qué no decimos las cosas por su nombre? Debemos conservar los materiales y no desperdiciarlos quemándolos con eficiencias muy bajas.

Y ese lenguaje interesado tiene unos objetivos claros. Por un lado, encadenar a la sociedad a comprar materiales (carbón, gasolina, gasoil, gases fósiles) para quemarlos directamente (y así disponer de energía térmica y motriz), y a comprar electricidad y gas fósil a aquellas entidades que se enriquecen escandalosamente con el suministro de gases fósiles por tubería y de electricidad por cable. Y, por otra parte, menospreciar todas las formas de energía que nos rodean donde vivimos y esparcir desinformación sobre las energías que todo el mundo tiene a su alcance: las energías renovables que no son más que la energía contenida en los flujos biosféricos (la radiación del Sol, la fuerza del viento y del agua) y litosféricos (el calor del subsuelo) y la energía que la biomasa almacena.

La palabra ‘energía’, como muy bien dejó escrito Ivan Illich, es “la invención de una certeza moderna. […] El concepto de energía, en su forma esotérica, ‘E’, que solo comprenden los físicos (¿es la derivada del ‘trabajo’ respecto al el tiempo?, ¿o la integral de la fuerza por la distancia?), tiene un doble popular que recorre las calles, influye en los políticos, inspira terapias ‘new age’ y justifica el aumento de los impuestos y las guerras”.

En una obra que habla de cómo se ha empleado la energía en el pasado y todavía se usa hoy en día para realizar acciones en nuestra vida cotidiana, ‘Electricity vs. Fire’ (2015), Walt Patterson escribía: “Para acelerar la transformación, deberíamos utilizar un lenguaje y conceptos más precisos para describir qué hacemos y cómo. Deberíamos rescatar la valiosa palabra ‘energía’ y restaurar su significado original, como los científicos y los ingenieros la han entendido siempre. La energía es el unificador principal del universo. Todo el mundo conoce la primera ley de la termodinámica, aunque quizá no con ese nombre. Como ley de conservación de la energía, dice que en cualquier proceso, de cualquier tipo y en cualquier lugar, la energía nunca se crea ni se destruye. No es necesario ahorrar ‘energía’. El universo conserva. Degradar el concepto físico profundo de ‘energía’ en una simple abreviatura de ‘petróleo, carbón, gas natural y electricidad’ nos priva de una palabra clave para nuestra nueva historia y nuestro futuro mejor. Deberíamos recuperarlo”.

Dejemos, pues, emplear el lenguaje que impuso la sociedad fósil para hablar de energía. Abandonemos, de una vez, la era del fuego y vayamos aprendiendo a hacer las cosas de forma diferente a como lo hemos hecho hasta ahora, sin la necesidad de utilizar el fuego. Y aprendamos a andar por la era de los flujos, lo que significa para los humanos recuperar la antigua historia de amor entre nuestro planeta y el Sol. Aprendamos a conocer los lugares donde hacemos vida y la energía que se manifiesta en ellos, lo que significa dejar de ser explotadores y depredadores de los sistemas naturales y sociales y empezar a cooperar con ellos. Aprendamos a vivir al ritmo del Sol en los lugares donde estamos. Aprovechemos (captemos, transformemos y usemos), de una vez, la energía que nos envía el Sol y pone a nuestra disposición por todas partes.

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Lenguas_de_las_islas_Andam%C3%A1n

(2) https://www.ivanillich.org.mx/convivencial.pdf