Desde hace unas semanas observamos como los dos bandos de la guerra se reprochan la interrupción de la exportación del grano de Ucrania hacia terceros países y la crisis alimentaria que puede derivarse de ello. ¿La guerra será la responsable de un nuevo episodio de hambre? ¿Estamos hablando de una crisis coyuntural o de un colapso del sistema alimentario globalizado?
Aunque sabemos que la guerra está afectando una zona muy rica y productiva en el escenario mundial de cereales, como explica el Oakland Institute (un grupo de expertos en estas temáticas), los datos de la ONU detallan que para este año en el mundo se dispone de un nivel suficiente de reservas de cereales. También lo confirma el Banco Mundial, que ha señalado que las existencias mundiales de cereales están a un nivel históricamente alto y que unas tres cuartas partes de las exportaciones del trigo de Rusia y Ucrania se pudieron entregar antes del comienzo de la guerra. En el caso concreto de Ucrania, la cosecha anterior a la guerra fue de récord y según datos de su ministerio de Agricultura, el país ha exportado 46,51 millones de toneladas de cereal, frente a los 40,85 millones del curso anterior.
Con estos datos se hace complicado atribuir la crisis alimentaria a una carencia de alimentos y más todavía cuando sabemos que de todos los cereales producidos en el mundo, una tercera parte están dedicados a la producción de piensos para engordar animales (que podrían pacer) y a la producción de combustibles para llenar los depósitos de los coches. Del mismo modo que en EE.UU. el 40% del maíz se dedica a fabricar combustible y otro 40% se dedica a piensos, en Catalunya dos terceras partes de la tierra agraria también la dedicamos a piensos para mantenernos como una potencia al frente de la producción y exportación de carne.
Ya lo aprendimos de otras crisis alimentarias: en un sistema en que la alimentación no es nada más que una mercancía, el hambre no va ligada a la producción sino al precio de los alimentos, que, si es muy alto, imposibilita a la gente más empobrecida acceder a una dieta suficiente. Y aunque parezca extraño, tampoco la configuración de los precios tiene mucho que ver con la cantidad de alimentos de los que disponemos. Las grandes cosechas mundiales, convertidas en contratos de futuro, forman parte de las carteras de los fondos de inversión, que juegan con ellas como quien apuesta a las cartas. Y aquí sí, la guerra y el escenario que puede provocar a medio plazo son los que hacen muy atractivo invertir el dinero en estos fondos. Esto es lo que está pasando. Desde el inicio de la guerra, dos de los grandes fondos ligados a las primeras materias han pasado de mover 197 millones de euros en el mundo agrícola a 1.200 millones, como explica la ONG Lighthouse Reports.
Los datos que contabilizan las personas que sufren una situación extrema de hambre también ratifican que tenemos un problema más grave que la misma guerra. Efectivamente, el conflicto de Ucrania puede provocar que unos 50 millones de personas pasen a formar parte de este terrible balance, una cantidad, sin embargo, que no es muy diferente de los 40 millones de personas a quienes esto les sucedió el año pasado. De hecho, en los últimos años la cifra no ha dejado de crecer: en 2016 se hablaba de 108 millones de personas en el planeta en esta situación de hambre aguda y, hasta antes del estallido de la guerra, la cantidad se dobló hasta llegar a los 193 millones.
El verdadero problema alimentario es permitir que un derecho vital como la alimentación dependa de un sistema de mercado capitalista controlado, literalmente, por 4 corporaciones. Y si a esto le sumamos lo que representa haber industrializado la producción alimentaria, tenemos los dos ingredientes perfectos para afirmar que de las crisis puntuales pasaremos al colapso. Dependemos de un sistema alimentario que ha dejado de lado el arte de mejorar y enriquecer la tierra con materia orgánica para mantenerla dopada con fertilizantes artificiales hechos con derivados del petróleo y el gas natural, dos productos que –como bienes finitos que han tocado techo extractivo– escasearán y tendrán un precio cada vez más alto. Dependemos de un modelo que no solo es corresponsable de la crisis climática que empeora el rendimiento de las cosechas, sino que descansa en muy pocas variedades de alimentos y los hace poco resilientes para adaptarse a las consecuencias de esta crisis.
Sobre nuestras cabezas vuelan los buitres especulativos, porque huelen y ven que un sistema alimentario industrializado y capitalista es una quimera.
Gustavo Duch es coordinador de la revista ‘Soberanía Alimentaria’
ARA