Estimados imputados: ¡No os rindáis! Veo que arranco el artículo en forma de carta abierta que puedo personalizar en Mónica Oltra. Al ir viendo cómo evolucionaba la pira que una conjura más o menos derechista le estaba preparando, señora Oltra, pensaba que aguantaría sin dimitir de vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, y que crearía, digamos, jurisprudencia a ‘contrario sensu’. Entiendo que no haya podido soportar las presiones, sobre todo las más dolorosas del fuego amigo, pero dejo en abierto la reflexión que su caso me ha hecho aflorar, aunque ya hace tiempo que lo arrastro, al menos desde que el año 2008, con el doctor Miquel Almirall, realizamos un estudio académico sobre la vulneración de la presunción de inocencia en los medios. Búsqueda exhaustiva compulsando 1.200 ejemplares de cinco diarios, análisis cuantitativo riguroso. El resultado fue que la prensa transgredía sistemáticamente la presunción de inocencia, 2.300 noticias.
Las dimisiones de políticos con el derecho a la presunción intacto y, aún más, las inhabilitaciones parlamentarias que los dejan a los pies de los caballos de la oposición, hacen el juego a un sistema judicial demasiado sesgado, con los tribunales superiores que, pese a notorios votos particulares, enmiendan lo que las cámaras legislativas y los gobiernos democráticos establecen por mayorías tan consolidadas como, pongamos por caso, la del Estatut de Cataluña de 2006. El diputado de Podemos Alberto Rodríguez y Mónica Oltra han tenido que retirarse por presiones de las togas de derechas, con los partidos de izquierdas haciendo la rosca con la sumisión, y la próxima víctima anunciada quieren que sea la presidenta del Parlament, Laura Borràs, a mayor “incierta gloria” de malversación de la democracia. Delante de una conjura del ‘deep state’ con tribunales y medios, los partidos políticos harían bien en revisar esta doctrina de hacer dimitir o suspender por imputaciones o sentencias y abrir al menos ventanas individuales a la separación de poderes. La destrucción del estado de derecho a manos de un ‘lawfare’ que por otra parte tapa el trabajo impoluto de excelentes magistrados, cargaría de razones una resistencia política de este tipo, que es incluso más suave que la desobediencia que algunos propugnan. La lista de víctimas políticas por presunción de inocencia vulnerada y de sentencias recurridas en Europa es larga, busquen al independentismo y a la izquierda, llamen a Trias y Colau sin salir del Ayuntamiento de Barcelona, y se encontrarán con franquistas de última generación en una cruzada 3.0 contra “rojos y separatistas”. No solo pretenden anular sus decisiones, también quieren dejarles huérfanos de liderazgos y referentes, como el del president Pujol, sin el que la Cataluña de hoy no se entendería.
Mi experiencia periodística, en fin, me ha llevado a repensar el trato con personas condenadas. Pero, más allá de considerarlas fuentes, que sería deontología, en el espacio de la ética cuando una persona que he conocido ha entrado en prisión le he otorgado el derecho a la misericordia, el único que les queda cuando sólo les quedan malos momentos del castigo, incluso si se lo han merecido. El artículo de un ilustre colega, ejemplo permanente en mi trabajo, Joan Maragall, dejaba clara esta prerrogativa. Cuando la opinión pública y los tribunales sentenciaban a Ferrer i Guardia a raíz de la Semana Trágica (1909), Maragall escribió un manifiesto más que artículo titulado “La Ciudad del perdón”. Él, un católico practicante, pedía perdonar la vida de un libertario, cuando el anarquismo quemaba iglesias y hacía pogromos religiosos. Acababa así: “Al Rey que puede perdonar, a sus Ministros que pueden aconsejarle el perdón, a los jueces que pueden atemperar la justicia con la piedad: ¡Perdón para los condenados a muerte de Barcelona! Caridad para todos. Y hermosa cosa sería que empezaran los más ofendidos”. ‘La Veu de Catalunya’ censuró el artículo y Ferrer i Guardia fue fusilado siendo inocente.
He tenido bastantes relaciones con presos, los he visitado, me he escrito con ellos. Gracias a Bonifacio García, alias ‘Boni’, Jesús G. Albalat y yo ganamos el Premio Avui de Periodismo de la Noche de Santa Lucía de 1985. Hicimos una serie de artículos sobre el que entonces era el robo del siglo, el rififí del Banco Hispanoamericano de la plaza de Cataluña, con las mejores fuentes posibles: el policía y el ladrón, él. Mi correspondencia con Iulen de Madariaga en el penal francés de Fresnes es, vista a ‘tempo’ presente, una revisión de la historia de ETA que fundó y la primera autocrítica de la violencia que él mismo había contribuido a poner en práctica. Ayudé a la tesis doctoral de Angel Rekalde sobre las prisiones de máxima seguridad en las que pasó veinte años en régimen de aislamiento. Estuve junto al exalcalde de Torredembarra Daniel Masagué –estos días le han hecho el primer juicio– cuando salía de la primera detención con pena de telediarios. Estoy seguro –porque veo cómo ha tenido que luchar por sobrevivir– que no se ha metido ni un duro en el bolsillo, como no se metió ninguno Carles Navarro, diputado del PSC, condenado por el asunto Filesa.
Si tienen interés en el tema, recomiendo leer ‘La ruta antigua de los hombres perversos’, del historiador y filósofo René Girard (Anagrama, 1989), donde reflexiona sobre linchamientos, “unanimidades perseguidoras”, chivos expiatorios, la pasividad sobre la persecución de los inocentes, y los justicieros en general. Twitter está lleno de estos últimos, y cuanto más conversos son, más inquisidores se muestran: esos perfiles que siempre están enfadados, que ni hacen ni dejan hacer y sólo critican, cuando no insultan… Acabo citando a otro autor, un canto a la tolerancia y la mejor prosa poética que he leído, Enri De Luca. En su último libro, ‘La volta de la oca’ (Bromera, 2018), escribe: “Conozco a un montón de personas que se han pasado una tercera parte de su vida en una celda, y no por provechos personales. Con conocidos como estos, ni yo mismo debo resultar recomendable”.
ARA