Cae en mis manos un libro publicado hace un puñado de años por Carmen Llorca, la primera mujer que presidió el Ateneo de Madrid, diputada y eurodiputada del PP y una de las principales colaboradoras de Manuel Fraga. El título es sugestivo: “Las mujeres de los dictadores”. Me intriga y empiezo su lectura. El primer capítulo está dedicado a analizar la psicología del dictador, sea cual sea. ¿Cómo describirá a los tiranos una de las fundadoras de uno de los dos principales partidos españoles actuales?
Veamos. La autora utiliza una prosa beatífica para describir a los criminales que logran el poder y afirma: “El dictador es un personaje en el que la ambición que le conduce acaba por obligarle a prestar servicios que benefician a los demás, tanto como a sí mismo. Es cierto que ama el poder, pero esto, que sería su sublime enfermedad, le obliga a entregar su vida, entre grandes trabajos, en favor de una causa que normalmente es un bien común”. Nada. Franco, Stalin o Hitler (los cuales cita Lorca) eran unos idealistas a los que sus respectivos pueblos nunca acabaron de entender su benevolencia y dedicación a la comunidad. Unos virtuosos incomprendidos.
Sobre pensamientos como estos (escritos en 1978) son sobre los que se han edificado los cimientos de la llamada “transición”. ¿Cómo desean que renieguen del franquismo? Si, en realidad, piensan que fue algo necesario y positivo. Las palabras de Carmen Llorca tienen la facultad de interpretar el pensamiento colectivo de gran parte de la sociedad española.
Si he querido traer a colación este fragmento de la que fue considerada uno de los referentes intelectuales de los sectores conservadores españoles de finales del franquismo y principios de lo que llaman democracia, es para que entendamos hasta qué punto somos ingenuos los catalanes cuando nos escandalizamos por los hechos protagonizados por las cloacas del Estado y que llenan estos días las páginas de los periódicos.
Quedamos asombrados por la malicia que desprenden las palabras de los Villarejo, Fernández Diaz, Ferreras o los jueces de la Audiencia Nacional. Nos hacemos cruces al escuchar cómo, entre whiskys y solomillos, pueden hablar de los catalanes como animales indeseables a los que hay que abatir … “por lo civil o por lo criminal”. Lo que para nosotros es la mayor perversidad, para ellos es una simple posición política. Es un comportamiento basado en la creencia de que la ausencia de miramientos es lo que te hará triunfar. La política en Madrid es una guerra de aniquilación del adversario. Siempre han actuado así y por eso ensalzan la figura del tirano. Es un modelo a seguir.
Los resortes psíquicos que mueven la acción política española se nos escapan. Mientras los catalanes hablamos de ideas, los españoles solo se afanan por mantener una posición de fuerza. Son concepciones antagónicas. Sin embargo, la diferencia radica en que, mientras ellos saben cómo pensamos, a nosotros siempre nos sorprende su afán destructivo. Sin conocer la mentalidad del ocupante, nos convertiremos siempre en las víctimas de sus delirios imperiales. La nuestra no es ahora mismo sólo una lucha por la independencia, es un combate por la supervivencia como nación. Seamos conscientes de ello.
EL MÓN