La cultura: un derecho humano

Navarra es una comunidad que posee una identidad rica y plural, con una historia propia enraizada en sus propios modelos de gobernanza, por lo que la cultura aporta sentido de pertenencia (…) y constituye un elemento integrador, transformador y dinamizador de la sociedad

(Ley Foral de derechos culturales de Navarra, preámbulo III, 2019)

El pasado 27 de mayo se celebró en el Palacio del Condestable de la capital navarra una jornada organizada por Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos gracias al reciente convenio de colaboración suscrito con el Ayuntamiento de Pamplona/Iruña, en concreto con su área de Cultura e Igualdad. El título del encuentro era ya significativo: Derechos culturales ¿qué, cómo, para qué?

Todavía quizá haya gente que se pregunte qué es eso de un derecho cultural o si se puede hablar de ello. Para empezar, la palabra cultura, si algo significa, es cultivo de todo lo humano en sus dimensiones más plenificadoras, y por ende se considera uno de los derechos universales tal como viene recogido en el art.27 de la misma Declaración de la ONU de 1948. Igualmente, la vigente Constitución española, en su art.44.1, alude a la promoción del acceso a la cultura a la que toda persona tiene derecho. Son solo un par de ejemplos de fuentes normativas básicas, pero lo que quizá no sea tan conocido, y así fue expuesto en la Jornada, es que la Comunidad Foral de Navarra es pionera por una ley, aprobada al final de la anterior legislatura, que supone “pasar del derecho a la cultura a los derechos culturales”.

En este último punto quisiera incidir de cara a suscitar la reflexión y continuar el debate en el que Eusko Ikaskuntza está implicada con su proyecto y en el que desea implicar a toda la ciudadanía de Vasconia. Como institución científico-cultural creada hace más de cien años, entre otras por Diputación Foral de Navarra, y que lleva en su ADN desde los orígenes la defensa y promoción de la actividad cultural, con especial atención al euskera y a la cultura vasca, creemos que hoy dicha actividad en general atraviesa un momento crucial de redefinición sobre su papel en el fomento de la calidad de vida y la salud democrática de la sociedad, así como en la plena realización de los sujetos individuales, grupos humanos y pueblos. Durante estos últimos años, a causa de una pandemia que ha golpeado con dureza a los sectores de la cultura, creo que hemos tomado cierta conciencia tanto de nuestra condición de seres vulnerables necesitados de cuidados, globalmente interdependientes y con respecto al medio ambiente, como de nuestro ser cultural, simbólico, de sentido. De aquí nace siempre esa búsqueda incesante de disfrute gratuito, muchas veces el mero consumo, pero también la creación o invención de muy diversos productos y expresiones de cultura, porque “no solo de pan vive el ser humano”. Y es que lo cultural, por su entronque con la dignidad de la persona, nos constituye y nos diferencia y deviene derecho universal como la vida, la salud o la educación. En efecto, es un presupuesto inherente de lo humano, como experiencia de libertad y universalidad, de verdad, bien y belleza, frente a las concepciones meramente utilitarias, relativistas o mercantiles. La senda más fértil para reconstruir y extender nuestra humanidad es precisamente la cultura.

Por otro lado, muchos factores y elementos están imbricados en el fenómeno cultural. En primer lugar, hay que partir de una noción amplia de cultura superadora de falsas dicotomías entre ciencias, humanidades o artes y entre las denominadas alta y baja cultura o la cultura popular, para abrirse a las múltiples y plurales facetas del cultivo espiritual humano, dicho esto en sentido amplio. Pero en ello encontramos nuevos o más bien redescubrimos ingredientes, invisibilizados a lo largo de la historia, que condicionan cualquier análisis y cualquier propuesta. Me refiero a las categorías interseccionales de clase social, género, orientación sexual o etnia, o al definido como conocimiento situado que se produce por medio de diversos procesos y contextos cruzados (de cuerpos, empatía, afectos), todo ello valiosas aportaciones del feminismo crítico contemporáneo que sustentan la metodología del proyecto. Por desgracia, igual que el resto de derechos humanos fundamentales, vive bajo la amenaza continua de su incumplimiento o vulneración y, por ello, como subrayó Nicolás Barbieri, uno de los expertos que intervino en la Jornada, son esenciales políticas públicas audaces para promover la equidad frente a las desigualdades existentes en el acceso a tales derechos culturales. Además, hoy en día han de afrontarse los retos de los nuevos entornos digitales, como destacó Maider Maraña, otra de las ponentes.

Por último, una problemática que nos preocupa como institución y que se abordó en la mesa redonda final, fue la del colectivo de profesionales del euskera, como lengua minoritaria y minorizada, con sus dificultades de acceso a aquellos derechos y también la específica situación del tejido cultural euskaldun de Iparralde.

Finalmente, siendo lo realizado solo un paso dentro de la primera fase de investigación, con este proyecto Eusko Ikaskuntza va a seguir abordando y debatiendo, socializando y proponiendo, con el rigor y la ambición transformadora, mediadora y de servicio público que nos caracterizan y el tema merece, las dimensiones esenciales para el diseño de políticas que protejan y desarrollen eficazmente este derecho humano universal, a saber, el acceso y la participación, la creación y producción, la gobernanza culturales, con vistas a perfilar un nuevo paradigma.

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