Cómo ganar la guerra fría que viene

Estados Unidos parece haber iniciado una nueva guerra fría con China y Rusia a la vez. Y los dirigentes estadounidenses la presentan como una confrontación entre la democracia y el autoritarismo, lo que resulta sospechoso, sobre todo cuando ellos mismos festejan activamente a un violador sistemático de los derechos humanos como Arabia Saudí. Esta hipocresía hace pensar que, al menos en parte, lo que está en juego aquí es la hegemonía global más que una cuestión de valores.

Tras la caída del Telón de Acero EEUU fue durante dos décadas el número uno indudable. Luego llegaron las desastrosas guerras en Oriente Medio, el derrumbe financiero de 2008, el aumento de la desigualdad, la epidemia de opioides y otras crisis que parecían poner en entredicho la superioridad del modelo económico estadounidense. Sumando la victoria electoral de Donald Trump, el intento de golpe en el Capitolio, las numerosas matanzas en tiroteos, los intentos de disuasión de votantes por parte del Partido Republicano y el auge de cultos conspirativos como QAnon, hay pruebas más que suficientes para pensar que algunos aspectos de la vida política y social de Estados Unidos se han convertido en profundamente patológicos.

Por supuesto que Estados Unidos no quiere que se les destrone. Pero que China los supere en lo económico es sencillamente inevitable. En Washington existe un consenso bipartidario sobre el hecho de que China puede plantear una amenaza estratégica. Según esta visión, está justificado tomar medidas preventivas, aunque ello implique violar las normas de la Organización Mundial del Comercio, en cuya redacción y promoción Estados Unidos tuvo una importante participación. En cuanto a Rusia, dado que su economía es más o menos igual en tamaño a la de España, su alianza “ilimitada” con China no parece tener mucha importancia económica (aunque su predisposición a las actividades disruptivas en todo el mundo puede resultar útil a su vecina del sur).

Pero un país en “guerra” necesita una estrategia, y los EEUU no pueden ganar una nueva carrera entre grandes potencias ellos solos; necesitan amigos. Sus aliados naturales son Europa y otras democracias desarrolladas de todo el mundo. Pero Trump hizo todo lo posible para alejarlas, y los republicanos (todavía completamente ligados a Trump) han dado motivos de sobra para dudar de que Estados Unidos sea un socio fiable. Además, EEUU también debe ganarse la buena voluntad de miles de millones de personas en los países en desarrollo y emergentes, no sólo para ganar en el plano numérico sino también para garantizarse el acceso a recursos críticos.

Para congraciarse con el mundo, Estados Unidos tendrá que recuperar mucho terreno perdido. Su larga historia de explotar a otros países no ayuda, como tampoco su racismo profundamente arraigado. El último ejemplo es la contribución de las autoridades estadounidenses al ‘apartheid’ vacunatorio global, por el que los países ricos lograron todas las dosis que necesitaban mientras la gente de los países pobres quedaba a merced de la suerte. Mientras, los adversarios estadounidenses en la nueva guerra fría pusieron sus vacunas a disposición de otros países a precio de coste o menos, y les ayudaron a desarrollar la capacidad de producirlas por sí mismos.

La falta de credibilidad es aún mayor en relación al cambio climático, que afecta de forma desproporcionada a los países del Sur Global menos preparados para hacerle frente. Aunque los principales mercados emergentes son la principal fuente de gases de efecto invernadero, la emisión acumulada de Estados Unidos sigue siendo con diferencia la mayor. El mundo desarrollado no deja de sumar emisiones, y ni siquiera ha cumplido sus exiguas promesas de ayudar a los países pobres a gestionar los efectos de una crisis climática que causaron los países ricos. Por el contrario, los bancos estadounidenses contribuyen al riesgo de crisis de deuda de muchos países, exhibiendo con frecuencia una perversa indiferencia respecto al sufrimiento resultante.

Europa y Estados Unidos sobresalen a la hora de dar lecciones a los demás sobre qué es moralmente correcto y económicamente sensato. Pero el mensaje que acaban enviando (como evidencia la persistencia de sus subsidios agrícolas) es “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Más aún después de Trump, Estados Unidos ya no tiene ningún derecho a la superioridad moral, ni credibilidad para dar consejos. El neoliberalismo y la teoría económica del goteo nunca tuvieron mucha aceptación en el Sur Global, y ahora pierden por todas partes.

Al mismo tiempo, China se ha destacado por su capacidad de proveer infraestructuras físicas a los países pobres en vez de dar lecciones. Es verdad que a menudo estos países acaban muy endeudados, pero, viendo cómo se han portado los bancos occidentales como acreedores al mundo en desarrollo, Estados Unidos y otros no están en posición de lanzar acusaciones.

Podría continuar, pero creo que mi argumento ya está claro: si Estados Unidos se embarca en una nueva guerra fría, debe comprender qué necesita para ganarla. Las guerras frías se ganan en última instancia con el poder blando de la atracción y la persuasión. Para salir airosos, es necesario convencer al resto del mundo de que nos compre no sólo nuestros productos sino también el sistema social, político y económico que vendemos.

En este campo, hacer los mejores bombarderos y sistemas de misiles del mundo no servirá de nada. Debemos ofrecer a los países en desarrollo y emergentes ayuda concreta, empezando por la suspensión de derechos de la propiedad intelectual sobre todo lo relacionado con el covid, para que estos países puedan fabricar vacunas y tratamientos por sí mismos.

Tan importante como esto es que Occidente logre que su sistema económico, social y político vuelva a ser la envidia del mundo. En EE.UU. el primer paso es reducir la violencia con armas de fuego, mejorar la regulación ambiental, combatir la desigualdad y el racismo y proteger los derechos reproductivos de las mujeres. Hasta que no hayamos demostrado que merecemos liderar, no podemos esperar a que los demás nos sigan.

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