Muchos fueron los ciudadanos españoles (principalmente vascos y catalanes) que iluminaron con sus antorchas y focos los bordes y crestas de los Pirineos de Oriente a Occidente pidiendo el ejercicio del derecho de autodeterminación. Pero ¿a título de qué? ¿Acaso se consideran que son dos respectivas naciones? ¿No les basta con la designación oficial de ser de patria española?
Hace ya casi 20 años (en 2004) publicamos un libro titulado “¿Nacionalista? ¿Cómo? ¿Por qué?” En este libro colaboramos pensadores como José Antonio Artamendi, Edorta Kortadi, José María Aguirre Oraá, Xosé Estévez, Javier Sádaba, Xavier Apaolaza, José Ramón Etxebarria, Belari, Ramón Etxezarreta, Fito Rodríguez, Elías Amézaga, Xavier Aierdi, Water Luyten, José María Ripalda, José Ignacio Ruiz Olabuénaga, Toni Strubell con la colaboración de José Luis Orella Unzué. El libro tuvo impacto y fue recensionado por la prensa del momento.
Y las conclusiones con las que terminaba el escrito son las que siguen.
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El nacionalismo es la forma más democrática de promocionar la solidaridad globalizadora del mundo.
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La nación es una forma de convivencia que aparece en la historia mucho antes que la estatal.
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La nación es algo natural, instintivo y propio, mientras que el estado es algo creado con arte y ciencia, por lo que no es una forma definitiva ni unívoca.
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El desarrollo de la solidaridad del género humano exige el respeto y el desarrollo de las diferentes naciones porque los Estados nacen y desaparecen.
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Más aún, los intereses económicos de los Estados han sido y siguen siendo hoy día los causantes de todas las guerras como la de Rusia y Ucrania.
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Es práctico con fine de paz universal, potenciar simultáneamente la conciencia nacional y la conciencia internacional como hermandad de naciones, no de estados.
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Los derechos de reunión, manifestación, defensa de la propia lengua, son derechos individuales, pero, al mismo tiempo, nacionales porque sólo pueden ejercerse en colectividad nacional.
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El nacionalismo es como el colesterol: hay uno bueno y otro malo.
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Es más lógico reconocer el hecho nacional que ignorarlo, disfrutarlo que anatematizarlo, captarlo en todas sus variadas gamas, que esclerotizarlo.
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Ser nacionalista es una opción voluntaria de pertenencia a un proyecto solidario.
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Algunos piensan que el nacionalismo se pierde viajando, pero otros muchos afirman que no andamos por el mundo, sino que exponemos nuestra nacionalidad.
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Habermas afirma que hay una nación querida y una nación nacida. Nací entre gente como yo, que era vasca o catalana, y por lo tanto nacionalista. El nacimiento es un accidente, la nación es fruto del afecto, de la lealtad de las raíces y de la elección.
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Es más fácil cambiar de esposa que de Estado, pero no es fácil cambiar de nación. El nacionalismo es un fenómeno plurivalente.
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La nación exige sobre un substrato objetivo como son la cultura, las vivencias comunes o la lengua, y un elemento subjetivo como la voluntad de ser y conformar una comunidad diferenciada y, a veces, expresada en las urnas por el derecho de autodeterminación.
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El nacionalismo vasco y catalán es un magma histórico que se fragua día a día con la aportación de todos los vascos y de los catalanes.
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Bernardo Atxaga afirma: “Nadie puede ser universal sin partir de algún espacio y lugar, físico y concreto, nadie puede ser universal partiendo de la nada”.
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No se puede contraponer “Herria” e “Hiria” sino que hay que entender “Hiria” sobre la base de “Herria” haciendo de la concreción, el lugar de lo universal.
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Todos los que afirman que su patria es España, no lo hacen por elección ni nunca tendrán la oportunidad de hacerlo (el Estado no se atreverá a plantearlo) por el ejercicio del derecho de autodeterminación.
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Con Josep Roca i Ferreras afirmamos que el nacionalismo catalán y vasco se basa en la “tradición defensiva” y en la futura plasmación del ejercicio de autodeterminación.