¿Cambiar lo inevitable?

En 1999 Yeltsin estaba enfermo y a menudo bebido. El clan de los oligarcas ya había acumulado los activos del Estado comunista privatizados y quería una sucesión continuista para mantenerlos. Se planificó la operación Sucesor. Había que buscar la imagen de un héroe popular y conocido y asociar al nuevo líder. El héroe popular era un espía soviético infiltrado en el III Reich popularizado por una serie de televisión. Putin había ocupado posiciones en el KGB en la RDA, era fácilmente asociable a la ficción, era una persona desconocida por la opinión pública, con un 2% de índice de aprobación. Le nombró primer ministro en agosto de 1999. Había que encontrar el mecanismo para darlo a conocer.

En septiembre hubo atentados indiscriminados de autoría desconocida en numerosas ciudades rusas, con bombas y bajas civiles. Putin, nuevo primer ministro, acusó a la República de Chechenia de ser la causante de los atentados. Nunca ha habido pruebas inculpatorias. La guerra contra Chechenia, la televisión y los medios controlados por el gobierno hicieron crecer el índice de aprobación de Putin hasta el 45%. Ganó las elecciones en 2000. La operación Sucesor fue un éxito.

De 2000 a 2008 la economía rusa creció anualmente al 7%: el gas y el petróleo fueron claves. Putin había “acabado con el terrorismo” y “ganado la guerra en Chechenia”. Ofreció ayuda a la OTAN después de los atentados de septiembre de 2001. En 2004 se mostró partidario de que Ucrania entrara en la UE. En 2008, asistió a la cumbre de la OTAN. No podía renovar el mandato. Eligió a Medvedev como presidente y él quedó como primer ministro para regresar en 2012. La aceptación de Putin de 2000 como líder había cambiado. La permanencia en el poder, que supondría más de 20 años, le hacía impopular. En las elecciones de diciembre de 2011 el partido de Putin, Rusia Unida, tuvo el 26% de los votos, fue “justo suficiente” para controlar la mayoría del Parlamento. Hubo manifestaciones y protestas en un centenar de ciudades. El fraude se repitió en las elecciones presidenciales de marzo de 2012. Fraudulentamente, ganó.

El descontento y las protestas crecieron. Era urgente tener un enemigo exterior, crear un problema ficticio para “poder resolverlo”. La política de aproximación a Occidente de la década anterior cambió por la necesidad de combatir el descontento con un enemigo exterior ficticio.

El enemigo no podía ser China, sería un enemigo real. Europa era adecuada: dependía del gas y el petróleo rusos, no era una federación, las disensiones entre los socios eran frecuentes y se podían “incrementar”, carecía de ejército y el Estado más potente de la UE (Alemania) era el más condicionado y dependiente de Rusia. EEUU había pasado de 300.000 efectivos en Europa en 1991 a 60.000 en 2012: el escenario idóneo. Las ideas de Ivan Illich, la inocencia de Rusia, la superioridad del Estado sobre el individuo, volvieron.

La campaña se basó en la decadencia y corrupción de Europa. Se inventó la idea de que Occidente era culpable por no haber ayudado en el tránsito del comunismo al capitalismo. Se preparaba lo que vendría, que Occidente no vio y Ucrania tampoco: la guerra.

La conclusión es que la guerra con Europa tiene una razón: fortalecer el control del Estado por parte de Putin, evitar la disidencia y diluir la democracia. Hará lo necesario para no perder… pero no ganar es aceptable si ve la imposibilidad de hacerlo.

El equilibrio económico de la guerra es favorable a Rusia. El bloqueo económico ha subido el precio del petróleo un 30% y el del gas un 50%. Esto ha supuesto para Rusia un ingreso complementario en 2022 de unos 250 B€. EEUU ha entregado a Ucrania en armamento 40 B€ y la UE 20 B€. Cinco veces menos que el ingreso complementario recibido por Rusia por las exportaciones a la UE. Las sanciones económicas no funcionan. La preparación de la guerra por parte de Putin estaba bien planificada, pero su ejército era anticuado y corrupto y, por tanto, ineficaz. En el ámbito militar la guerra está estancada con ventaja para Rusia en las últimas semanas, una vez concentrada la ofensiva en el este y en el sur. Si las circunstancias no cambian, Ucrania terminará perdiendo el 30% de su PIB, cuya destrucción tendrá un coste para la reconstrucción de 1.000 B€ y con una pérdida de población y territorio del orden del 30%, que serán anexionados por Rusia.

La fuerza de una Rusia vencedora será una fuente de inestabilidad. La incapacidad de Europa para reaccionar y de EEUU para involucrarse en ella, si es eso lo que se hace, convierten a la agresión en replicable. Encaja con la ideología de Putin y su gobierno: Occidente está en decadencia y no tiene capacidad de reaccionar.

La única alternativa para revertir la situación es transferir a Ucrania armamento moderno, misiles Patriot, artillería de largo alcance, fuerza aérea con capacidad de bombardear objetivos precisos, etc., que invertiría militarmente la situación actual y llevaría al convencimiento a Rusia de que no es asequible para ellos ganar la guerra.

La guerra con armamento más capaz para Ucrania permitiría alcanzar una paz estable. La política de Putin sería puesta en cuestión. En Rusia hay ciudadanos que están en contra de la actual política. Si Occidente no reacciona, este posicionamiento no será visible. El riesgo es alto y la posibilidad de invertir la situación actual, nula.

Esta profundización del conflicto para llegar a una paz estable tiene un riesgo de guerra nuclear remoto. No pasará porque Rusia sabe que iniciarlo es su destrucción, las carencias del ejército convencional no son distintas a las del estratégico, y hasta ahora ha hecho siempre lo mismo: amenazar y retroceder si Occidente demuestra firmeza, querer conquistar Kiiv y renunciar a él, amenazar con escalar la guerra si Suecia y Finlandia entran en la OTAN y ceder, denunciar la ayuda militar de la UE y EEUU explícita y pública en Ucrania y aceptarla… En los próximos meses se verá si la involucración de EE.UU. en Ucrania es estratégica o táctica, pero la contribución de los europeos es necesaria. Alemania, que está en el origen del conflicto por su errónea política energética dependiente de Rusia, y ahora se mueve en la ambigüedad, perjudica la reacción de la UE y EEUU a la agresión rusa.

ARA